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Avenida de Reina Victoria: la diversidad como patrimonio urbano a preservar

Avenida Reina Victoria, desde el perfil de los Titanic

Luis de la Cruz

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El interés de una calle se puede medir bajo un sinfín de criterios. Sus paisajes y arquitecturas, su tejido comercial, la vivacidad de su día a día…Con frecuencia, los cánones estéticos aprecian la unidad de estilo: que la longitud de onda que forman los tejados no tenga altisonancias y la armonía estilística de sus edificaciones expulse los sobresaltos visuales. Sin embargo, existe un valor de los paisajes urbanos, el de la diversidad, que, de distintas maneras, puede dotar de densidad y valor una calle.

Pasear por un barrio poco planificado, hecho por la superposición de las modas estéticas y necesidades de sus habitantes, por ejemplo, supone un reto cognitivo constante por la variedad de estímulos, contradictorios, distintos de los que le llegan al paseante de un barrio más bonito. Una manzana de arquitectura victoriana, a la inglesa, pongamos por caso. Este ejercicio, tan incómodo como estimulante, se produce al caminar viejos arrabales subsumidos por el centro de una ciudad (podría ser Lavapiés) o barrios periféricos de suficiente antigüedad, como en Tetuán. La necesidad de mantener la atención…hasta para no perderse.

Hoy pasearemos uno de los límites de Tetuán, la Avenida de Reina Victoria junto con Raimundo Fernández Villaverde –pues forman una misma gran calle– a la luz de este paradigma: el de la diversidad. Si bien se trata de un eje principal que no participa del trazado informal de Tetuán, su carácter fronterizo entre el Madrid planificado en el Ensanche decimonónico y el coetáneo Madrid arrabalero puede leerse en la colección de edificaciones crecidas a la luz de diversos usos y estilos, como veremos.

La hipótesis del artículo es que dicha diversidad encierra en sí misma valores patrimoniales, que ayudan a leer esta parte de la ciudad. Por eso, la posible pérdida de las cocheras de Cuatro Caminos es grave más allá de su innegable valor como patrimonio industrial e independientemente de que sea, o no, obra del arquitecto Antonio Palacios. Su pérdida desmontaría parte de la densidad de un gran eje del norte de Madrid, como ya sucedió hace poco tiempo con el derribo del Taller de Precisión de Artillería, en Raimundo Fernández Villaverde.

El paseo lo empezamos en Nuevos Ministerios, dejando a izquierda y derecha el resumen del siglo XX madrileño nacido de la Guerra Civil. Aparentemente, nada tienen que ver la rotundidad escurialense de los Nuevos Ministerios con el estilo internacional de las torres de AZCA. Y, sin embargo, la obra de Secundino Zuazo, proyectada antes de la guerra, era la primera piedra del nuevo ensanche de Madrid por la Castellana, que habría de culminarse con un distrito de negocios y comercial que, proyectado en la posguerra, se alargaría en su construcción hasta la recta final del siglo XX. Primera enseñanza de la calle: puede existir coherencia en la lectura urbanística con resultados estéticos divergentes. Piedra y cristal se asientan sobre una misma secuencia en Raimundo Fernández Villaverde.

 En esta calle encontraremos, por cierto, otro peldaño de autarquía franquista. En el número 41 está la antigua Central Norte de Telefónica (1945-1949), que dio servicio a Tetuán y al crecimiento de la ciudad por el norte. Su pétreo aspecto compacto, emparentado estilísticamente con los cercanos ministerios, se vio comprometido con la reforma de los años sesenta, que añadió dos plantas al edificio. Los relieves de su gran pórtico son otro de los fogonazos visuales que recuerdan el carácter menos residencial de la calle y dejan recuerdos del desarrollo de las infraestructuras del nuevo Madrid.

A mano izquierda, en los pares, observamos también el rastro del Chamberí más residencial en forma de edificios de viviendas notables, a los que ahora vienen a sumarse los que están a punto de terminarse en el lugar donde estaba el TPA. Su pérdida durante la anterior legislatura supuso, en nuestra opinión, una muestra de desdén hacia la idea de diversidad como patrimonio que mueve este artículo.

Seguramente, el edificio más espectacular de la calle sea el Hospital de Jornaleros de San Francisco de Paula (Maudes) de Antonio Palacios y Joaquín Otamendi. Hoy nadie pone en cuestión el valor de este complejo de caliza con aspecto de castillo, pero de su historia reciente cabría aprender que el edificio estuvo abandonado y se salvó de la piqueta tras la lucha de asociaciones vecinales como El Organillo (Chamberí) y la Vecinal Cuatro Caminos-Tetuán. La memoria del edificio como hospital para jornaleros, donde Tina Modotti cuidara de La Pasionaria durante la guerra, tiene su correlato en Reina Victoria, como veremos.

