'Straitjacket', las camisas de fuerza de Joan Crawford: el Régimen Heterosexual Obligatorio y la práctica psiquiátrica
Primera camisa de fuerza: El régimen heterosexual obligatorio
En el Régimen Heterosexual Obligatorio (RHO), sobre todo si estás configurada mujer, confluyen dos eventos ineludibles: el matrimonio y les hijes. El primer matrimonio de Lucy Harbin (Joan Crawford) fue arreglado por sus adres con un hombre mayor que ella. Su segundo matrimonio fue de su propia elección y fue con un hombre más joven. En nuestras sociedades euroblancas (no digamos en el cine), donde a las mujeres nos está prohibido envejecer ya que la edad lleva aparejada una pérdida de capital erótico y, consecuentemente, un estigma ligado a la falta de actividad sexual, es frecuente en los combinados heteroparejiles que el hombre sea mayor y la mujer más joven. He aquí, pues, la primera desobediencia al mandato patriarcal de nuestra protagonista que nos habla de su fuerte carácter, reflejado tanto en su libertad social (dejarse vivir por encima del estigma) como sexual: “Lucy era mucha mujer y era muy consciente de ello”, nos dice una voz femenina en off. Que una mujer esté en una relación con un hombre más joven no sólo reivindica el vigor sexual de la primera: también puede significar pasarse por la entrepierna los discursos reproductivos.
Pero el amor de Lucy no era correspondido: el joven se casó con ella por su dinero. “Pero yo no soy de su propiedad”, se revuelve el joven macho dolido en su ego por ser menos económicamente que su mujer. Ha pasado apenas un minuto y ya sabemos que las razones del joven Frank para ser un macho alfa fuera de su matrimonio se deben a que es un macho omega dentro de él: un más que básico complejo de inferioridad. Un beso desde aquí para esa frágil masculinidad.
Tras la presentación, la película arranca con la salida de Lucy Harbin del hospital psiquiátrico; en su momento fue declarada enferma mental y hoy es el día en el que el consejo médico decide que está plenamente restablecida, lista para incorporarse a su vida. Han pasado veinte años y nos preparamos para recibir a Lucy junto a su hija Carol, su prometido, el hermano de Lucy y su mujer. ¿Cómo se reestructura una familia cuando la madre sale de la ecuación por ser una loca asesina?
El tío Bill (el hermano de Lucy) y la tía Emily fueron los encargados de ocuparse del cuidado de la pequeña Carol, adoptándola y llevándosela a otro pueblo donde nadie supiera su historia, alejándola del estigma de tener una madre homicida y trastornada. En el cine, donde frecuentemente se visualizan los clichés del Régimen Pater/Marido/Heterosexual, es muy frecuente que el desequilibrio mental de la madre vaya acompañado de un padre/marido ausente o abandonador (como también analizamos en Psicosis), o, como en este caso, de un patermarido que nos engañe con otra; se ve que cuando nos dejan nos volvemos locas, se ve que su excesiva virilidad es nuestra perdición y locura.
Segunda camisa de fuerza: la práctica psiquiátrica
La locura siempre ha tenido su propio estigma originado por todo tipo de narrativas fantásticas que, sin duda alguna, se han visto alimentadas por los clichés que se han asentado en el imaginario colectivo a través, entre otras cosas, del cine.
En la película, el hecho de que Carol y Michael oculten a les padres de éste la información sobre el pasado de su madre nos habla de este estigma. No es fácil la aceptación de una loca en el seno de una familia bien, familia fetén. Con las teorías biologicistas y deterministas, el miedo a que la locura pasada de la madre sea la futura locura de la hija está ampliamente justificado. Pero, ¿y si Lucy Harbin nunca hubiera estado loca? Vemos a Lucy gritando esto mismo envuelta en una camisa de fuerza en los primeros minutos del film: “¡No estoy loca! ¡No estoy loca! ¡No fue culpa mía! ¡Fue un error! ¡Fue un error!” Si las mujeres somos seres de luz, incapaces de concebir ni de hacer el mal, efectivamente, sólo la locura, el diagnóstico, la enfermedad mental y la psiquiatría explican que una mujer coja un hacha y decapite a su marido y a su amante tras sorprenderlos durmiendo post-sex en su propia cama.
La aparición del doctor Anderson una vez que Lucy ha abandonado el psiquiátrico desatará todo tipo de traumas y reacciones nerviosas en Lucy. A través de su propio relato se nos revela lo que fueron veinte años de total tortura: el aislamiento, la falta de vínculos con el exterior, el encierro en cuartos de proporciones denunciables. ¿Quién se sana en un psiquiátrico? ¿Cómo se cura una persona de sus dolencias mentales a través de prácticas de tortura y deshumanización? ¿Qué práctica psiquiátrica puede defender que en el proceso de sanación de una madre, ésta pase sin ver ni tener ningún contacto durante veinte años con su hija?
Las narrativas psiquiátricas van de la mano de las narrativas carcelarias. La medicación para anular la agencia de una persona juega un papel determinante en ambas instituciones. La vigilancia y los dispositivos de control continúan fuera de las paredes del hospital y el doctor Anderson es enviado por la Junta médica para comprobar cómo es el estado mental de Lucy en “situaciones bajo estrés”. Francamente, si a mí me apartaran de mi hija durante 20 años y me encerraran y torturaran en aislamiento, me imagino que el mundo sería un lugar altamente estresante para mí; “Veinte años de puro infierno”, dice una Joan Crawford desencajada.
Esta película nos propone una conversación muy interesante sobre la locura. Con guion de Robert Bloch, escritor de novela negra y ciencia ficción y autor de la obra maestra ‘Psicosis’ (la película por antonomasia que nos dispara las pulsaciones ante el terror de la maternidad performada), y dirección del maestro de los giros intempestivos William Castle, ‘Straitjacket’ ofrece como resultado un producto cinematográfico tenso, intrigante, con una Joan Crawford que desborda la pantalla. En la factoría de estereotipos que fue Hollywood (y que sigue siendo el cine mainstream aburridísimo, estúpido y previsible que nos llega de EEUU) es muy difícil encontrar actrices de la talla intelectual e interpretativa de Joan Crawford. El eclecticismo de sus personajes es apabullante. Sólo por mencionar dos ejemplos, experimentó con la masculinidad femenina en el western de cine negro de 1954 ‘Johnny Guitar’, y se batió en un duelo interpretativo brutal en 1962 con la gran Bette Davis en ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ En este nuevo reto de 1964 la vemos luchando contra la locura en otra de sus actuaciones magistrales.
0