Este jueves, una veintena de vecinos y vecinas de Tetuán se reunieron a la altura del número 66 de la calle Marqués de Viana para consagrar el arte popular a la petición el pueblo palestino: “No dejéis de hablar de Palestina”.
En ese punto del barrio, calle abajo, la acera es anchísima y se aparece la gran pared de un conjunto de casas bajas supervivientes del viejo Tetuán en la calle que albergó su rastro. La verja que rodea las casas ya fue en otra ocasión una improvisada galería callejera de arte y este jueves volvió a vestirse de color. Estas cosas se sedimentan y crean pátina.
A las ocho de la tarde para quién quisiera venir. Dibujos, escritos, collages…lo que fuera. No hacía falta ser artista, ni siquiera haber sacado sobre en dibujo. Con esa sencilla premisa convocaron Olga Berrios y Luis de la Cruz (que ahora está también escribiendo este texto). A esa hora todavía apretaba un poco el sol y las primeras en llegar corrían la mesita y las sillas traídas de la Huerta de Tetuán hacia la sombra.
Llegaron las hortelanas, los dibujos que habían hecho los peques en un taller de Fotogramas y Viñetas, un mural manufacturado por los pequeños del Biblioespacio de Espacio Bellas Vistas, carteles, acuarelas, cómics…Y vinieron también vecinos y vecinas, mayores y pequeños, que empuñaron pintus y tizas para rotular mensajes de paz y justicia sobre la valla o la acera. Los papeles colgaban con pinzas de la ropa en la valla, sujetando las conversaciones como en los tendales de las azoteas de antes.
Junto a ella, se sentó a tejer la artista visual sevillana Charo Corrales. Estaba por Madrid y se dejó caer para seguir tejiendo en compañía una cruz por cada muerto en Gaza obre una bandera de Palestina. Ardua tarea.
El grupo, diverso, estuvo charlando y forrando de lemas la valla hasta casi las nueve y media de la noche. La escena tristemente inusual de un grupete disperso en la acera, con una mesita y unas sillas dispuestas en medio del paso, también es política.
Lo es porque se estaba dando curso a la solidaridad vecinal con los gazatíes que mueren asesinados en el otro extremo del mar Mediterráneo. Un nexo que ya tomó forma –en ese caso en movimiento– con la marcha a pie desde Tetuán hasta la acampada de la Complutense de hace unas semanas.
Pero lo es también porque haciendo el esfuerzo (sí, esfuerzo) de parar juntos en la acera un grupo de personas, muchas desconocidas entre sí, puede llegar a apreciarse políticamente el entorno. Cruzar la calle a comprar unas cerezas para compartir o saltar la vallita de la calzada para recoger de la carretera un dibujo volado por el viento es reparar en la autopista urbana que segrega en dos Tetuán. Mirar hacia las montañas que enmarcan el horizonte de esa vía, toparte con que la sierra ha empequeñecido por los dos grandes rascacielos construidos al final de la calle y tener un grupo con el que hablarlo. Descubrir que a dos pasos de allí hay una huerta vecinal con moras grandes como ciruelas en pleno mes de junio y una comunidad vecinal alegre y robusta. Esta es la política que surge cuando los vecinos sacan la mesita a la acera unidos por una causa justa.