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El sueño sagrado

Vista de unas tablillas de escritura cuneiforme (Irak, 3 a 2 milenio A.C.) mostradas en el marco de la exhibición "Tesoros" de la Biblioteca central de Nueva York hoy en su emblemático edificio situado en la Quinta Avenida neoyorquina y Bryant Park. EFE/Jorge Fuentelsaz

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Pese a los avances sociales y tecnológicos que vivieron las gentes de la Edad del Bronce, aleación de cobre y estaño, en la Sumeria mesopotámica y en el Valle del Nilo, entre el 3500 y 1800 a de C., y que otros pueblos, minoicos, habitantes de la isla de Creta, y micénicos, asentados en la antigua Grecia hacia el 2400 a de C., se aventuraran a travesías de complejas corrientes marítimas en pos de los metales que darían forma a la impronta de su tiempo, las mujeres y hombres de estos milenios, al igual que sus ancestros, apelaban a los dioses y a la magia para conseguir sus fines y apaciguar sus más íntimos temores. Unos y otra explicaban las incógnitas de las noches y los días.

Los sumerios, de origen no semita, politeístas, ubicados en las tierras bajas de la antigua Mesopotamia, en parte del actual Irak, creían que todo suceso provenía y estaba regido por la divinidad; que el acontecer se producía sin apenas intervención humana; que el propósito de la humanidad era adorar y servir a los dioses; y que la forma de relacionarse con estos era mediante la religión, los sueños y la magia, por lo que, para asegurarse ser oídos y protegidos por los todopoderosos seres superiores, además de los dioses mayores, (An, dios del cielo; Enlil, dios alado; Ninhursag, la gran Diosa Madre, y Enki, dios de la sabiduría), el panteón sumerio se componía de deidades personales que facilitaban la comunicación entre lo humano y lo divino. De su dios personal, Ningirsu, obtuvo respuesta Eannatum, rey de la ciudad de Lagash, cuando hacia el 2450 a. C., dejó escrito que “Ningirsu se había puesto de pie sobre su cabeza, mientras dormía, y, en un sueño, le había informado que en la próxima guerra que iba a mantener contra la ciudad de Umma, el rey de la ciudad de Kish no tomaría partido por ninguna de las ciudades en litigio”.

Pese a la información que el dios personal ofrece en este sueño al rey, lo habitual era que los sumerios orasen y pidiesen protección e interpretación a alguna de las deidades femeninas interpretadoras de sueños, Nanshe, Geshtinanna y NInsum, como hace Gilgamesh, en el poema que lleva su nombre, escrito entre el año 2500 y 2000 a de C., al pedir a su madre, la diosa Ninsum, que le interprete los sueños, pues, si bien las deidades masculinas podían aparecer en estos, no se conoce que alguna interpretara el relato onírico. Que a través de los sueños se conocía el futuro, se obtenía respuesta para los asuntos de la vida o se comunicaba con la divinidad, eran creencias que se fomentaban con la Incubación de Sueños o Sueño Sagrado. Originada la incubación, probablemente, en Sumer de donde se extendería a pueblos próximos, acadios, babilónicos, asirios, así como a Egipto, país del que pasaría a Grecia y a Roma posteriormente, parece que, originalmente, cumpliera la función de la sanación, pero más allá de esta los sueños espontáneos o incubados, por ser medios de comunicación con los dioses, fueron de importancia extrema para las gentes de la época.

De esta relevancia social e individual, en el país del Nilo, dan muestras: el libro de autor anónimo, escrito hacia el 2100 a de C., Enseñanzas de Merikare, que especifica “los sueños son enviados por los dioses para que los humanos conozcan el futuro”; o El Papiro Chester Beatty III, 1350 a de C., que recoge 108 sueños con sus respectivas interpretaciones, las imágenes oníricas tenían un significado común para los pueblos de la antigüedad, y establece las consecuencias de soñar, así: matar un buey, los enemigos del soñador se retirarán de su presencia; copular con un cerdo, el durmiente será despojado de sus posesiones; serrar madera, los enemigos del consultante morirán; dientes que se caen, el consultante morirá a manos de sus subordinados; beber vino, el soñador vive en la virtud; recoger dátiles, la deidad del consultante le entregará alimentos. Las interpretaciones se suceden hasta sumar las ciento ocho sin aclarar si la naturaleza del sueño es espontánea o inducida o incubada, lo cual, sin embargo, no impide que, con el transcurrir del tiempo, hacia el año 300 a de C., el Sueño Sagrado fuera tan popular en Egipto como la profusión de templos dedicados a dormir en estos: los de Isis en la isla de Filas, en Koptos; el de Imhotep, en Menfis; el de Setis I en Abydos; el de Serapis en Alejandría; el de Ptah en Menfis, entre otros.

