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OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

Mónica Zas Marcos

3 de octubre de 2020 21:26 h

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“Madrid es España dentro de España”. La metáfora es de la presidenta autonómica Isabel Díaz Ayuso, y venía a decir que “todo el mundo la usa”, que “todo el mundo pasa por aquí”. Pero últimamente Madrid solo saca el pañuelo blanco para despedirse de esa España que se le escapa entre las costuras a una ciudad herida por la COVID-19 y un ambiente político en llamas.

Muchos jóvenes que llegaron tirando del cliché de la maleta llena de ilusiones se están dando la vuelta empujados por una situación laboral y personal incierta. El 41,7% de los españoles de entre 20 y 30 años no tiene trabajo, según los datos de julio del Eurostat. La tasa más alta de Europa. Son los grandes castigados por la pandemia de coronavirus en ese sentido, ya que ha fulminado las salidas profesionales que antes les arrastraban hasta Madrid, “la ciudad de las oportunidades”. 

No ayuda que la región sea el epicentro del virus en toda España. Muchos huyen en previsión a un cierre de fronteras entre territorios más estricto que les impida ver a sus familias como ocurrió en marzo. La política madrileña, sus vaivenes de medidas y la afrenta hacia el Gobierno hacen que se esté produciendo un pequeño éxodo, todavía difícil de medir en cifras. 



Algo en lo que sí acertaba Ayuso era en lo difícil que resulta cuantificar a la gente en Madrid, ya sea de paso o residentes. No obstante, como muestran los datos del padrón del gráfico anterior, además de las bajas entre las personas de tercera edad, otro gran grupo que se ha reducido en la ciudad es el que abarca de los 20 a los 40 años. Un segmento de población que sufre la precariedad en propias carnes sin ver que el nivel de vida se adapte al duro golpe. Al final, el precio del alquiler e incluso el de una caña en un bar marcan la diferencia a la hora de elegir domicilio para los próximos meses. 

Pero existe otra razón abstracta y que comparten todos los protagonistas de esta diáspora: el Madrid nocturno, rebelde, multicultural y verbenero que les atrapó en su día ya no existe y no tiene pinta de que vaya a volver por el momento. El coronavirus ha impuesto un ritmo pausado que no encaja con una ciudad superpoblada, costosa y frenética. Forzados por las circunstancias, los doce testimonios siguientes ponen rostro a un goteo incesante de vidas y de talentos que, aunque todo pase, no siempre estarían dispuestos a regresar.

Razón 1: precariedad laboral

David (29 años) ha cogido las tijeras con las que antes cortaba el pelo a los vecinos de Delicias y se las ha llevado de vuelta a Tenerife. “Era el más reciente de la peluquería y sabía que iban a despedirme”, cuenta ya desde Canarias. “Como todo apuntaba a una segunda ola en otoño, decidí no arriesgarme y volver a mi tierra puesto que en Madrid estaba solo”, reconoce. No le costó rehacer su vida profesional allí, dado que menos de un mes después de llegar ya tenía trabajo en una barbería.

Oscar, de 28 años, no ha tenido la misma suerte. Hace diez llegó desde un pequeño pueblo de Cuenca a la capital para estudiar periodismo en la Complutense. “Me gustaba la ciudad y todo lo que venía con ella: la independencia y conocer a gente nueva”. Por eso, este regreso ha sido doblemente duro. Trabajaba de comercial en una empresa que le despidió junto a otros tres compañeros nada más comenzar la pandemia y le ofreció contratarle en negro: “Me iba a pagar en B y encima me iba a bajar el sueldo, no era de mi gusto pero sabía que encontrar algo de nuevo era imposible”, así que cogió la maleta e hizo el mismo camino de hace una década en sentido contrario. 

“Puse en marcha nuevos proyectos, como lanzar una casa rural y ayudar a mi cuñado a montar una web de productos relacionados con lana ecológica”, detalla. “Creo que una oferta seria desde Madrid tardará en llegar”, se lamenta. Con la mirada puesta en un futuro en la capital, pero sin fecha de regreso, está también Marta Fierro, reconocida como Eme DJ (38 años). “Salí de Malasaña para volver a Sada, Coruña, donde vive mi madre. No podía ni pagar Internet. Era imposible seguir en el centro de Madrid por los gastos y por la terrible sensación de angustia y ansiedad que provoca en estos días”, explica la disc jockey. “No es una retirada, son las circunstancias”, asegura.

