Torregar y el lamento de una civilización que se autodestruye
Las obras expuestas, que se exhibirán hasta el 19 de octubre, han sido elegidas para componer un discurso crítico sobre la destrucción de valores culturales legados por el mundo clásico, para lo que el artista ha esgrimido la imagen del fuego rotundo enfrentado a la imaginería de patrones artísticos greco-romanos.
La habilidad del artista para emular el fuego, para indagar en su espíritu en cuanto elemento primigenio y para describir su proyección virtual es notable. En sus obras muestra el espectro del calor incandescente, pleno de movimiento, de viveza, en algunos casos actuando sobre la materia en irremediable proceso de destrucción. Distingue artísticamente los diferentes estados incandescentes, las frecuencias calóricas y cromáticas, consiguiendo representar el alma de la destrucción, o purificación.
Conociendo la obra de Torregar, conviene recordar aquí su apasionada búsqueda por la esencia de las cosas, animadas e inanimadas, vivas o muertas. Aun interesado en los aspectos de lo aparente para conformar la impronta artística, parece analizar éstos como si un proceso diseccionador se tratara, sumiendo al espectador en la duda de distinguir entre el inicio y el fin del camino que persigue.
Como complemento de su discurso, pues, nos encontramos con interpretaciones de tradicionales representaciones del mundo clásico revestidas con su axiomático idealismo de la belleza y la armonía, todas ellas veladas de alguna forma por la intención, supuestamente catártica, del artista.
Dioses y otros personajes mitológicos idealizados ya por el pensamiento clásico los presenta el pintor en trance de su aniquilación por manos ajenas al paso del tiempo, empleando trazos pictóricos de indudable referencia a esos elementos plasmáticos patentes en toda la obra de Torregar, quemados los símbolos en un holocausto no purificador sino autodestructivo.
Sí, en efecto, se entiende que arde la civilización proveniente de ese mundo, se da a entender que arde Occidente.
Como elemento corolario a su narración plástica, el artista añade la imagen, contradictoria sensu estricto, de una virgen madre que llora a grandes lagrimones, como doncella y como progenitora, desconsolada ante lo paradójico de una civilización desarrollada que ignora los valores que la han conformado, e incluso desprecia.
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