El Madrid de los 60 vuelve a la superficie en López de Hoyos con el fin del 'scalextric'
En el número 88 de la Calle Francisco Silvela está el taller Cuenta Kilómetros, que lleva ahí desde 1957, el mismo año en que salió al mercado el Seat 600, símbolo de aquella incipiente clase media madrileña y de la motorización extensiva de la ciudad. Es pequeño, casi angosto, como lo eran los coches antes, pero tiene solera y, aun en pandemia, resiste. El establecimiento está en uno de los extremos del 'scalextric’ de López de Hoyos, una de tantas vías elevadas construidas en la ciudad para agilizar el tráfico y que se ha acabado de retirar en octubre tras detectarse hace unos meses que corría riesgo de venirse abajo.
El espacio entre Francisco Silvela y Joaquín Costa, dos calles señoriales en pendiente con la glorieta de López de Hoyos en medio, empequeñecido y ahogado por los humos de escape desde 1969, ha emergido ahora amplio y despejado, no muy distinto de cómo aparece en parte en la foto en blanco y negro enmarcada en la pared del taller, como prueba de longevidad.
Los vecinos todavía no se han acostumbrado a la nueva prestancia de la zona. De momento, algunos se acercan al lugar para sacar fotos. Pasó el jueves, con el tráfico ya restablecido en el cruce. Raquel Montoya, de 80 años, vive en Prosperidad y al salir de misa decidió ir a echar un vistazo a mediodía. “Qué bien, qué amplio ha quedado esto”, celebraba, para recordar: “Es que era un armatoste”. La señora echa de menos “unas florecitas y arbolitos” y que le pongan unos bancos, pero está encantada, y lo estará más si se confirma el plan del ayuntamiento de recuperar el bulevar original de la vía, previsto para 2021.
También celebra el cambio Gloria, que saca fotos de la semirrotonda con el teléfono, en vertical y horizontal. “Es para mandárselas a mi hijo”, explica. La familia vive en la zona desde hace años y ella misma recuerda el bulevar de su infancia. Rescatarlo “sería estupendo”, opina. Tampoco le preocupa mucho que el tráfico empeore, piensa que sucederá como en el paso elevado de Cuatro Caminos, que se quitó sin grandes problemas. “Esos mamotretos feísimos ya no se hacen, están caducados”, considera, contenta de que la zona, muy disminuida hasta hace nada, ahora se vea “enorme”.
Los trabajadores del lugar reciben el cambio con cierto optimismo, aunque aún reponiéndose del revuelo que supusieron los meses de obras para retirar la estructura. En la acera central todavía se observa la marca de los remaches de las columnas, y las plazas de aparcamiento, aunque valladas, continúan pintadas en color verde.
“Fue muy traumático”, dice Delio Zúñiga, que atiende la barra del bar Altamira, junto a la glorieta, y se acuerda del polvo y ruido que causaron los trabajos. Espera que la nueva situación pueda “resarcir” a los comercios y que los empleados de la CNMV, o el personal del Instituto de Empresa, que eran buena parte de su clientela, vuelvan a aparecer. Pero es pronto para conocer el efecto, más teniendo en cuenta “que la gente sigue asustada” por el coronavirus y las sucesivas medidas restrictivas de movimientos. María José, del restaurante “El secreto de López”, no duda de que sin 'scalextric’ tendrá más negocio, sea tanto por aumento de tráfico de peatones como de coches. “¿Qué vamos a pensar? Pues que muy bien”, zanja.
Un poco más arriba, en la gasolinera de Francisco Silvela con Príncipe de Vergara, barre el suelo un empleado que dice que se le llame Fran. “Lo que más hemos notado es que hay menos contaminación”, indica. “No sentimos bulla, ruido, a mediodía está más despejado”. Menos claro está el efecto económico. “De momento, no se puede saber nada. Seguimos con las ventas muy bajas, tenemos aún que recuperar un 60 o un 70 por ciento”.
En la esquina inferior de López de Hoyos con Joaquín Costa hay un solar arbolado con los días contados. Un cartel anuncia que “vivir en el mejor barrio de Madrid es posible” y ofrece viviendas de uno y dos dormitorios. La calle de López de Hoyos divide los de Ciudad Jardín y Prosperidad, pero el tramo desde Príncipe de Vergara ya es formalmente parte de El Viso, una de las cuadrículas de mayor poder adquisitivo de la ciudad, y en ese sentido debe de ir el mensaje.
Ajenos a vaivenes inmobiliarios, Teresa Martínez y Armando Quispe, ambos porteros de edificio, charlan unos minutos en la acera “porque no todo va a ser trabajar”. A ella le parece “de maravilla” el espacio recuperado. Él se alegra de que se haya eliminado un enclave “muy sucio, lleno de excrementos”. No muy lejos avanza apresurado un hombre, camino del paso de cebra, el único que en el sondeo se muestra en contra abiertamente del cambio. “Me parece fatal, se formarán más atascos”, pronostica.
En el taller Cuenta Kilómetros, Antonio y José Manuel, asalariados de bata blanca, observan la foto de los 50, de cuando el abuelo del dueño montó el establecimiento. Discuten un rato sobre cuándo se construyó el metro de Avenida de América, que está a la vuelta de la esquina (fue en el 73, después del 'scalextric’). Hoy la estación del subterráneo es de las mayores de Madrid, pero la vía elevada ya no está. Tanta conciencia del pasado invita a Antonio a la prudencia sobre el futuro: “Hasta que no esté hecho, no sabremos qué pasará”.
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