1.Para entender la naturaleza social de la crisis sanitaria en España propongo destacar dos indicadores: 1º) el elevado porcentaje de profesionales sanitaros contagiados por el virus y 2º) la mortalidad de personas ancianas en las residencias.
Los datos del primer indicador son los siguientes: “El número de profesionales sanitarios contagiados por coronavirus COVID-19 desde el inicio de la crisis asciende a 51.849 hasta el 11 de junio, y 63 fallecidos hasta el 5 de junio. España acumula así un total de 243.209 casos de coronavirus confirmados por PCR, de modo que más del 21,3 por ciento de estos contagios corresponden a personal sanitario”, (según la información que proporciona el Ministerio de Sanidad).
Estos datos sitúan a España en la cabeza del ranking mundial. Mientras aquí uno de cada cinco está contagiado en otros países como China, apenas reportan un 3,8% y en Estados Unidos suponen entre el 3% de media en el país hasta el 11% en algunos estados. Esta imagen la recoge un informe del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) de finales de abril, que subrayaba las diferencias entre los países más castigados por la pandemia. En este sentido, Italia es el que más se acerca a España, pero tan sólo la alcanza con 11% global, e iguala con una de sus zonas más castigadas, Lombardía, donde sí que llegan a nuestro 20%.
Es difícil no vincular este indicador trágico a lo que ha sido el proceso de recortes en el gasto público dedicado a la sanidad de los últimos años, particularmente desde las políticas de austeridad impuestas por los gobiernos europeos a raíz de la crisis de 2008.
El segundo indicador relativo a la situación de las residencias de ancianos: el número de víctimas mortales que el coronavirus ha dejado en las 5.457 residencias de ancianos españolas -ya sean públicas, concertadas o privadas- con COVID-19 o síntomas similares se sitúan en 19.613, según los datos proporcionados por las comunidades autónomas. La mayoría de las defunciones se han producido en Madrid, Cataluña, Castilla y León y Castilla-La Mancha. Así, los fallecidos en residencias de ancianos equivaldrían a un 71,8 % del total de fallecidos por la COVID-19 notificado oficialmente por el Ministerio de Sanidad.
2. Si he querido destacar los dos indicadores anteriores es porque, a mi modo de ver, están anunciándonos algo muy importante sobre la naturaleza del neoliberalismo presente y lo que ya puede ofrecer al colectivo social en los años venideros. Han quedado lejos las aporías sobre la feliz globalización de Anthony Giddens y demás escuela. Estamos en otro momento histórico, el que se precipitó en la crisis económico-financiera de 2008 y que perdura hasta hoy. Un virus se ha paseado por los contornos de un neoliberalismo global en decadencia y lo ha incendiado todo. Los dos indicadores seleccionados nos indican que el neoliberalismo en decadencia ya no ofrece ningún “mundo feliz”, por el contrario, solamente le queda pulsión de muerte.
Esta pulsión de muerte es definida por el filósofo José Luis Villacañas en los siguientes términos: “La aspiración a la identificación de la vida como principio que no integra ningún tipo de singularización o de existencia particular. La vida como principio que reclama la muerte de los seres vivos vivientes”.
En su último libro, J.L. Villacañas (Neoliberalismo como Teología, Ned Editores, 2020), aborda la tesis del declive del neoliberalismo como pulsión de muerte. Su diagnóstico es determinante del tipo de mundo que el virus lejos de clausurar, nos ilumina en sus contornos más inquietantes: al neoliberalismo solamente le queda administrar la pulsión de muerte, por ello progresivamente se desapega de las estructuras democráticas que un buen día -cuando anunciaba el principio de placer- le sirvieron de legitimidad.
3. El darwinismo social es una vieja teoría social que solemos explicar a los estudiantes de Sociología como algo propio del siglo XIX, y, sin embargo, la hemos visto muchas veces operativa a lo largo del siglo XX, e incluso, en la actual crisis sanitaria. Su influencia ha sido y sigue siendo tan larga porque, en definitiva, fue el discurso legitimador de los racismos, colonialismos e imperialismos de finales del XIX e inicios del XX.
