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Betsabeé Romero: una oda a la flor artesanal

Betsabeé Romero, ante la Casa de México | DAVID SOMELLERA

Somos Chamberí

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Por David Somellera

Conocí el arte de Betsabeé Romero con su pieza de 2007 No todo lo que brilla es verde. La obra estaba expuesta en la fuente de la glorieta Citlaltépetl de la Colonia Condesa en la Ciudad de México. Betsabeé colocó en torno al surtidor de agua, carcasas de “taxis ecológicos”, vehículos defeños inmortales en la memoria de los citadinos por su color verde chiclamino. Los transeúntes vieron, por varios días, los esqueletos blanquecinos de los “bochos” flotando entre lirios y detritus orgánicos.

Varios años después de este primer encuentro con el arte de Betsabeé, he tenido el placer de conocerla en la inauguración de la Casa de México en Madrid. La Casa es un palacete de la década de los años veinte del siglo pasado diseñado por el arquitecto Luis Bellido en la calle Alberto Aguilera 20 y rehabilitado por los arquitectos Jaime Arena Cervantes y Riveiro & Baselga. La institución está regida por la Fundación Casa de México, integrada en la Embajada de México en España.

La Casa se hermana, océano por medio, con el Centro Cultural de España en México por sus objetivos de difusión cultural. La Casa y el Centro se ubican en edificios singulares cedidos por España (Ayuntamiento de Madrid) y por México, que ofreció un edificio histórico a espaldas de la Catedral metropolitana de la Ciudad de México.

Para la inauguración, el pasado primero de octubre, la artista mexicana intervino el interior y el exterior de la Casa de México. Vistió el lugar de flores de papel de color naranja y morado emulando las flores nativas que se dan en esta época en México y que se ponen en los altares tradicionales de las casas para la celebración de los días de muertos. Además, Betsabeé ha presentado la exposición Círculos tejidos de caucho, papel y espejo. En esta ocasión utiliza objetos como espejos, llantas, papel picado, banderas y rebozos que interviene a través de distintas técnicas, como el esmerilado, el grabado o el bordado. Exhibe también fotos que recuerdan la intervención de coches en varias colonias de la Ciudad de México.

Para hablar de su arte y de su vida, Betsabeé y yo nos reunimos en el lobby del Hotel Leonardo donde se hospedaba, ubicado a un costado de la Casa de México.

P: ¿Cómo nació tu afición a “tunear” los coches abandonados?

R: Nací en la ciudad de México, en la calle de Toledo de la Colonia Álamos, una colonia muy “pambolera”.Tuve una infancia muy orientada hacia la cultura de la calle, crecí jugando fútbol entre autos que a veces funcionaban como dormitorios. Tanto en esta colonia como en la Colonia Doctores los carros (coches) son tan inmuebles como las casas. Hay carros que han estado estacionados en la calle veinte o treinta años. De ahí que me aficioné a modificar, intervenir o “tunear” los carros abandonados. La mayoría de ellos son carros viejitos u “oldies” que vivieron una mejor época.

¿Qué estudiaste antes de evolucionar como artista?

Yo estudié comunicación, mi acercamiento a la mirada de las cosas es muy semiótico y lingüístico. Trabajé haciendo investigación porque esa fue mi especialidad, me tocó hacer análisis de imágenes publicitarias y de campañas publicitarias, por ejemplo para la empresa de neumáticos Goodyear. Debido a esta y otras campañas comencé toda una reflexión sobre el auto como un objeto simbólico en el imaginario colectivo de los mexicanos. Así fue como me clavé en la idea del carro y de las llantas pero desde una perspectiva antropológica, es decir entender el paisaje citadino a partir de la huella que dejan las llantas de los coches. Esta idea la concreté cuando estudié pintura en San Carlos: ahí me di cuenta de que lo mío era el arte y sus metáforas, por lo que concluí con estudios de arte en París con especialidad en pintura.

