En el salón de grados de la Facultad de Economía y Empresa de la UMU aconteció el pasado viernes por la tarde un clima de cordialidad interpartidaria, que, en comparación con el tono general de la política regional desde hace un tiempo ya, resultó un tanto sui generis. Seis políticas en activo de todos los partidos, a invitación del Centro de Estudios de las Mujeres y de Género (CEMUGE) como cierre de su X Workshop de Políticas Públicas y Género, se sentaron en tono distendido para dialogar en una mesa redonda sobre la política desde la óptica femenina: Mabel Campuzano Martínez (ex VOX), Teresa Franco Martínez (PSOE), María Marín Martínez (Podemos), Gloria Martín Rodríguez (IU), Ana Martínez Vidal (Cs) y Mónica Sánchez García (PP), quienes al compartir sus diferentes motivaciones personales para haber dado un paso al frente hacia la representación política, desde el salto del activismo de los movimientos sociales, el efecto llamada de un discurso inspirador de un líder partidista, las experiencias y conciencia de injusticia en su trayectoria profesional previa, se entendió mejor el crisol ideológico del que provienen y la construcción de sus marcas personales.
Sin embargo, el punto de mayor coincidencia, constató el aún muy arraigado presente doble rasero de las mujeres enfrentan al incursionar en política según lo vivido por cuatro de las ponentes –las representantes emanadas de Vox y del PP fueron la excepción al declarar no haberse sentido discriminadas en ningún momento por motivos de género en sus vidas partidistas.
Fuera de estas dos afortunadísimas mujeres, las anécdotas de las otras cuatro aterrizan a experiencias concretas recientes un problema de índole estructural y que requiere ser atajado. La denuncia de Ana Martínez Vidal de las alusiones recurrentes en medios de comunicación a su apariencia física, notas que priman en su narrativa visual énfasis sobre su estado sentimental durante su momento de mayor conflicto político —como aquel artículo de La Verdad que, en torno a la fallida moción de censura que esta legislatura encabezó, abrió con la imagen de un abrazo con su pareja, o incluso el caso de un artículo de “ficción literaria” de 2017 que refería veladamente hacia ella con fuertes alusiones sexuales y cuyo caso fue llevado a tribunales, aterriza en su persona el muy denunciado sexismo en los medios de comunicación.
Por su parte, el recordatorio que hizo María Marín al denigrante e injustificado retiro de la palabra en tribuna que en febrero de 2021 sufrió por parte del presidente de la Asamblea Regional, Alberto Castillo, nos remitió invariablemente a la constante reflexión ¿se lo habría hecho a un diputado?
El enmarcado negativo de la ambición femenina en los discursos públicos, la dificultad de compaginar la actividad política con sus dinámicas horarias y los tiempos de tareas de cuidado, la percepción de tener que estar trabajando permanentemente en demostrar la valía propia entre compañeros, e incluso los ataques anónimos y virales enfocados en la denigrar la apariencia física —como el vivido por Gloria Martín en el contexto del asalto al Pleno del Ayuntamiento de Lorca en febrero de este año— salieron a relucir como recordatorio del escenario que una mujer enfrenta en el ejercicio de su participación política y que, así, analizados en conjunto, van dando respuesta lógica a por ejemplo, porqué desde María Antonia Martínez García (PSOE) la Región de Murcia no ha vuelto a contar con una presidenta de gobierno.
Junto a los relatos puntuales, existen estudios que hacen irrefutable la ilustración de lo sistemático del problema, como la reciente encuesta a consultores y consultoras políticas de Iberoamérica elaborado por los reconocidos investigadores Mario Riorda y Paola Zuban sobre la valoración del sexismo en política desde la óptica de quienes presencian de primera mano estas dinámicas. Entre sus resultados arroja que el 81,6 por ciento identificó una desvalorización de la palabra y la opinión de las mujeres políticas, a través de la invisibilización de propuestas y proyectos, mientras que el 72,4 por ciento manifestó que la disponibilidad de horarios para reuniones y actos políticos en los que se toman decisiones es peor para mujeres que para varones.
Ante este panorama que sigue impidiendo el llegar a una igualdad sustantiva en la esfera pública, ¿qué hacemos? La solución ante un problema estructural tan arraigado y por desgracia, por muchos negado, se transita por una ruta que invariablemente requiere acciones complementarias y que van desde la batalla cultural, legislativa y presupuestaria.
Afortunadamente, en nuestra Región hay algunos pulsos de esperanza en este sentido, como el que representa la Plataforma Colombine de Mujeres Periodistas Feministas, cuyo trabajo es muy necesario para la generación de contranarrativas que desde las redacciones y cabinas logren acelerar un cambio de marco en el que la mujer deje de construirse como otredad en los discursos periodísticos.
Pero también, hay que recordarlo, tenemos batallas recientemente perdidas, como fue el portazo el pasado septiembre en la Asamblea Regional a la toma de consideración de la “Proposición de ley de lucha contra las violencias machistas de la Región de Murcia”, impulsada por la diputada del PSOE Gloria Alarcón García —por cierto, también directora del CEMUGE— y que incluía la tipificación a nivel autonómico de la violencia política por razones de género. Batallas en el marco formal que, sin duda, deben retomarse en la próxima legislatura.
Y, por supuesto, la reivindicación feminista de “el cuidado al centro” resulta también imprescindible: el impulso a la corresponsabilidad entre hombres y mujeres y la existencia de un sistema fuerte de cuidados públicos es condición sine qua non para combatir la brecha de participación política de las mujeres desde las bases municipales, quienes hoy siguen haciendo malabares por conciliar sus desproporcionadas cargas de cuidado con sus legítimas aspiraciones públicas.
Para estos dos últimos puntos, que requieren especial voluntad política y dotación presupuestaria, la alianza interpartidaria entre mujeres es clave, por lo que, crear espacios abiertos de diálogo como fue el Workshop del CEMUGE, que permiten visibilizar puntos de encuentro y hacer pedagogía bajo una tónica cordial y ciertamente contrastante con el tono de crispación de otros escenarios son, ciertamente, muy aplaudibles y deben fomentarse más a menudo.
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