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RRSS: #TerritorioHostil

Raúl Alguacil Titos

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Se estima que el cerebro, ese órgano fundamental para buena parte de la población, cuyo tamaño y desarrollo a veces distingue a los seres humanos de otras especies, tiene unas 86 mil millones de neuronas y cada una de ellas se conecta con otras cinco mil. Así que dentro de nuestra cabeza hay, más o menos, 430 billones de sinapsis o conexiones de comunicación neuronal. Lo leí hace poco en un artículo que entró en mi timeline de Twitter, y me llamó la atención que los seres humanos poseemos una máquina bioquímica sumamente compleja que nos proporciona identidad, conciencia y creatividad. Eso y que nos viene sacando las castañas del fuego desde que el mundo es mundo.

Seguidamente puse a funcionar algunas de esas conexiones neuronales en forma de reflexión y me encontré con el milagro de que seamos capaces de traducir esa abrumadora complejidad en sistemas de comunicación bastante simples que nos permiten la interacción con nuestro entorno y con nuestros semejantes con cierto grado de eficacia, y que han ido desde el garrotazo, la emisión gutural de sonidos más o menos inteligibles, el lenguaje articulado, la escritura en diversos formatos (piedra, papiros, arcilla, papel impreso…), la música, las matemáticas, los sistemas radioelectrónicos, el código binario…, y hasta no hace mucho a través de redes sociales. Y todo ello teniendo en cuenta que lo del garrotazo sigue estando vigente, ofreciendo testimonio de que nuestra evolución es bastante incipiente aunque llevemos algunos miles de años andando erguidos sobre las patas traseras y mirándonos por encima del hombro. La paradoja es que utilizamos herramientas de uso muy sencillo para comunicarnos y que nos están perjudicando debido al uso incorrecto que a veces le damos.

Un ejemplo de ello son las redes sociales (RRSS). Y es que basta con darnos un paseo –virtual- por algunas de las plataformas más conocidas para comprobar que, como especie, nos estamos degradando en cuanto a capacidad de interacción. El ser humano posee una tendencia innata hacia la maximización y a realizarlo todo con el menor esfuerzo posible (también permanece especial querencia por el garrotazo, todo hay que decirlo), y el lenguaje no escapa a esa tendencia economicista que nos ha proporcionado la naturaleza que, si bien es cierto que es una ayuda para evitar el despilfarro de recursos para la supervivencia (otro estrepitoso fracaso en nuestro diseño y a las pruebas me remito) no resulta menos veraz que caemos en una simplicidad excesiva, incapaz de expresar la complejidad de nuestra entidad que, aunque modesta comparada con la inmensidad del universo, nos resulta abrumadoramente desconcertante y, todavía, indescifrable.

Lo de las redes sociales me llama la atención porque hemos caído en un abismo de razonamiento muy limitado a golpe de teclado. Se trata de un espacio muy abierto con la participación de múltiples actores que interactúan a la vez entre sí, en el que predomina una gran libertad (salvo que la ley Mordaza diga lo contrario) y en el que existe un sentimiento de desinhibición, y a veces de irresponsabilidad en su sentido estricto, en el que parece que todo vale para mostrar una opinión o atacar a la contraria. Y no critico que cada cual opine lo que le dé la real gana con entera libertad, sino que pongo el punto de atención sobre el reduccionismo de ideas existente en el ámbito de las redes sociales.

Lo que me preocupa de ello no son las opiniones personales de cada cual, sino el hecho de que las redes se hayan convertido en el principal campo de batalla dialéctico en nuestros días. Y la razón es muy sencilla: consiste en que las redes sociales más populares no permiten la matización, el debate en profundidad; todo lo contrario, pues lo que predomina es el trazo grueso y el maximalismo. Tanto que ya es habitual la existencia de auténticas campañas de acoso y linchamiento que resultan vergonzosas.

Lo peor es que las organizaciones políticas y sus representantes caigan, también, en ello. No porque no deban usar las redes sociales para llegar a la sociedad o a su electorado, sino porque a veces da la sensación de que el principal escenario está constituido por un espacio virtual que apenas permite ir más allá de la pura dicotomía. O estás conmigo o estás contra mí. O haces RT o te bloqueo. Así de simple, así de burdo. Se supone que los partidos políticos y sus dirigentes deberían ser más serios y presentar un comportamiento más modélico, pero lo cierto es que normalmente caen en la simple ramplonería.

Los políticos se han adherido alegremente a la cresta de esta ola de limitados caracteres para lanzar afirmaciones categóricas, dejando un rastro de mediocridad y falta de profundidad en los planteamientos. Todo se queda en la superficie y, habitualmente, en la demagogia y el exabrupto. Y reconozcamos que a muchos les viene bien porque así no tienen que comprometerse mucho ni pensar demasiado (esfuerzo demoledor para muchos), y encima parece que están en la actualidad más candente. Ahí, al pie del cañón y ¡al loro! A lo mejor es que no dan para mucho más…Vean ejemplos como el de Donald Trump, o el de algunos portavoces parlamentarios que meten la pata cada vez que teclean, o aquellos que se han convertido en auténticos profesionales de los 140 caracteres y hasta sus intervenciones parlamentarias son una mera sucesión de tweets sin mayor pretensión que la de situarse en las cabeceras de la prensa y ser eje de las tertulias.