¿Podríamos hablar de la poética de tu arte?

En México las imágenes a las que recurrimos son parte de un  enorme palimpsesto en el que unas se sobreponen a otras. Somos una cultura que va cicatrizando cosas, hacemos incisiones y dejamos huellas. El arte va más allá de una huella o una pincelada, estamos obligados a incidir más profundamente en la memoria. En mi trabajo mi idea es incidir como una cicatriz más, y evocar las cicatrices que ya están hechas para recordarlas, curarlas o dignificarlas.

¿Qué me puedes decir de la llanta como un soporte para tu arte?

La llanta para mí es un dispositivo simbólico que por su forma nos permite analizar el aspecto circular de la historia. La utilizo como una reversa antropológica de un objeto que no solo reciclo porque es basura, la reciclo como un instrumento de memoria. Además de la pintura también me clavé en la técnica del grabado, así que yo hago huella en la llanta a través de este labrado, pero no para ayudar a este objeto para que pase velozmente como la gente común la utiliza, que es atropellando y dejando las cosas atrás, sino para imprimir y dejar una huella de lo que se ha atropellado y se ha dejado para el olvido. Además de que está hecha de caucho que es un material que tiene una historia de explotación de Europa hacia América y África por lo que llamo al caucho las “lágrimas negras” de la colonización.

¿Cómo hiciste que la llanta y los autos fueran parte de tu poética como artista?

Mi trabajo parte del carro y de los carros estacionados que había en la Colonia Álamos y en las otras colonias aledañas. La primera bienal internacional en la que participé fue la de InSite hace 20 años que tiene lugar entre Tijuana y San Diego. Ahí fue la primera vez que arreglé un auto. Fue un Ford Victoria 55, lo que hice fue cubrirlo con un “ayate” y a la pieza le puse “ayate car” y lo puse en la Colonia Libertad que es la más antigua en movimientos de resistencia cultural. Fue ahí donde se hicieron famosos los latinos por su forma de arreglar los coches; a esto se le llamó la cultura de “lowrider car”. El ayate lo pinté al óleo, y lo que dibujé fueron unas rosas. El carro lo dejamos justo en la frontera, y adentro puse diez mil rosas secas. La idea de esta pieza del “ayate car” es que, irónicamente, pedía la aparición de una virgen porque sólo un milagro podía salvar la situación de los migrantes, ya que los políticos no lo iban a hacer. El carro lo coloqué mirando a México, simulando el regreso de los migrantes a su país. La gente de la colonia me ayudó a colocarlo y a cuidarlo. Una vez que se tomó la foto de la pieza yo les di las llaves para que lo abrieran y lo pudieran mover; al final la gente local creó su propia interpretación de la pieza.

¿Me podrías hablar de tu intervención “no todo lo que brilla es verde”?

Tiene que ver con la falsedad del verde para abanderar cosas ecológicas. Ya que en México ni el partido verde es realmente verde ni los ecotaxis verdes eran para nada ni ecológicos ni seguros. De esta manera, trajimos 3 toneladas de lirio de Xochimilco y las pusimos en la fuente de Citlaltepetl en la Condesa y ahí sumergimos unos ecotaxis. Los lirios  son igualmente una plaga que aunque puede verse linda en algunos casos, asfixia y mata las especies de los canales. Así que por eso decidí combinar esos temas verdes de la Ciudad para hablar de cómo no todo lo verde es como lo pintan.

¿Cómo trabajas actualmente?

He trabajado muchos años en ferias de arte, en galerías, pero desde hace como diez años me han estado invitando a museos, llevo un periodo largo de trabajar en museos grandes y universidades. Trabajo con las escuelas de arte, hago producción con los alumnos a través de talleres educativos; es un territorio de trabajo muy amplio y muy interesante. Parte de mi trabajo es hacerlo con gente de donde se hacen las instalaciones. Yo siempre he creído que mis intervenciones e instalaciones van más allá de las galerías: mi trabajo es una reproducción de la cultura popular por lo que pertenece a la calle, no a las galerías ni a los museos.