También las hay que se marchan mucho más lejos y con una sensación de que, sin pandemia, la ciudad de Madrid tampoco les ofrecería un buen futuro profesional. “Llegué de Sidney, estuve ocho meses buscando trabajo y no me salió ni una entrevista”, cuenta Noelia (27 años). Con tan solo dos correos electrónicos, recibió dos propuestas de trabajo en importantes hoteles de Reino Unido, donde reside y es recepcionista desde hace un tiempo. “Mi jefa me dijo que Londres estaba lleno de oportunidades porque no es un país con titulitis y que ellos me iban a formar”, dice esta madrileña graduada en Turismo. 

Actualmente está en un ERTE en el que el Gobierno británico le paga el 80% del sueldo y ni con esas se plantea volver: “En Madrid hay tantas cosas que me cabrean… se aprovechan de la gente sin experiencia con los contratos en prácticas, encima te tienes que conformar con lo primero que te dan y que estar agradecido por tener un trabajo de mierda”, compara. “Aquí te ayudan: soy inmigrante, casi no he pagado impuestos y eso lo valoro muchísimo”. 

Otra madrileña exiliada es Margo (31 años). En su caso, ni un ERTE ni un despido propio le han empujado fuera, sino la situación laboral de su pareja. “Él abrió un restaurante justo antes de la pandemia y evidentemente tuvo que cerrar”, desvela. “Este verano, nos vinimos a Irún de vacaciones y estando aquí le salió trabajo, así que decidimos no separarnos ni pagar dos alquileres, ya que la aseguradora donde estoy me permite teletrabajar”, cuenta esta administrativa desde Guipuzcoa. 

Y es que no todas las historias tienen un componente de precariedad laboral detrás, pero sí de precariedad habitacional. Los precios de los alquileres madrileños no se corresponden en absoluto con los sueldos que pagan sus sectores. Por eso muchos jóvenes han abrazado el teletrabajo casi desde cualquier otra comunidad autónoma.

Razón 2: alquileres prohibitivos

La última conclusión del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España es que, en Madrid, los jóvenes deben destinar un 105% de su sueldo para cubrir un alquiler medio. Al mes, el 40% de los ingresos que entran en su cuenta. No es de extrañar que este sea el punto de encuentro entre testimonios como el de Lucía, de 28 años, que trabaja como community manager en el proyecto de Movistar eSports, ahora desde Trujillo. 

“Desde dos semanas antes del estado de alarma mi empresa ya me permitió teletrabajar y llevo desde entonces pagando un alquiler en una ciudad de la que me he ido. Una ciudad que, por las circunstancias, empezaba a comerme”, desvela esta periodista de formación. “Me siento afortunada sabiendo que mantengo un trabajo 'de lo mío' en una industria que, además, ha crecido; pero la realidad es que ha sido un año muy difícil, en el que he tenido que renunciar a los aspectos que más me motivaban de él, como los eventos”, cuenta esta extremeña.

“Tengo la sensación de que el largo plazo ya no existe y de que, mire a donde mire, solo hay incertidumbre”, resume Lucía. “Ha pasado de ser la ciudad de las oportunidades a perderlo todo”. Una impresión que se repite y que, unida a un precio del alquiler prohibitivo, está impulsando a otros jóvenes, como Javier (26 años), a tomar la decisión de mudarse.

“Madrid es una ciudad que puede llegar a ser muy hostil en cuanto a condiciones de vida. Se acepta vivir en un piso interior de 40 metros cuadrados pagando 800 euros al mes, con evidentes problemas de ventilación o intimidad y se renuncia a tener más vida social porque, precisamente por el problema de la vivienda, cada conocido vive en puntos opuestos”, explica este joven que prepara una oposición al Estado. Por eso, él y su pareja se mudaron a principios de verano a Lanzarote. “Pagando menos que en Madrid, tenemos una casa completamente exterior, en unas condiciones excelentes y con vistas al mar, que nos queda a 50 metros”, compara Javier.

Su paisano David comparte que, a diferencia de Canarias, “el inconveniente principal de Madrid era el económico y que el alto precio de los alquileres dificultaba llevar una vida cómoda”. Incluso los originarios de la capital creen que, en los últimos tiempos, “alquilar vivienda en el centro era casi una manera de renunciar a los planes sociales”. Así piensa Margo, que como el 82% de los jóvenes madrileños, según Idealista, ya no estaba satisfecha con su casa. Ni siquiera últimamente con su ubicación, en Ribera de Curtidores, “una zona llena de terrazas, cada vez más ruidosa y donde trabajar con la ventana abierta era impensable”.

La posibilidad de un encierro entre cuatro paredes pequeñas y caras también fue lo que animó a Lucía a volver a Trujillo. “Durante el estado de alarma lo que peor llevé fue no poder ir a Extremadura a ver a mi familia, y ante la inestabilidad política que veo en Madrid, encontrándome con la perspectiva de otro encierro, mi primer pensamiento ha sido que esta vez no lo pasaría alejada de ellos”, afirma. 

