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Carta abierta a Pablo Iglesias y Alberto Garzón: unámonos de verdad
La convergencia electoral de 2016, que lamentablemente no se pudo alcanzar en 2015, no ha ido más allá de la fructífera colaboración parlamentaria. No tiene traslación territorial, ni orgánica ni siquiera virtual
En cualquier caso, la próxima legislatura necesitamos una unidad real, no sólo en el Congreso y en las papeletas, sino en las sedes y en las calles
Apreciados líderes, escribo estas líneas antes de que se abran las urnas del 28A pero pensando ya en el escenario posterior al ciclo electoral que se cerrará, salvo repetición de comicios, a finales de mayo. Y lo hago porque no quiero que mi reflexión sobre lo que necesita la izquierda alternativa en este país se guíe por los resultados electorales o por las estrategias parlamentarias que les seguirán. En política es muy difícil, pero hace falta pensar más allá. El objetivo último debe ser la transformación social y la consecución de un Estado plenamente democrático y justo, republicano, por tanto.
Doy por sentada la continuidad del espacio Unidas Podemos, aunque no dudo que habrá quien lo vuelva a cuestionar tras las elecciones, de ahí la operación Errejón-Carmena. Pero confío en que mantendréis el respaldo de ambas organizaciones, Podemos e Izquierda Unida, al proyecto unitario. Con independencia de cómo evolucione nuestro apoyo popular, sería absurdo volver a competir por el mismo electorado y con propuestas similares. Pero no podemos conformarnos con la insuficiente y disfuncional convergencia electoral. Debemos avanzar en la unidad para resolver los problemas con lo que hemos llegado a este ciclo electoral.
La convergencia electoral de 2016, que lamentablemente no se pudo alcanzar en 2015, no ha ido más allá de la fructífera colaboración parlamentaria. No tiene traslación territorial, ni orgánica ni siquiera virtual: no existen espacios unitarios de trabajo con los diputados de Unidas Podemos en sus circunscripciones, no hay órganos conjuntos de debate y toma de decisiones a ninguna escala y, por no haber, no hay ni cuenta de Twitter común. Las carencias han sido aún más notables y vergonzantes durante la campaña electoral, que los militantes estamos realizando con programas electorales distintos, cartelería dispar y actos en paralelo. Es evidente que concurrir por separado en las autonómicas y municipales en muchos territorios, como Murcia, no ayuda, pero tampoco es excusa. A nadie se nos escapa lo que está en juego.
Es evidente que “la confluencia por la base” que muchos reclamamos ha fracasado. Nuestras militancias comparten luchas sociales, paran desahucios y ERE conjuntamente, pero no hacen listas electorales de mutuo acuerdo, salvo excepciones. Yo mismo entono el ‘mea culpa’, porque participé, sin éxito, en las negociaciones para la convergencia en mi municipio. Pero no era nada fácil casar intereses contrapuestos y modelos diversos de funcionamiento. Y es entendible, porque la lógica de las organizaciones políticas es la competición, no la cooperación. Otra cosa es cuando participamos a título personal en un espacio común deliberativo, en una Asamblea. Pero también este modelo de confluencia real tiene sus limitaciones. Ya lo vivimos en Murcia en 2015. Se puede optar por la democrática fórmula de las primarias para la selección de candidatos y que una organización no acepte los resultados y se joda el invento.
Murcia no ha sido una excepción y la falta de unidad será más bien lo común en autonómicas y municipales de mayo. Tampoco ha sido nada sencillo llegar a acuerdos con aliados territoriales para las estas elecciones generales, síntoma de que el problema es sistémico. Con este artículo quiero proponer una solución global a estos problemas orgánicos que tanto tiempo y energía nos han restado.
En Vistalegre III y en la próxima Asamblea Federal de Izquierda Unida ambas organizaciones deben optar por integrarse en nuevo sujeto político estatal, no meramente electoral. Una organización paraguas, para la que de paso propongo un nombre, ‘Solidaridad’, que resume nuestro ideario, en la que se subsumirían Podemos, IU, Equo, Catalunya en Comú y el resto de organizaciones políticas que compartan nuestro proyecto político. Sus militantes e inscritos, así como quienes se afiliaran directamente a la nueva organización, participaríamos en pie de igualdad, sin cuotas ni sectarismo. Con reglas de funcionamiento democráticas y plurales. Con primarias abiertas y proporcionales para la elección de listas. Y en las que tendrían que participar cualquier otro partido que quiera aliarse con nosotros, para desterrar las negociaciones sobre puestos y la proliferación de partidos-chiringuito. A medio plazo, una vez se asiente el nuevo sujeto, las organizaciones que lo integren deberían reorientarse hacia la movilización social, como el actual PCE. Un ejemplo de este modelo de coalición permanente es Syriza o la propia IU.
En cualquier caso, la próxima legislatura necesitamos una unidad real, no sólo en el Congreso y en las papeletas, sino en las sedes y en las calles. Debemos impulsar el conflicto social y la organización popular, labor que no podemos dejar en exclusiva a nuestros languidecidos sindicatos. Y no podemos hacerlo si nos centramos en competir por la disposición de nuestros partidos en la manifestación o en cualquier otra nimiedad. En mi ciudad, las sedes de Podemos e IU están en extremos opuestos de la misma calle. La noche del arranque de campaña me crucé con un amigo 'podemita', Fernando Miñana. Ambos habíamos aparcado más cerca de la otra sede que de la nuestra y evidenciamos el absurdo de andar en direcciones opuestas con un mismo objetivo.
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