¿Podrías ahondar sobre el uso de dispositivos simbólicos en tu obra como son las flores y altares?

Yo vengo de dos familias diferentes: mi papá es de Oaxaca y mi mamá es de la Ciudad de México, pero mi abuela por parte de mi mamá era de Hidalgo. Mis dos abuelas vivieron en mi casa por mucho tiempo, cada una ponía su altar según sus costumbres. A mis abuelos nunca los pude ver porque los mataron por razones políticas, pero los conocí por lo que mis abuelas les ofrendaban los días de muertos. Los altares son dispositivos de memoria, y están muy diferenciados por regiones y por familias. Viendo a mis abuelas poner los altares  fue como aprendí yo a hacerlos. Yo he trabajado la flor como elemento artístico en varias de mis intervenciones; lo que hice en el Zócalo en el 2016 es un ejemplo, ahí llevé 113 trajineras que estaban adornadas con flores, cada trajinera llevaba el nombre de personas que habían muerto ese año.

¿Cómo fue tu experiencia en cuanto a la intervención en la Casa de México?

Para intervenir los balcones la fachada y el interior de la Casa de México utilicé principalmente flores, como elementos primigenios que se usan en las ofrendas mexicanas. Yo uso las flores sobre todo por su color, creo que la artesanía mexicana le ofrece al mundo los colores, pienso que el color está más del lado espiritual que del racional, por eso una cultura racional le teme al color, porque el poder del color no está en los países occidentales. Para esta intervención utilicé más de sesenta mil flores artificiales que me traje del Mercado de Jamaica. Yo normalmente uso flor natural de “cempasúchil” flores vivas, pero  en una intervención de este tipo tuve que usar flores artesanales.

¿Cómo crees que la gente responda al uso de estos dispositivos simbólicos como los arcos de flores que pones en los balcones que emulan un altar de muertos?

El “mainstream” del arte contemporáneo no acepta todavía los ritos populares y caseros que son poco racionales. Siento que me faltó integrar las velas en la arquitectura del lugar, pero lo que sí resalta es el colorido de las flores; a veces uno se ve restringido por el espacio, y no puede poner todo lo que quiere, la Casa de México no está hecha para hacer intervenciones, sin embargo lo hice. Creo que las intervenciones están hechas para ser transitables, para crearles un entorno donde el visitante pueda transitar y participar. Así hacían mis abuelas sus altares; primero quitaban los muebles, escogían su sitio, y ahí ponían y adornaban el altar, que en México es de tres pisos. Cuando vine la primera vez a conocer la Casa hace un mes y medio, vi los balcones y pensé en unos arcos que yo ya tenía y justo le quedaron. Los arcos los usé en la intervención que hice en el Zócalo en 2016 para día de muertos,  iban en la parte de arriba de la trajinera, y llevaban el nombre de uno de los muertos que fallecieron ese año, muchos caídos por la violencia desmedida que vive el país. Esta intervención de nombre “Canto al Agua” se realizó en 2016 y en total se colocaron 113 trajineras donde la gente participaba y por igual las intervenía.

¿Cómo podrías definir esta exposición para animar a los chamberileros y al resto de  madrileños a venir?

Un mundo de sombras es un mundo sin color, si Dios codifica la luz toca recuperar el color de la penumbra, de una oscuridad rotunda y vasta tendremos que tatuar y dibujar las nuevas tramas reflejar la delgadez y la fragilidad de papel y sus cálidos recortes. Delgado epíteto de la celebración que trasmina su luz, hacia el asfalto hasta atravesar los muros para hacer renacer el otro lado de las sombras, inverosímiles reflejos cálidos y coloridos, vitrales transparentes e intangibles de la memoria de sus entrañas siempre vivas…

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