“Salir de Madrid me hace estar más 'tranquila' porque no me siento en el centro del problema y porque estoy con mi familia. Además, tal y como está el panorama y con los rifirrafes constantes del gobierno, creo que siempre será mucho más fácil entrar en la capital que salir de ella”, incide la experta en eSports. Lo mismo le ocurrió a Marta (25 años), que después de perder a su tía en Zafra durante la primera ola de coronavirus, decidió regresar al pueblo para estar cerca de los suyos. 

Razón 3: incertidumbre política y sanitaria

Marta trabaja en el departamento de recursos humanos de una empresa de contratación temporal. En su competitivo sector, sabía que la única manera de brillar era mudándose a Madrid. Y eso hizo. Sin embargo, la pandemia ha dado la vuelta por completo a sus prioridades: “No estar ahí cuando falleció mi tía fue el motivo que más pesó a la hora de volver a casa”, reconoce desde un pequeño pueblo de Badajoz. Además, la incertidumbre política respecto a las medidas y los datos de casos positivos han terminado por refrendar su decisión.

Para Sergio (28 años), que acaba de regresar a Villamayor de Santiago, un pueblo cercano a Toledo, la principal razón es “la sensación de poca seguridad frente al virus”. Este desarrollador web echaba en falta “tranquilidad, menos ruido, casas grandes, espacios más abiertos en la calle” y, de paso, “poder ayudar a la economía del pueblo frente al despoblamiento”. 

Rocío, trabajadora social de 28 años recién regresada a Badajoz, tenía la misma sensación de exposición al virus en la capital. Para ella, el dilema era tener que usar a diario el transporte público. “La vida en Madrid es ahora bastante complicada: la gente hacinada en el metro, nada de distancias de seguridad y las calles siempre abarrotadas, es una locura”, explica. Antes de la pandemia, iba todos los días a Villaverde para ayudar a niños en riesgo de exclusión y, después del confinamiento, su sensación es que Madrid “no todo es Malasaña y no es tan bonito”. “No acoge ni a los suyos”, sentencia. “Yo me movía por barrios olvidados donde la gente no tenía cómo ganarse la vida, han pasado hambre y ni siquiera les han gestionado la renta mínima”, analiza. 

En su caso, el mayor cambio que ha experimentado en su tierra es que “el día a día es súper cómodo y te sientes más segura”, remarca. “Yo le doy mucha importancia al tema de socializar en la calle y aquí es todo más cercano. Además, en Madrid me frustraba tener que ir al día a nivel económico y no solo por el alquiler, sino por el nivel de vida en general, porque allí puedes hacer planes dos veces al mes”, diferencia. Inevitablemente, las ciudades más pequeñas y asequibles son un atractivo importante para personas “que cobran cuatro duros”. Pero también la falta de masificación y la búsqueda de aire fresco. 

Razón 4: ritmo y calidad de vida

“Aquí hay una cosa que hay que tener muy clara. Madrid, al haber sido pensada para generar negocio, con muy poco respeto por el aire libre y la naturaleza, centra su atractivo en su cultura y su ocio de interior”, cree Javier. “Durante una pandemia, una ciudad que no da buenas casas a sus ciudadanos, ni un aire limpio, ni más zonas verdes se transforma en un desierto, que ofrece muy poco con respecto a otros muchos sitios”.

Una opinión que comparte Soraia (28 años) que ha pasado de trabajar en una gran empresa de Madrid a opositar a policía local en Pamplona, de donde procede. “Si no hubiese habido pandemia, habría tardado más en tomar la decisión por el propio ritmo agitado de la ciudad”, sopesa. En Pamplona, uno de los puntos junto a Madrid más azotados por el coronavirus, sin embargo no le angustiaría vivir otro confinamiento: “Si voy a por el pan ya paso por dos o tres zonas verdes”.

“Aquí, el aire de la propia ciudad es puro, es fresco. El ambiente no es frenético y no solo por la cantidad de coches que hay en la capital. La gente yendo por la calle se mira a la cara y, en tu día a día, al final afecta”, resume Soraia. Además, “en Madrid la hierba sobrevive, no vive. Para pisar algo parecido al campo necesitas tiempo y coche, es decir, dinero”, explica. A ella, tener la oportunidad de “hacer surf un día de diario” o de “invertir los paseos durante el confinamiento por la montaña y no por la Castellana” es sinónimo de calidad de vida. Lo mismo que para Javier: “Hacemos trayectos en bici por la naturaleza, tenemos gimnasios con amplias zonas al aire libre y vistas al mar y es muy sencillo coger y, en muy poco tiempo, organizar una ruta senderista”.