En algunas ocasiones, incluso, las organizaciones se empeñan en dirimir diferencias y contraponer puntos de vista que describen o residen en ámbitos muy complejos (repleto de núcleos irradiadores) en redes sociales, malinterpretando el propio concepto de transparencia, aireando sus miserias y amplificándolas, provocando ellos mismos la distorsión del mensaje. Se equivocan gravemente en ello porque existen foros de discusión más idóneos. En otras, directamente los políticos se insultan entre sí, cayendo en un impulso irrefrenable y enloquecido por hacer público lo que se le acaba de pasar por la mente, que a veces es bastante primario, dando rienda suelta al cerebro reptiliano que aún poseemos los humanos. Así, a lo loco. No vaya a ser que la reflexión o la mesura les ocasionen alguna clase de esguince mental, lo cual debe resultar tremendamente doloroso.

Aunque todo esto parezca muy grave, en realidad tiene un punto cómico; especialmente durante las noches de los fines de semana. ¡Ahí sí que se pone divertida la cosa! Basta con echar un vistazo para comprobar un fenómeno twittero-etílico-festivo que alcanza cotas sublimes y que a unos le ha costado un tirón de orejas público, y a otros se les ha visto (imagino que ya sobrios o tremendamente arrepentidos, o incluso ambas cosas a la vez) borrando tweets y míticas frases en sus muros y estados. Parece que algunos llevan dentro a un Marhuenda, un Inda, o uno de esos economistas liberales enfervorecidos, que se desatan en determinados momentos pidiendo salir a la luz pública, rompiendo las cadenas que les unen a la cordura, para ofrecernos soluciones milagrosas y definitivas para absolutamente todo. Son unos cracks, oiga. Bueno…quien dice cracks dice cuñados…lo que el lector prefiera.

Dicho esto, lo que quería apuntar es que las redes sociales nos llaman la atención sobre un fenómeno de decrepitud intelectual de nuestra sociedad. Me refiero a una crisis de pensamiento, de escasez de referentes éticos y filosóficos y, consecuentemente, eso se traduce en una crisis de calidad democrática. Falla el debate y fallan las formas. Y falla el respeto por el otro que piensa distinto. Nuestra deficiente forma de comunicarnos nos lleva a la decadencia dialéctica, pues no hay discusión o confrontación de ideas, no hay diálogo desde el respeto, solo hay conflicto…que deriva generalmente en el insulto facilón, en el improperio, en el brochazo grueso e imperfecto. Tal vez sea consecuencia de una época de escasez de ideas, de pensamiento único. Es un retroceso intelectual y de libertades porque hasta el humor es perseguido desde la Audiencia Nacional.

En ese caldo es imposible apreciar el contexto real de lo que unos y otros dicen realmente, y la tergiversación, la manipulación propagandística y mediática, así como la demagogia, campan a sus anchas. No se comprueban las fuentes de la información que circula por las RRSS, y demasiado alegremente contribuimos a viralizar noticias falsas y montajes (los denominados fakes), y así es muy difícil llegar a acuerdos, encontrar soluciones a los problemas o, sencillamente, intercambiar puntos de vista sobre algo de manera mínimamente civilizada. Y lo que es peor, asumimos una gravísima irresponsabilidad al hacerlo. Creemos que el anonimato o el origen desconocido de la información que compartimos nos dan un margen de impunidad, pero es solo un autoengaño.

Esa conducta irresponsable del todo vale, donde las bajas pasiones sustituyen a lo racional, del conmigo o contra mí, demuestra que somos muy tribales. Tenemos ejemplos de ello a diario y solo nos conduce a un enconamiento excesivamente visceral, pues el formato en el que hemos situado el debate nos lleva a tomar partido inequívoco por una postura o por la contraria. No hacerlo así te pone en el disparadero de los sospechosos. La ambigüedad está mal vista en un mundo cada vez más sectario donde la dicotomía bélica es el pan nuestro de cada telediario. Por eso no se extrañen de que las RRSS estén, cada vez más, huérfanos de intelectuales. Si nos fijamos bien, los pensadores aparecen poco en un terreno tan hostil. Cualquier cosa que digamos puede ser usada, y lo será, en nuestra contra. Y muchas veces de forma cruel.

Me pregunto, por tanto, si las RRSS están provocando una bajada cualitativa en la calidad del pensamiento o es la admirable capacidad adaptativa del ser humano la que hace nos subamos al vagón de la levedad intelectual. No lo sé. Probablemente una alimente a la otra.

No quisiera que pareciera que las RRSS solo tienen un lado oscuro. No es así. En realidad es una arista más de nuestros procesos de comunicación, y lo cierto es que nos aportan muchas ventajas y aspectos que son tremendamente positivos. Pero hoy quería hacer una reflexión sobre su mal uso y sobre cómo nos condiciona una forma de comunicación que aún es incipiente. Tendremos que equivocarnos mucho para mejorar…y la primera parte la estamos cumpliendo de maravilla.

*Raúl Alguacil Titos es Técnico Educativo en el Servicio de Publicaciones de la Consejería de Educación, Juventud y Deportes, profesor de Formación y Orientación Laboral y consultor de comunicación.

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