Ni el estar desde 1995 cobrando puntualmente una renta, nada baja, por otra parte, ha ablandado al casero del Pez Gordo para aceptar la rebaja en el alquiler del local que le pedían Alexander Rubio y su mujer, Rocío, dueños de este bar, para así poder continuar al frente de uno de los clásicos de Malasaña.
Este miércoles será su último día. Sus clientes tendrán hasta las 23 horas para pasar a despedirse de él y, además, si lo desean, para llevarse un recuerdo del mismo porque todo está a la venta por unos simbólicos 5 euros, incluidos los característicos carteles de teatro y las fotografías que cubren sus paredes.
El Pez Gordo cuenta en su web cómo llegó al barrio: “Desde el mar del buen hacer, nadando por un río de amigos, jóvenes y no tan jóvenes, público y artistas de los teatros de la zona, bohemios y demás gentes, el Pez se hizo Gordo y se plantó en pleno barrio de Malasaña”. Ahora, Alexander explica de esta forma a Somos Malasaña el porqué de su adiós: “Con la llegada de la crisis de la Covid-19 el casero no nos ha querido rebajar nada de los 5.300 euros mensuales que nos cobra y eso nos ha matado. Tratamos de negociar con él pero no ha sido flexible. No sacamos dinero para lo que le debemos pagar. Yo llevo un año sin ganar ni sueldo ni nada”.
Juan Carlos Ruiz, vecino de la calle Pez, cuenta que debió de ser el primero o el segundo cliente que tuvo este bar hace ya 26 años. “Por aquel entonces, todos bares que habían en la calle eran bares de viejo como Hermanos Campa, el Palentino o el Dos Passos y el Pez Gordo fue el primero que abrió por aquí con una estética y una carta diferentes. Sus tapas eran algo más elaboradas: migas almerienses, ventresca encebollada... Era un sitio pensado para picar algo sentado en una mesa. Supuso una ruptura con la oferta que había”, recuerda.
Al estar situado cerca del Teatro Alfil, el bar muy pronto se convirtió en el lugar donde tomar algo antes o después de entrar a ver una obra y donde se reunían los propios actores que pasaban por el Alfil que, poco a poco, fueron también llenando de posters y fotografías de obras el lugar. No era difícil ver por allí a gentes de la farándula nacional e internacional y a muchos músicos. Juan Carlos González, otro vecino de Malasaña, recuerda cómo una noche se encontró allí a Edward James Olmos, el inolvidable teniente Castillo de Corrupción en Miami, comandante en la serie Battlestar Galactica y detective en Blade Runner, y cuenta también que Andrés Calamaro era uno de los habituales de este lugar cuando vivía en Pez. A quien no vio González en el bar fue a Audrey Tatou, protagonista de Amélie, pero la actriz francesa estar estuvo y dejó su huella en forma de firma en un cartel de la película que la hizo famosa.
Por descontado, el Pez Gordo también tenía sus parroquianos fijos, esos que se instalaban en la barra para pasar en ella casi más horas que en su propia casa. Uno de ellos, el holandés Maurits Mulder, es el autor de las emblemáticas fotografías de jazz que han decorado el bar durante años.
Antes de que el Pez Gordo abriera en el número 6 de la calle del Pez el local estuvo ocupado por un bar que regentaba una señora asturiana y antes aún era una tienda en la que se vendían electrodomésticos, rememora Alexander Rubio, colombiano, quien entró como camarero en este espacio cuando lo abrieron tres amigos -Marcos, Paco y Luis- que un par años después se lo traspasaron.
Apenado, Alexander indica que después de haber pasado 24 años como camarero no tiene plan B para después de cerrar el bar, algo que, al menos, va a poder hacer sin deuda alguna e indemnizando como corresponde a los tres trabajadores que tenía. “No sé en qué me voy a reinventar”, dice. “Es duro, pero todo pasa y no hay mal que dure 100 años dure ni cuerpo que lo resista. Así que toca echar hacia adelante. Lo que sí quisiera es dar las gracias a todas las personas que han pasado por el Pez Gordo a lo largo de todos estos años. Hemos tenido una gran clientela”.