Aunque fuera más asfixiante, a muchos de ellos se les escapa la nostalgia por el “antiguo Madrid”. Echan de menos una esencia que, a base de restricciones, mala gestión y una curva siempre ascendente, se ha perdido. “Desde la distancia, aunque parece que ha mejorado con el tiempo, se ha perdido la vida de la ciudad”, piensa Gabriel, project manager de una multinacional tecnológica que desde el principio de la pandemia cambió el ajetreo de Atocha por el sosiego de Betanzos, en Galicia.

Razón 5: nostalgia por el Madrid “verbenero”

“Los planes improvisados, alternativos, y la rica oferta gastronómica o cultural que tanto caracterizan a Madrid se han visto mermados notablemente”, cree Gabriel. Nadie mejor para probarlo que Eme DJ, que a pesar de seguir dando clases online y actualizando su libro, Mamá quiero ser DJ, está “parada y sin trabajo porque está prohibido bailar”. “Madrid ahora mismo no existe. No es el Madrid que conocíamos. Puedo entender todo lo que ha provocado la pandemia, pero no que las autoridades no hayan mantenido su seña de identidad”, señala.

“No han apoyado a los locales, a los artistas ni a la cultura como sí han hecho otros sitios hasta donde han podido. Y eso va a destruir Madrid. Haber tratado a la cultura y a la noche como focos de contagio es algo tan inexplicable... No sé cómo va a poder recuperarse eso”, se lamenta. “Madrid era una ciudad nocturna y, si le quitas eso, le quitas todo”, comparte Soraia.

“Posiblemente se haya perdido un poco esa esencia de cercanía, de irte de cañas y de pasarlo bien con tus amigos”, cree David, el peluquero canario. “Pero ahora solo queda respetar las restricciones y esperar poder volver a una nueva normalidad que se acerque lo máximo posible a la que teníamos”, dice más apaciguador.

Para Lucía, en cambio, “aunque suene drástico, lo ha perdido todo”. “Creo que todos los que venimos a Madrid de fuera tenemos claro que buscamos algo diferente a lo que dejamos atrás. En mi caso, oportunidades de crecer, de conocer gente y de hacer planes que nunca hubiera hecho en mi pueblo. Lo que ocurre ahora, al menos para mí, es que la realidad de Madrid se ha reducido a una idea: que es el principal foco del virus en España”, razona.

Conclusión: ¿Operación retorno?

Después de todo lo expuesto, solo queda lugar para una pregunta: “¿Habrá retorno?”. “No me queda otra por mi trabajo”, piensa Marta, la trabajadora de RRHH de Zafra. Su prima, Rocío, ha tomado otra decisión de forma más tajante: “Le debo mucho a Madrid, pero no me gusta, me quedo buscando ofertas de trabajadora social en Badajoz”. 

Soraia directamente está opositando en su Pamplona natal y, aunque sea vida de pueblo, a Lucía le llama lo suficiente Trujillo como para no pensar en volver: “La verdad es que no, no volvería. A pesar de que las circunstancias no han sido las ideales, teletrabajar me ha devuelto el recurso más preciado y que más me quitaba Madrid: el tiempo. Y aunque echaría de menos la capital en muchos aspectos, mi vuelta sería esporádica, no definitiva”. Noelia, desde Londres, no se lo plantea por lo menos “hasta dentro de 10 años”.

David está a gusto en tierras canarias y en su peluquería: “Actualmente no lo contemplo, tampoco lo descarto, pero como ya mencioné debería tener esa ”nueva normalidad“ y perder ese miedo al contagio”. Y, aunque Javier adora Lanzarote, “por motivos laborales, míos y de mi pareja, con bastante seguridad tendremos que volver”.

Sergio aprovecha para lanzar un mensaje a las empresas que, como la suya, aún siguen viendo el teletrabajo con suspicacia. “Además de ser la recomendación del Gobierno, muchos trabajos se pueden hacer perfectamente en remoto”. Margo espera que su aseguradora también deje de ser tan “tradicional” al respecto y le permita quedarse con su pareja en Irún.

En el lado contrario, Gabriel está “deseando” volver de Galicia: “Ojalá recuperemos algo de normalidad y pueda hacerlo pronto”. Una perspectiva muy parecida a la de Oscar, a quien si el mercado madrileño le ofreciese un puesto menos precario que lo que tiene, “lo meditaría seriamente”. Por último, Eme DJ, aspira a lo mismo, pero una pátina agridulce empaña su ilusión: “Para que Madrid sea habitable, acogedor y divertido aún falta mucho. Echo de menos mi casa, mi vida allí, mi independencia, mis amigos… pero estoy en un limbo un poco raro. Incertidumbre total, depresión y ansiedad porque ni siquiera sé si podré volver a trabajar de lo mío, que es lo único que he hecho los últimos 20 años para ganarme la vida”.

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