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Sobre este blog

'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.

El moretón del arcoíris

Bandera LGTB ensangrentada / Gay Monterrey

S. Matamala (aka Eduardo Espín )

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Ayer fui a casa de Carlos. Hará como dos meses que no nos vemos y quería saber cómo estaba porque cuando uno desaparece de las redes sociales, sin avisar, sin armar un buen drama detrás, a mí me saltan las alarmas.

“¿Cómo estás, bebé?” “Bueno, tirando con una resaca bestial, estuve cuatro días de fiesta seguidos y no sé si hace frío o calor o si estamos a domingo o martes” –era lunes-. “Ay Carlos, yo también estoy de resaca y acabo de salir de currar, ¿voy?” “Sí, cari”. 

Y ahí estaba Carlos, médico, fantástico, guapo casi canónico. 30 años que aparentan 26 y en su día de asuntos propios, comiendo techo, sin haberse metido nada más que un sándwich en las últimas 24 horas. Le veo hecho mierda y un moratón en la sien: “Acha, ¿qué te ha pasao en la cara?” “Ay tía, ni preguntes, me da mucho coraje acordarme”. “¡Pero cuéntame tonta que yo estoy curada de espantos!” “Pues ná, que estuve en una fiesta, me pasé de la raya con las drogas y me levanté así... En verdad, me lo merezco”.

En toda nuestra Historia occidental hemos estado invisibilizados o travestidos de persona heteronormativa ya que cuando nos ha enfocado la luz de lo correcto -lo que debe ser- nos han agredido, violado y/o matado. Aunque antes de seguir por aquí quiero dar las gracias al feminismo, concretamente al transfeminismo, por tratarnos desde lo real, no desde la represión. Si no fuera por ellas, yo ahora ni estaría escribiendo estas líneas o me plantearía un mundo mejor.

Se dice que una hostia a tiempo salva cabezas, pero cuando llegan todas de golpe no hay hierro que aguante la embestida. Tampoco creo mucho esta frase porque no somos cuero para curtir ya que lo que nos diferencia de otro objeto y/o animal es la conciencia, que como parte de nuestro cuerpo, también tiene derecho a lastimarse. Más aún, cuando el dolor y la soledad es la cara B del arcoíris que nos pintan en la cara para ocultar los monstruos que hay en lo oscuro de nuestra existencia. Stop drama, pero también stop creer que todo está bien como está: como cuando decimos que, a cambio de ser aceptados, todo lo que nos ha ocurrido anteriormente quede en papel mojado. No busco venganza, no tengo tiempo para gestionar un odio histórico, pero si realmente se pretende solventar el estigma de nuestra existencia que sea de una forma radical y sistemática.

A raíz de esto, en lo práctico comienza, por fin, a hablarse de violencia intragénero en las instituciones. Dícese de ella, o por lo menos como yo la interpreto, que es el acto de ejercer poder para que la otra persona haga algo que no quiere hacer realmente en relaciones del mismo género, independientemente del tipo de vínculo que haya en ella. Aún estamos en pañales, pero que hayan comenzado a nacer servicios en relación a ello es para quitarse el sombrero y quedarse calva.

Paso de pensar que lo que le ocurrió a Carlos emerge de por sí o porque realmente le pasa lo que le debe pasar, como si el discurso aprendido del machismo en parte la población homosexual, bisexual o directamente de hombres que tienen sexo con hombres. Paso, radicalmente, de creer que después de este caso, que no es aislado, todo vale porque ya existo a los ojos del mercado o que una bandera me arropa en una tundra de violencia indiscriminada a lo que es diferente, en vez de agarrarla por el asta y acribillar con la moharra a todo el discurso heteronormativo dominante, repetido, cansino y gris; “la culpa es tuya por exponerte”. Asco.

Tampoco le echemos las culpas a las drogas, que existen para llegar a sensaciones y estímulos en relación al contexto o el estado emocional o psicológico de la persona. Estigmatizar a alguien por su consumo es invisibilizar los discursos machistas que se encuentran detrás, como cuando en el caso de la Manada se le ha culpado a ella por estar ebria. Esto se repite continuamente en el supuesto colectivo liberado que sigue repitiendo con total impunidad que la culpa es mía por gustarme ciertas prácticas sexuales o que un día de estos me va a pasar algo malo por seguir el camino oscuro. O sea, por favor, visto lo visto si Franco hubiera sido maricón tampoco hubiera cambiado la Historia.

En especial, los homosexuales somos más propensos a sentirnos mal por el hecho de ser eso, maricones. La homofobia interna, ese odio a nuestra propia existencia, aprendido, desarrollado y recordado continuamente con un “maricón” en la calle del pueblo nos delimita a escenarios de salud mental divergente y/o consumo problemático. Juntando todo lo anterior, como dice mi madre, aparte de cornuda, apaleada.

Apuesto por hincharnos a hostias en la cama si se pacta con anterioridad, como toda la práctica BDSM en sí misma, donde el sí sea realmente sí. Apuesto por una educación sexual ausente de moral judeocristiana, libre de culpa, que propicie la creación de un clima de cuidado sin necesidad de llegar a tener sexo vainilla, pero sí con el conocimiento de que la otra persona no es un objeto de placer, sino un sujeto generador del mismo.

Para finalizar, apuesto por el estudio que estamos realizando desde la entidad donde trabajo sobre violencias en contexto de chemsex, por enfocar desde la comprensión todas esas realidades que están siendo continuamente invisibilizas y que, cuando salgan a la luz, seguramente podremos añadir un color a esta bandera sin que la tela nos tape la mirada y nos ciegue. Termino, como escribió Fran, violencia es que te miren a los ojos y no existir.

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