La España eterna: pillería, verbena y corrupción
Alquibla Teatro ha vuelto a las tablas con Los caciques de Carlos Arniches. Y lo hace, además, bajo la dirección de Antonio Saura y versión de César Oliva. Se estrenó el pasado 23 de noviembre en el Teatro Romea y cosechó una notable entrada el viernes 24. El aplauso generoso del público durante la obra, así como al final, con espectadores en pie, vaticinan un éxito asegurado allá donde el grupo Alquibla decida representar esta obra teatral de 1920.
Lo que el público puede ver en esta obra de Arniches es lo que tanto éxito tuvo en la España de hace cien años, cuando el teatro benaventino estaba en sus horas más bajas. Se trata de lo que se denominó en su día “tragedia grotesca”. El novelista contemporáneo Ramón Pérez de Ayala la alabó con entusiasmo, puesto que concibió el teatro cómico archinesco superior a cualquier otro de su tiempo. Esta versión parece además recordarnos dicho panorama dramático mediante las referencias de los personajes a las figuras de Francisco Villaespesa, Jacinto Benavente o el propio Carlos Arniches “redivivo”.
Dichos guiños literarios no son lo único a destacar de la eficaz y esmerada versión de César Oliva. La acción se enmarca en la España de 1932, durante la II República. El pueblo de Villalgancio sufre desde hace treinta y cinco años bajo un mismo desvergonzado, caciquil y nepotista alcalde. La nueva versión permanece fiel respecto a lo mejor del original, si bien se modifica un final que me parece acertadísimo. Este sirve además para subrayar el elemento trágico de lo que el espectador ha ido contemplando durante una hora y media: una tragicomedia de enredo sustentada por un sempiterno problema nacional como el de la corrupción política.
Los actores de Alquibla Teatro ofrecen un excelente trabajo que abarca todas las figuras costumbristas del teatro archinesco. Los galanes buscavidas, la joven inocente, el marido bruto o la esposa de carácter. Son caricaturas ridículas y extravagantes que siguen despertando la carcajada del público, aunque algunos chistes hayan envejecido mal con el paso del tiempo.