Llegamos a la glorieta de Cuatro Caminos, donde se arremolinan legiones de viandantes y palomas. Un buen ejemplo de cómo la diversidad arquitectónica de un lugar puede servir como palimpsesto y cartilla para aprender a leer la ciudad, pese a no ser es la plaza más bonita. Del lado chamberilano,  siguen siendo perfectamente funcionales los restos de las instituciones del naciente barrio de los Cuatro Caminos, con su característico color ladrillo: la primera biblioteca popular de Madrid (la Ruiz Egea), el colegio Cervantes y, aunque ya no esté en uso, la casa de socorro del barrio. Si su permanencia es una lección acerca de cómo los elementos que articularon el nacimiento del área pueden permanecer integrados en su desarrollo posterior, en la misma acera –ya en Reina Victoria– encontramos otra respuesta posible para el patrimonio urbanístico e histórico de la ciudad. La fachada neomudéjar del antiguo mercado de San Antonio de Padua (1918) permanece integrada desde 2002 en un nuevo edificio, en el número 7 de la calle. Al margen de la opinión que nos produzca el nuevo edificio, donde está la Oficina de Atención a la Ciudadanía del Ayuntamiento, el arreglo evitó que se perdiera completamente este jalón de nuestra historia patrimonial.

Al otro lado de la glorieta, haciendo esquina y frente a un bloque recientemente curado de aluminosis, se alzan orgullosos los edificios Titanic, de Julián Otamendi y Casto Fernández-Shaw. Los colosos prolongan su impronta a través de otros edificios en la acera derecha de nuestro paseo, con una muralla de lienzos planos y molduras burguesas que asombraron a la sociedad de los años veinte a la vez que dejaban en sombra algunas calles del humilde barrio de Bellas Vistas.

Esta urbanización de la calle se explica por las cocheras del metro, en la acera de enfrente, que, tras un muro dan la espalda al barrio. LosTitanic y sus hermanos pequeños fueron construidos por la Compañía Madrileña Urbanizadora, división del pelotazo urbanístico de la Compañía Metropolitana. Como ya sucediera con el Taller de Precisión, las estructuras, de gran valor desde el punto de vista del patrimonio industrial, se hallan abandonadas, ocultas al viandante y en serio peligro de desaparición por la cooperativa de viviendas proyectada en el espacio.

Seguimos bajando la calle por los dos tramos del paseo central de la avenida, recuerdo desmochado de vegetación de los viejos bulevares del paseo de ronda, camino de Moncloa. En los alrededores del cruce con la Avenida de Pablo Iglesias encontramos los dominios de la Cruz Roja (a mano derecha) y el busto del fundador del PSOE (a un ladito, en la acera de la izquierda). Por cierto, poca gente conoce el precioso jardín interior dentro del hospital de San José y Santa Adela, actualmente en obras.

Dejando atrás el ladrillo histórico de este hospital y del viejo dispensario de Cruz Roja, seguimos disfrutando del tramo más comercial y de barrio de la calle, en dirección a la desembocadura de Reina Victoria. Allí, el busto de Vicente Aleixandre nos recibe de espaldas. Llegados a este punto, de nuevo, ambos lados nos devuelven diferentes capítulos del desarrollo del barrio. A la izquierda, con la Agencia Tributaria hemos topado, retomando la tradición de la arquitectura-mole de la calle; a derechas (ya en Presidente García Moreno), se vislumbra la casita de cuento que alberga el colegio Santo Domingo, que señala la senda del escapismo de la ciudad hacia la sierra de la burguesía del primer siglo XX, dejando atrás el barrio obrero.

Acabamos de hacer un paseo que se puede hacer en veinte minutos a paso ligero o que nos puede llevar horas si nos recreamos en los detalles. Solo el ruido de los coches nos persuade de hacerlo más a menudo. Un trayecto por el crecimiento oficial de la ciudad a principios del siglo XX, encontrándose con la realidad de la ciudad espontánea de los trabajadores, el desarrollismo, el último franquismo y la España actual; expresado a través de ejemplos arquitectónicos notables de distinta naturaleza –residencial, administrativa, de servicios o industrial–. Un eje, en suma, en el que la diversidad es uno de sus grandes valores patrimoniales a salvaguardar sin que ello, creemos, caiga en el conservacionismo ciego. ¿O acaso echamos de menos el scalextric de Cuatro Caminos?

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