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El asalto a la sede de Falange de Cuatro Caminos que Trapiello se encontró habla de la geografía de la resistencia

Detalle de la ilustración de porrtada de Madrid. 1. A945 que refleja la calle Ávila, donde se produjo el asalto a la sede de Falange. Al fondo, la atracción regentada por un viejo anarquista compinchado con los guerrilleros comunistas

Luis de la Cruz

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El pasado mes de septiembre el escritor Andrés Trapiello presentó –sin mucha publicidad– su último libro, Madrid 1945, en la Junta de Distrito de Tetuán. El volumen es una reedición aumentada de La noche de los Cuatro Caminos, que ya tuvo un éxito considerable en 2001. Trapiello hacía así un alto en su gira de presentaciones a la prensa en el barrio donde sucedieron los hechos que narra: el asalto en febrero de 1945 a la subdelegación de Falange de Cuatro Caminos por parte de unos guerrilleros urbanos comunistas, que ocasionaron la muerte del falangista Martín Mora y el conserje David Lara.

En el primer libro, Trapiello trazaba una exhaustiva reconstrucción del caso a través, sobre todo, del sumario de los encausados. A pesar del tratamiento periodístico del texto, el origen de la investigación en primera persona dotaba ya al primer libro de un pellizco azaroso muy atrayente. El propio interés del caso, muy olvidado en su momento –y aún podríamos decir que hoy– terminaba de hacer de La noche de los cuatro caminos un libro de indudable interés en el que lo que más chirrían son algunas notas de contexto aportadas por el autor (que se hace eco, por ejemplo, de leyendas entorno al bohemio Pedro Luis de Gálvez de dudosa credibilidad).

El escritor dio con la historia de La noche de los Cuatro Caminos, padre de este Madrid.1945 , en un puesto de libros de lance de la Cuesta de Moyano, donde, es sabido, es cliente habitual. Aquellos papeles eran un dossier con el “informe especial nº 48” perteneciente a la Dirección General de Seguridad, y en él detallaba la actividad de militantes comunistas en Madrid y todo lo concerniente a la detención del grupo que los policías llamaron “Guerrilleros de Ciudad”, protagonistas del relato. Ahora, ha ampliado notablemente la obra a través de nueva documentación, arrojando luz sobre algunos de los personajes cuya vida había quedado en sombra en el anterior volumen.

La repercusión del caso fue realmente formidable en su momento, con una cobertura amplia en ABC, Informaciones y El Alcázar. Lo normal es que los guerrilleros –comúnmente conocidos como maquis– fueran tratados por la prensa de bandoleros o delincuentes, razón por la cual los investigadores de hoy deben redoblar sus esfuerzos para rescatar el rastro de la resistencia interior durante el franquismo. Sin embargo, el caso fue utilizado por el Régimen como piedra angular de una campaña de propaganda internacional (todo apuntaba a que el aliado Alemán perdería la guerra) y elemento de cohesión interna alrededor del anticomunismo. El franquismo fue capaz de sacar a mucha gente en la manifestación de repulsa y los actos en recuerdo de los asesinados en la pequeña sede de Falange, en la calle Ávila, se sucedieron los años siguientes.

El juicio sumarísimo, instruido por un tribunal militar, acabó con pena de muerte para los cinco participantes en el asalto, Vitini (héroe de la resistencia francesa venido para impulsar la guerrilla) y Juan Casín (mando del partido con una imprenta en su casa que tiene gran importancia en el libro), además de doce años de prisión para otros tres participantes en la trama. Fueron ajusticiados en el acuartelamiento de Campamento y enterrados en una fosa común del cementerio de Carabanchel.

La guerrilla urbana y los rescoldos revolucionarios de las periferias

La guerilla urbana, de menor importancia y menos conocida que la rural, tuvo como principales escenarios las ciudades de Madrid y Barcelona. En la capital quiso ser importante, razón por la que se produjo la llegada de Vitini a Madrid en enero de 1945. La idea era que, si de hacer ruido se trataba, era necesario estar en el meollo del asunto.

El problema de la guerrilla urbana es que se enfrentaba a la necesidad de actuar en ciudades apuntaladas por las nuevas estructuras de control del Franquismo. El caso nos habla, a través de sus actores secundarios, de cómo la red de contactos y guaridas de la resistencia franquista se encontraba oculta en aquellos barrios populares y obreros que, solo unos años antes, habían sido la cantera de la revolución. Uno de los pasajes más sugerentes del libro es el que nos traslada a las labores de vigilancia de la sede de Falange en unas barcas-columpio de la calle de Ávila regentadas por un viejo anarquista. A este hecho, hay que sumarle la mención de otros contactos necesarios para llevar a cabo el atentado, que nos sitúan en escenarios como el metro, un taller de la cercana calle de General Margallo, o la imprenta incautada al PCE escondida en Carabanchel Bajo.

Tras la caída del grupo de Vitini, el PCE mandaría a Cristino García –otro héroe de la resistencia– a recomponer la Agrupación Guerrillera de Madrid. Sin embargo, el grupo de García también caería, siendo ejecutados él y otros ocho militantes el 21 de febrero del 46. La agrupación siguió funcionando hasta el año siguiente y los objetivos alternaban la actividad en el centro de la ciudad (como una bomba en la delegación de Falange de Chamberí) y la periferia, a veces con objetivos pequeños, como importantes de comestibles donde ponían pequeños explosivos para protestar por el estraperlo y la carestía, o el asesinato de dos serenos confidentes en las calle Jaén y Topete (Cuatro Caminos).

Los contactos de las organizaciones políticas y sindicales con sus aparatos en el exilio y sus células interiores, continuaron produciéndose con frecuencia en los barrios periféricos también en otras organizaciones ajenas al PCE. El 4 de noviembre de 1946 asistimos a un tiroteo en el barrio de Tetuán, que en esta ocasión fue entre militantes de CNT y la guardia Civil. Se estaba preparando una huelga en Barcelona y se buscaban apoyos en Madrid. Los militantes cenetistas se entrevistaron con Cipriano Mera, un histórico de la confederal y vecino del barrio. Aquel día, los civiles asaltaron la casa donde estaban refugiados por la noche, pero los anarquistas les recibieron con una lluvia de balas. El tiroteo acabó en la calle, donde cayeron muertos dos agentes y Eusebio Liborio Lavija, jefe de la 2ª Agrupación.

El propio Trapiello desliza en el relato de su libro un detalle menor que llama la atención sobre el hecho de que, pese a la idea instaurada de que los viejos barrios rojos habían sido eficazmente pacificados, los rescoldos de la militancia, las trayectorias biográficas y el propio carácter periférico (no solo en cuanto a su situación geográfica) los convertía en la vía de escape para resistentes que siempre habían sido.

Tras el atentado, las fuerzas de seguridad interrogan a un tal Rafael Martínez Jaime, falangista, que declara ante el juez que los muchachos de la Escuadra de Franco que estaban bajo su mando habían salido aquella noche hacia las nueve y cuarto de una casa de la misma calle Ávila, en la que habían celebrado un baile. Se cruzaron entonces con un grupo que gritó “¡Viva la CNT y viva la FAI!”, lo que hizo que todos llegaran a las manos. Uno de los anarquistas salió huyendo por la calle Ávila hacia los Cuatro Caminos. Los falangistas le dieron caza y le propinaron una buena paliza. Esta anécdota menor, nos habla del clima de terror instaurado a pie de calle, pero también de la pervivencia silenciada del conflicto cuyo recuerdo se escurre entre los detalles de las grandes narraciones.

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