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Cantan y bailan y no es `La la Land´

La compañía Nao d’Amores representó en el Teatro Romea de Murcia su `Triunfo de Amor´ / Luisa Guerrero González

Fernando Carmona Ruiz

Decía Jorge Manrique en unos conocidos versos que el amor “es plazer en que ay dolores, / dolor en que ay alegría.” La obra presentada por Nao d’Amores bien puede sintetizarse así en su totalidad, sobre todo tras escuchar el monólogo inicial de Cupido sobre su propio poder.

Pero sería injusto referirse así sin más al espléndido trabajo artístico ofrecido en el Teatro Romea el día 27 de enero. La compañía segoviana Nao d’Amores, con quince años de experiencia en teatralizaciones renacentistas, brinda ahora con su Triunfo de Amor una dramatización muy acertada de lo mejor de la música y literatura de Juan del Encina. Se convierte así el espectáculo en una verdadera inmersión de lo que fue el teatro cortesano del siglo XV y XVI, época poco conocida para el gran público.

Juan del Encina está considerado de manera casi tópica por ser uno de los padres del teatro español. En los días del reinado de los Reyes Católicos escribió églogas destinadas a la representación palaciega. Juan de Valdés lo admiró y manifestó que escribió mucho y que así tenía de todo. No es del todo cierto, porque no tuvo interés alguno por la novela sentimental. En cambio, compuso música. Y he aquí uno de los aciertos del espectáculo: unir la música y la poesía de manera polifónica, algo que Nao d’Amores despliega con tres actores que cantan y tres músicos con instrumentos de época (flauta, órgano y percusión).

Triunfo de Amor es un compendio de las tres piezas más conocidas de Juan del Encina. A saber, Representación sobre el poder del Amor, Égloga de Cristino y Febea, así como la por muchos considerada culmen poético del autor, la Égloga de Plácida y Vitoriano. La selección, acompañada por música y canciones, teletransportan al público a los años del Cancionero de Palacio. Los actores recitan en un verso verosímil y pulcro del Mil Quinientos. Declaman, cantan y bailan al son del Dios Amor. Sufren penas y gozan de sus alegrías como pastores y nobles que aman según el código del amor cortés. La directora de la compañía, Ana Zamora, presenta al público el debate amoroso tal y como disfrutaba el público cortesano de entonces: serranillas y triángulos amorosos y cómicos entre villano, noble y mujer.

La escenografía es minimalista e integra a parte del público en el escenario. La iluminación y vestuario, aliados de un arte creíble en la difícil tarea de presentar un teatro poco accesible. Músicos a la izquierda y una muralla a modo de tríptico medieval al fondo, en la que los actores entran y salen, juegan y corren dotando a la obra de dinamismo y, muchas veces, comicidad.

Numerosos son los roles representados por tres grandes actores. Sergio Adillo hace maravillosamente bien de pastor sayagués, Irene Serrano de Venus o moza Flugencia. Imponente en escena resulta Javier Carramiñana, actor que parece extraído de un cuadro de El Greco. Su Cupido, ermitaño Cristino o alcahueta Eritea funcionan de diez.

En definitiva: Teatro clásico, pero no barroco. Quizá por eso se acercaron menos de cien personas a deleitarse con esta obra. Una verdadera pena, puesto que la programación del Teatro Romea vuelve a brillar de tal manera que hasta Javier Marías se acercaría a disfrutar de un autor como Juan del Encina.

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