¿En qué consiste el darwinismo social? Es una teoría que concibe que las sociedades funcionan mediante el mecanismo darwinista de la selección natural, es decir, que la evolución social también selecciona naturalmente al más apto en la competición (étnica, nacional, de clase, etc.) por recursos naturales o posiciones sociales. Pierre Bourdieu en sus Contrafuegos (contra la ofensiva neoliberal) ya subrayó el parentesco entre neoliberalismo y darwinismo social.
En esta crisis sanitaria hemos podido comprobar cómo los recortes en la sanidad pública efectivamente matan porque seleccionan a los más aptos y desechan a los más vulnerables por criterios de edad, estado corporal, clase social, etc. Lo ha expresado críticamente la diputada madrileña, Mónica García, que también ejerce como médica anestesista en el Hospital 12 de octubre de Madrid: “La sanidad es universal y nos vimos en la situación de que por falta de recursos no podíamos atender a todos. Y a los que podíamos ingresar, no se les daba la misma calidad. Hacíamos medicina de batalla, de mala calidad y sin llegar a todo el mundo. El momento de mayor impotencia y angustia fue cuando dejamos de tener camas de UCI, un día antes o después de que Ayuso (presidenta de la Comunidad de Madrid) dijera que lo de que estábamos colapsados era un bulo”.
También ha habido darwinismo social respecto a nuestros mayores. No se señalará nunca con la suficiente insistencia la política pública de abandono respecto a los servicios a la dependencia de los mayores y respecto a muchas de las residencias de ancianos de las comunidades autónomas de este país.
La versión más extrema del darwinismo social es, sin duda, la de la Comunidad de Madrid respecto a las Residencias de Ancianos durante la crisis sanitaria. Aquí el darwinismo se expresó mediante procedimiento administrativo por el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Enrique Ruiz Escudero. Este consejero envió un protocolo a los centros residenciales que negaba la asistencia hospitalaria a los ancianos con COVID-19. En la fase más aguda de la pandemia, la Comunidad de Madrid estableció criterios para que los médicos de Atención Primaria designaran qué pacientes de COVID-19 podían y no podían ser trasladados desde sus casas a hospitales. El protocolo con fecha de 23 de marzo, que ha sido publicado por los medios de comunicación, recomendaba dejar fuera a pacientes con “compromiso respiratorio” si tenían más de 80 años y “enfermedad en órgano terminal”, aquellos con demencia moderada o grave, con cáncer en fase terminal o si tenían una enfermedad con “expectativa de vida inferior a un año”. Las actas policiales han permitido constatar que al menos cinco de estos centros de ancianos pidieron auxilio al Gobierno regional, sin recibir respuesta. También se ha conocido que las personas mayores en centros con seguro privado sí fueron trasladados a hospitales.
Esta decisión política siguió una cadena de mando reglamentada para el cumplimiento de un procedimiento administrativo. La racionalidad burocrática es, sin duda, de una altísima eficacia y es un sostén indispensable de cualquier servicio público de bienestar. Pero también, ciertamente, la meticulosa eficacia de la cultura racional-burocrática, ha servido en muchas ocasiones para administrar decisiones fatales. Es decir, se puede ejercer el mal eficazmente puesto que la cadena del procedimiento administrativo exculpa de responsabilidades a todos los implicados. Además, un protocolo administrativo debidamente firmado, con las fórmulas retóricas formalmente convenientes, adquiere un poder simbólico suficiente como para imponer la exigencia de su cumplimiento. Precisamente, Eichmannn en Jerusalén esgrimió para rechazar las acusaciones de antisemitismo y de los crímenes nazis que se le achacaban que él “recibía órdenes”, “obedecía la ley” y “cumplía con su trabajo”.
4. “Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo” (Albert Camus, La Peste, 1947).
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