Nuestras lecturas, nuestras mejores lecturas, están afortunadamente encadenadas unas a otras. Unos libros aconsejan otros. Algunos nos los traen los amigos, que son los que mejor nos conocen; otras veces una pequeña anotación en una novela nos conduce al relato más hermoso. Los libros van llegando amablemente y, cuando se van, ya no somos los mismos.
En su magnífico y reciente libro Los pacientes del doctor García, Almudena Grandes nos cuenta cómo le inspiró otro relato: El fin de la esperanza, publicado por su autor bajo el pseudónimo Juan Hermanos. Por él, conocemos los últimos intentos republicanos de resistir al franquismo en el Madrid de 1946.
Por la fuerza del cariño, alguien intentó por todos los medios conseguirme un ejemplar, que al final no pudo ser sino a través del mercado francés de segunda mano. Era una primera edición publicada en la colección Les Temps Modernes en 1950 y con prefacio de Jean Paul Sartre.
En el libro se relata el último intento estudiantil de hacer frente al franquismo, de llevar esperanza a la gente, un acción generosa. Los hechos son poco conocidos y transcurren en circunstancias terriblemente adversas. Son unas páginas sobrias e inquietantes, con un lenguaje claro y brillante. Gracias a las notas de Almudena Grandes sé ahora que su autor es Marcelo Saporta.
Sartre, en su prefacio, habla del pseudónimo Hermanos. Nos dice que fue bien escogido, pues los españoles son sus hermanos. Habla también de la angustia, la decepción y el estupor de esos combatientes. Con su derrota, ya no quedaba nada por hacer. Todo quedó tan desierto como una calle nocturna. El libro, concluye, es: un grito, el último, el definitivo.
Mientras estos resistentes republicanos esperaban aún algún tipo de ayuda del exterior y se jugaban la vida por la democracia, los franquistas continuaban con sus ansias imperiales, la represión de la población, las bravuconadas falangistas, la dictadura del partido único, la moral ultracatólica para todos, el culto a la personalidad, el estraperlo y los negocios, muchos negocios.
Sí, ya sé que estos temas son antiguos, que muchos no quieren escuchar. Que no volvamos a lo mismo, nos repiten. Pero sigue siendo muy necesario volver a ellos ahora que es tiempo de neo franquistas. Ahora, que la derecha liberal y conservadora se abraza, en la foto de Colón, a la derecha más extrema y admiradora del dictador, como si quisiera que nos acostumbrásemos a unos pactos impúdicos que se preparan para el futuro.
El franquismo es un ejemplo más de pensamiento antirracional. Racionalismo y pensamiento antirracional han coexistido siempre en pugna constante. Como bien ha señalado Russell: “….los fundadores de esa escuela de la cual surgió el fascismo, buscan el bien en la voluntad, valoran más el poder que la felicidad, prefieren la fuerza al argumento, la guerra a la paz, la aristocracia a la democracia y la propaganda a la imparcialidad científica...Sustituyen el placer por la gloria y el conocimiento por la afirmación pragmática de que sus deseos son la verdad.”
Hacen más un llamamiento al sentimiento que a la razón. Un llamamiento a las esencias nacionales, a la reacción machista, a los tics xenófobos, a las tradiciones más rancias. Todo esto ocurre, además, en un ambiente degradado por las consecuencias de la crisis económica, la corrupción masiva, el descrédito de las instituciones, la amenaza globalizadora y la crisis territorial en Catalunya. Lo que multiplica los riesgos.
Durante años, apenas nadie se atrevía a defender en público el franquismo, su ideario, sus métodos; pero ahora el discurso de la derecha extrema es amparado y en parte compartido por la derecha menos extrema.
Hay muchas razones para votar izquierda. Pero en las circunstancias actuales hay además una necesidad inmediata para frenar esa onda populista de ultraderecha que amenaza Europa. Para vencer a esa alianza de la España de las esencias, del Esto lo arreglaba yo en veinticuatro horas y del Caiga quien caiga que tanto entristecía a nuestro recientemente desaparecido Rafael Sánchez Ferlosio.
El momento es suficientemente complejo y amenazante para que ningún demócrata pueda quedar impasible. Nadie puede quedarse enrocado en casa. Existe una necesidad de vencer en las urnas a la amenaza involutiva y al retroceso en las libertades; de derrotar al populismo egoísta y excluyente; de ganar la democracia verdadera. Por nosotros, por los que vendrán y por los que lo dieron todo por el honor de la República.
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