Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.
Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.
En las últimas horas ha llamado mucho la atención un titular en el que el filósofo y pedagogo José Antonio Marina, en una entrevista, señala que “el buen maestro no puede cobrar lo mismo que uno malo”.
Esta afirmación ha hecho saltar muchas alarmas. Marina es un personaje reputado, que se caracteriza por una defensa clara de la Educación como motor de progreso del país y por un talante dialogante y conciliador. Es fácil estar de acuerdo con él en multitud de temas, como el abandono y despropósito de los distintos gobiernos en materia educativa, la falta de consenso, la necesidad de modernización del sistema educativo, el necesario incremento de recursos y su mejor gestión, la conveniencia de imitar buenas prácticas que se realizan en otros países, la relativización de los famosos exámenes de PISA, la introducción de las nuevas tecnologías en el aula, poner en valor la educación emocional, sacar la religión confesional del currículo, potenciar el pensamiento crítico y creativo, o el desprestigio que sufre el profesorado por parte de la sociedad (en general), y de la política (en particular).
Y en este último punto ha caído en lo que él mismo denuncia. Por supuesto que existen maestros buenos, malos y regulares. Los filósofos tienen el mismo problema. Y los periodistas, los administrativos, los electricistas, los conductores de ambulancia, los futbolistas, los políticos…
El problema es el mismo de siempre: señalar con dedo acusador al maestro como el culpable de los males de la Educación. Este país se ha empeñado, históricamente, en ello. Es una rémora cultural que ve al maestro como a un enemigo del que hay que desconfiar. Con ello tejemos una cortina para tapar los verdaderos y endémicos problemas de la Educación y nos ahorramos hablar de aquello que realmente nos motiva y preocupa. Y no es una cuestión de dinero.
En los últimos años los docentes nos hemos quejado con fuerza ante los terribles recortes, y el tema remuneratorio no ha sido el elemento principal. Tenemos muchísimos problemas que nos impiden progresar en nuestro ejercicio profesional que consideramos más importantes, esenciales y que son desatendidos. Y eso lo sabemos quienes a diario pisamos las aulas.
Hablar de retribuir a los maestros en función de los resultados de sus alumnos es, sencillamente, una aberración intencionada o un error. España no es Finlandia. No se puede obviar las diferencias socioeconómicas de nuestro país, y eso que hay que reconocer los esfuerzos y logros realizados en equidad, pero esas diferencias se reproducen en la escuela. Los resultados académicos de los alumnos están íntimamente correlacionados con su entorno. Resulta imposible disociar esa realidad para establecer una especie de complemento de productividad en base a una evaluación que no puede ser objetiva, pues los puntos de partida son absolutamente distintos. No es lo mismo un centro educativo en un barrio pudiente radicado en Oviedo que otro en Algeciras, por ejemplo. Este solo argumento invalida la propuesta formulada por José Antonio Marina, al que respeto enormemente. ¿Qué criterios pedagógicos sustentan esa propuesta?
Factores como la renta per cápita, la tasa de empleo, el nivel de formación de las familias, la inmigración o la segregación de alumnos existente en función de si un centro es público o privado-concertado, no pueden ser omitidos. Tampoco el hecho de que en algunas regiones la enseñanza pública y la concertada estén en el cincuenta por ciento, o incluso que ésta supere a la primera. En Finlandia, que siempre se pone como ejemplo, los centros públicos suponen el 98% del total.
Y es verdad que hacen falta muchos cambios; es urgente acometerlos. Es necesario rediseñar el desfasado e insensato acceso a la función docente, mejorar la formación del profesorado y sus condiciones de trabajo, una ley educativa basada en el consenso y que se tenga en cuenta la opinión de los docentes, los grandes olvidados… de nuevo.
Pero también hay que hablar de la falta de recursos de los centros públicos y la necesaria modernización en equipamientos, de la falta de sustitución del profesorado, de la pérdida de miles y miles de profesores y maestros, y de la precariedad de los docentes interinos. Y mucho más: la carga de trabajo y el horario lectivo actual impiden la formación continua y la posibilidad de establecer mecanismos de coordinación entre docentes, así como el desarrollo de programas de innovación pedagógica, que actualmente dependen del sacrificio personal y empeño de los maestros y profesores, que tenemos que luchar contra la burocracia y rigidez de las Administraciones educativas.
Hay mucho de lo que hablar y hay materias en las que es fácil, si hay voluntad, llegar a entendimientos duraderos y fructíferos; pero volver a poner en la picota a los docentes como los responsables de todos los males vuelve a ser un viejo error que no ayuda en nada y enmascara la verdad. El maniqueísmo de los buenos y los malos vuelve a enturbiar la realidad.
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