Suena el despertador. Tengo la suerte de levantarme para ir a trabajar. Soy profesor y me dispongo a afrontar un nuevo día con mis alumnos, que es lo que más me gusta. El contacto con los jóvenes me revitaliza, sus ansias por beberse la vida, experimentar, descubrir… Aún conservan una gran parte de inocencia que, con el paso del tiempo, parece que se desvanece en un mundo marcado por el egoísmo, la competitividad, la productividad, la insolidaridad y la intolerancia. No es lo que me enseñaron mis padres.
Enciendo la radio. Otro día más de lo mismo. Corrupción, recortes, engaños, polémicas estériles, comisiones, cuentas en Suiza, un exministro detenido… Otro desahucio de quien ha caído en desgracia. Listas de espera en la sanidad pública. Otra manifestación de un grupo de maestros protestando contra los recortes en Educación. Una ayuda a una persona dependiente que no llega, o que lo hace cuando ya es demasiado tarde. Un aeropuerto sin aviones que día a día nos cuesta dinero. Otro megaproyecto que se cae. Una rotonda inaugurada. Un chanchullo del que se ha beneficiado el amigo de un alcalde. Otro concejal imputado. Desmentidos. Acusaciones. Otra manifestación. Detenidos. Multas. La justicia está colapsada.
Como ejerzo la docencia conozco las penalidades por las que pasan mis alumnos y sus familias. Conozco, también, la precariedad que sufrimos los profesores interinos. Soy consciente de que tenemos el dinero justo para fotocopias. Casi todos los días nos recuerdan que vigilemos el gasto. Hay que pagar luz, agua, teléfono e internet. Menos mal que ya no hay que gastar dinero en calefacción. Las aulas están abarrotadas y las bajas no se cubren. Dicen que la Educación es la solución a los problemas, pero la maltratan.
Regreso a casa y enciendo la televisión. El informativo sigue con otra cuenta bancaria en otro paraíso fiscal en un lugar difícil de precisar en un mapa. Un medicamento que no llega. Unos alumnos en barracones. Un consejero que habla y habla sin decir nada. Otra imputación. Unos preferentistas de edad avanzada abuchean a alguien que gastaba el dinero en masajes y se mete rápidamente en un coche de lujo, tras unas gafas de sol. Otra empresa deja en la calle a sus trabajadores. Hay que rescatar una empresa privatizada. Alguien ha dicho que a lo mejor tira de la manta. Más desmentidos. Luis, sé fuerte.…
Sale alguien diciendo que la crisis ha pasado a mejor vida, que ellos son la solución, que confiemos en ellos, que llevan gestionando nuestro dinero durante mucho tiempo…bueno, desde siempre. Salen sonrientes. Me pregunto quién es el culpable de todo esto. ¿El gobierno? ¿Los partidos políticos? ¿El tesorero? No. Soy yo. Soy responsable, culpable y cómplice. Me pongo en primer lugar. Soy quien ha permitido que los de la mirada mezquina ocupen esos sillones… Pero también soy uno de los que tiene en su mano desalojar a quienes solo se preocupan por sus privilegios. Está en nuestra mano.
Como ciudadanos tenemos esa responsabilidad. Elegimos a quienes nos gobiernan. Elegimos apoyar, o no, a las organizaciones que los sostienen. Elegimos, o no, los recortes. Elegimos, o no, la corrupción. El 24 de mayo volvemos a decidir si queremos ser, o no, cómplices. Al día siguiente no valdrán excusas.
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