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Irene Vallejo, escritora: “Las palabras forman parte de la salud del mundo, debemos respetarlas y utilizarlas bien”

La escritora Irene Vallejo

José Miguel Vilar-Bou

Murcia —

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El ensayo 'El infinito en un junco' de Irene Vallejo lleva camino de convertirse en un fenómeno. Galardonado con el premio El Ojo Crítico de Radio Nacional y por las librerías independientes, la obra relata en clave de novela de aventuras el periplo del libro como artilugio desde la Antigüedad hasta nuestros días. 'El infinito en un junco' es ante todo una reivindicación de la palabra como patrimonio de la humanidad y un homenaje a quienes han luchado a largo de los siglos por la transmisión y pervivencia del saber. Destaca especialmente el papel de las mujeres, a menudo olvidadas, “que se enfrentaron a todas las dificultades para contar la historia con sus propias palabras”. La autora pasó por la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia la semana pasada, donde impartió una conferencia.

Decidiste escribir 'El infinito en un junco' en un momento en que algunos llegaban a dar al libro casi por enterrado.

Durante unos años estuvimos bombardeados por mensajes que anticipaban el final del libro, incluso con fecha exacta de certificado de defunción. Había una sensación de desánimo generalizado, hasta entre nosotros, los apasionados de los libros. Nos creímos esas predicciones. Pero yo había estudiado el libro a lo largo de la historia en mi tesis doctoral y tenía una perspectiva histórica distinta. Pensé en escribir la aventura del libro a través de los siglos. Mostrarlo como el superviviente que es, que ha salvado obstáculos muchos mayores que los presentes: caídas de imperios, saqueos, analfabetismo, pobreza. Pensé que un mensaje de optimismo podría servir de contrapunto al discurso apocalíptico dominante.

Aunque desde el ensayo, tu relato tiene un genuino aroma de aventura.

Sé que hay público que tiene cierta prevención a los ensayos, pero 'El infinito en un junco' está pensado para leerse como una novela una aventuras. Está lleno de historias que se entrelazan, un poco como 'Las mil y una noches', y nos descubren el trayecto histórico de los libros. Los lectores de hoy somos el más reciente eslabón de una larguísima cadena de gente anónima que los ha amado a lo largo de los siglos y se ha esforzado por defenderlos.

'El infinito en un junco' es también la epopeya de estas personas.

Los libros generan un sentimiento de lealtad. Durante milenios, muchos se han movilizado para protegerlos, copiarlos, salvarlos del fuego, el olvido y la destrucción. Los libros de papel vienen de un mundo donde las cosas no se hacían para usar y tirar, sino para perdurar.

Compartes la afirmación de que el libro es como la cuchara: un hallazgo definitivo.

Eso lo dice Umberto Eco, que comparaba el libro con otros objetos que han atravesado los siglos sin modificación: la rueda, la cuchara, las tijeras. El hecho es que el libro tal como lo conocemos hoy es el resultado de muchas investigaciones con materiales y formatos hasta llegar en el siglo I a algo muy parecido a lo que conocemos hoy. Hemos llegado, creo, a un objeto que roza la perfección.

Y que convive con las pantallas.

Les debemos mucho a los libros como transmisores de historias, conocimiento e ideas. No deberíamos desecharlos de un plumazo. La experiencia dice que, cuando dos objetos han convivido, cada uno ha terminado ocupando su lugar. No hay que verlo en términos de competición. Los libros electrónicos y las pantallas han llegado para quedarse y son muy útiles en algunos contextos, pero eso no tiene por qué significar la extinción de los libros de papel. De hecho, los experimentos demuestran que retenemos más información leyendo en papel que en un formato electrónico, porque el cerebro recuerda de acuerdo con la implicación sensorial y los referentes espaciales, y un libro ofrece esos referentes.

En tu ensayo rememoras un tiempo en que un libro podía valer vidas humanas.

Era un mundo en que los libros eran tan escasos que el rey de Egipto podía lanzar a sus agentes por los caminos de Europa con la misión de conseguir todos los que fuera posible para su biblioteca de Alejandría. Era un mundo, y esto ha sido así hasta hace bien poco, en que los libros, el conocimiento y la sabiduría, eran el privilegio de unos pocos. Hemos llegado a una sociedad en que casi todos tenemos acceso a los libros y aprendemos a leer y a escribir. Mi intención era recuperar el asombro ante lo logrado: Asediar esa fortaleza de privilegios y hacer llegar el saber a todos. El lento avance de la educación me parece una epopeya, aunque esta palabra se asocie habitualmente a la épica del combate y las batallas.

Y en ese relato prestas especial atención al papel de las mujeres.

Han sido narradoras, filósofas, maestras, bibliotecarias. Les ha resultado muchísimo más difícil transmitir sus palabras, que sus obras sobrevivan y sean valoradas. Es fundamental recordar a personajes como la poetisa Safo o la filósofa Aspasia de Mileto. También en el mundo romano hubo mujeres. Muchos de sus textos se han perdido o sólo quedan fragmentos, pero, aunque apenas conservemos añicos, recordemos al menos que existieron, que se enfrentaron a los impedimentos que entonces encontraron las mujeres, y que contaron la historia con sus propias palabras.