Era frecuente, además, colgar en las puertas de las casas o cerca de las camas, una figura del dios Bes para impedir que, durante el descanso nocturno y sin poder defenderse, el durmiente fuera atacado por genios malignos. Las Cámaras de Incubación de Sueños se encontraban en el interior de los templos, a los que se dirigía el creyente para pasar la noche y dormir en suelo tutelado por la poderosa casta sacerdotal, la cual, formada por sacerdotisas y sacerdotes, velaba para que el devoto, que se dirigía al templo a solicitar de este medianía con la divinidad, cumpliera con un ritual previo, sin el que la admisión no se produciría, consistente en cuidados, consejos, comentarios y fórmulas mágicas que eran la antesala del ceremonial de pureza que debía seguir el consultante y que, además de estados anímicos de introspección, conseguidos, en ocasiones, mediante la ingesta de sustancias o pócimas preparadas en el mismo templo, exigía estar en ayuno; no haber mantenido relaciones sexuales durante los días previos a la incubación; recitar plegarias y seguir rituales; realizar una ofrenda al templo y un sacrificio, cruento o incruento, al dios invocado, el cual podía manifestarse en el sueño incubado del creyente o en el de la sacerdotisa o sacerdote que recibiera mensajes de la divinidad.

En la mitología griega Hipnos, el sueño, hermano gemelo de Tánatos, muerte, e hijo de Érebo, la oscuridad, según algunas versiones del mito, y de Nix, la noche, se desposó con Pasítea, con la que engendró mil hijos, llamados Oníros, que habitaban en las playas del extremo occidental del océano, en una caverna oscura, del Erebo, la cual abandonaban cada noche, para ponerse en contacto con los humanos a través de los sueños, que, siguiendo las prácticas heredadas de mesopotámicos y egipcios, con leves variaciones, también se potenciaban mediante el Sueño Sagrado, hasta el punto de llegar a contabilizarse, en suelo griego, cámaras de incubación en más de doscientos templos. Las religiones del Libro, judía, cristiana e islámica, han practicado otra suerte de sueño sagrado, que ha consistido en relacionarse con la divinidad, monoteísta, proféticamente. Sus respectivos libros de enseñanzas, Torá, Biblia y Corán, recogen encuentros oníricos con un dios todopoderoso que se aparece a un elegido que conducirá al pueblo de Dios hacia su destino.

Los sueños, con incubación o sin ella, sagrados o profanos, han despertado interés en todas las épocas y culturas, y que, en la occidental, sobre su origen y finalidad, se hayan pronunciado, por citar algunos nombres: Sócrates, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Cicerón, Lucrecio, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, René Descarte, Thomas Hobbes, Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Carl Gustav Jung, Jean Piaget, Michel Jouvet, no ha acallado el misterio que los envuelve, pues, si bien desligados de los dioses tiempo ha, las mujeres y hombres de la tercera década del tercer milenio d C., por la forma de relacionarse con los sueños que no entienden, bien pudieran llamarse babilónicos, pues estos, habitantes del segundo milenio a de C., cuando soñaban un sueño demoniaco o persecutorio, las actuales pesadillas, siguiendo los consejos de las sacerdotisas y de los sacerdotes de la ciudad de los Jardines Colgantes, escribían el sueño en tablillas de arcilla y las depositaban en el agua para que el agua disolviera el sueño y las tablillas. Y sin tablillas el sueño, embarrado, derretido, desaparecido, quedaba a merced del olvido, como a merced del olvido quedaban las quejas de los amantes, que, sabedores de la amenaza perenne del agua para la arcilla sin cocer, se lamentaban diciendo, “ha tirado mis tablillas de amor, al agua”.

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