De hecho, tal como explicas, el primer texto literario firmado conocido es obra de una mujer, Enheduanna, 1.500 años antes de Homero.

Es un personaje del que, increíblemente, no se nos habla en los libros de texto ni en otros lugares. Es desconcertante que no sepamos que el primer texto firmado de la historia lo escribió una mujer: Enheduanna, sacerdotisa acadia, emparentada con reyes. Una mujer que toma la palabra y reivindica su nombre. Que se siente segura de su conocimiento y su capacidad para crear. Así que la historia empieza de ese modo: con una voz de mujer

Da vértigo pensar que sólo conservamos el uno por ciento de los textos de la Antigüedad.

Era muy difícil garantizar la supervivencia de los libros en la época manuscrita así que, contemplándolo con optimismo y dándole la vuelta, diría que ya es maravilloso que hayamos conseguido conservar ese uno por ciento, sobre todo porque éste no es azaroso, sino que se corresponde con lo que los antiguos consideraban más valioso, independientemente de que esta consideración esté sujeta a sus prejuicios, los de la época. Que nos hallan llegado 'La Iliada', la 'Odisea', 'Edipo rey' o 'Antígona' es fruto de un esfuerzo inmenso.

Señalas la fundación de la Biblioteca de Alejandría (III a.C.) como el gran hito en la difusión de la cultura.

Los griegos de Alejandría fueron los primeros en darse cuenta de que la palabra es un patrimonio que debe protegerse. La prueba es que desde Grecia en adelante la transmisión del saber es ininterrumpida, al contrario que otras culturas cuyos textos hemos tenido que descifrar porque sus lenguas se habían perdido.

Y es también en Alejandría donde arranca otra revolución sin vuelta atrás: la traducción.

Supuso un cambio radical de mentalidad: No preocuparte sólo por tu cultura, sino sentir que también te concierne lo que escriben, piensan, descubren y sueñan en otros países. Ese es el primer paso hacia el universalismo, el cosmopolitismo. Sin las traducciones que los griegos de Alejandría hicieron de libros esenciales de las culturas ebrea, india, persa o mesopotámica, el mundo occidental no sería el que es hoy.

Dices que para la cultura ha sido más letal el desinterés que la censura.

El aspecto por el que la censura me parece más peligrosa no es por los libros a los que intenta perseguir, sino por los que se dejan de escribir a causa de la autocensura. Pero sí, es más dañina la indiferencia: Que las instituciones no se preocupen por conservar el patrimonio, que requiere un esfuerzo, una inversión constante. Los libros son frágiles, necesitan cuidados, como las obras de arte.

Recuerdas también que en el sur de Estados Unidos se ahorcaba a quien enseñase a deletrear a los esclavos, cosa que se repite en muchos lugares y momentos de la historia.

La saña con que se han perseguido la lectura y la alfabetización en algunos contextos y momentos históricos indica que los libros son muy importantes: No se ataca aquello que es superfluo o innecesario, lo que no supone una amenaza. Es la prueba de que la cultura es algo muy valioso. Todos los tiranos de la historia han dedicado grandes esfuerzos a evitar el acceso libre a la lectura y al conocimiento.

En tu ensayo reivindicas el papel de las librerías en la democratización del saber.

Antes de las librerías lo único que existía eran las colecciones privadas, que sólo los ricos podían permitirse. En el momento en que las librerías se ofrecen a reproducir libros y ponerlos a la venta, nuevos lectores se incorporan. Es un proceso de apertura que empieza en Grecia y Roma. Aunque son pocas las evidencias que nos quedan, he intentado recuperar lo mejor posible cómo fue aquello, cómo cambió el paisaje: No eran establecimientos como los de ahora, sino que los libreros iban de aquí para allá de manera ambulante.

También nos cuentas que en la antigua Roma el acceso a los libros era cuestión de contactos.

Es que eran muy valiosos por lo escaso e inaccesibles. Tenerlos era una forma de mostrar que formabas parte de los círculos privilegiados. Todos pugnaban porque los autores y mecenas los incluyeran en sus pequeñas listas de distribución.

Hoy vivimos sometidos a una inundación continua de mensajes y textos, muchos de ellos manipuladores y malintencionados. ¿Hemos desacralizado la escritura, la palabra?

Es la consecuencia natural de la abundancia: La escritura forma parte de nuestra vida cotidiana y ya no la vemos como un hecho extraordinario. Ahora bien, siempre que escribo, intento defender la importancia de las palabras. Las palabras forman parte de la salud del mundo. Se pueden utilizar para bien o para mal. Debemos respetarlas y emplearlas de la mejor manera posible. Vivimos tiempos difíciles: el fenómeno de las fake news y la desinformación, la organización masiva de gente para intoxicar la comunicación, el debate, nuestra percepción de la realidad. Frente a eso hace falta un rearme de la palabra, una reivindicación. Esa es la lucha en que los profesionales de la palabra, incluidos los medios, debemos implicarnos ahora, nuestra misión.

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