Me encontré con Pilar hace unos días en la calle de Correos. Estudiamos juntas Arte Dramático y compartimos piso. Se levantaba a las seis para estudiar, ensayaba una y otra vez delante del espejo. Nunca tenía dinero, pero nadie lo notaba. Trabajaba duro para cumplir el sueño de ser actriz y ganarse la vida con ello. Le emocionaba su proyecto. Enseguida empezó a trabajar en papeles secundarios, y pronto, su primer protagonista. Le perdí la pista sabiendo que no le faltaría trabajo, tenía talento y disciplina. El otro día no pudimos abrazarnos, pero hablamos de todo. -¿En qué compañía estás ahora? -En la panadería de mi hermano, ahora no es tiempo de cultura, ya sabes. No es tiempo de cultura, un dardo al corazón, nos despedimos. Esa noche me dio por pensar en qué pasaría si desaparecieran de una en una las compañías de teatro de Murcia. Qué pasaría si tuvieran que cerrar los teatros, con sus conserjes, sus limpiadoras, sus taquilleros, sus técnicos de luz y sonido, sus gerentes y directores, administrativos, diseñadores y publicistas. Qué pasaría si no pudieran sostenerse los músicos, y con ellos, se pararan los camioneros cargados con sus equipos, y las distribuidoras, y los luthiers y letristas. Qué pasaría, pensé, si las orquestas no alegraran nuestras verbenas; qué opinaría de ello la hostelería y el comercio; sobre qué nube se sostendrían los bailarines; hacia dónde enfocarían los cámaras, pobre quiosco vacío a la puerta del auditorio. Qué sería de los feriantes sin música, y qué de las galerías sin artistas, en qué se emplearían las fábricas de lienzos, qué estudiarían y qué enseñarían los profesores de bellas artes o los monitores de artesanía. Y si cerraran las bibliotecas y los museos, qué tipo de Alzheimer colectivo nos atraparía. Si olvidáramos el patrimonio, acabaríamos reprobados por muertos y vivos. Pobres turistas si solo les damos playa, pobres Facultades de Letras, de Historia, de Ciencias, en qué iba a ocupar su tiempo la Universidad sin una arqueología actual y viva. Hoy somos Pilar, todos y todas, somos esa actriz de raza apartada de su profesión a su pesar, ¡gracias a su familia panadera por poder cubrir necesidades! Me recordó Pilar el “medio pan y un libro, de García Lorca”. Y también al consejero de Hacienda.
Qué pasaría si de tanto cercenar presupuesto, o de darlo mal y a destiempo, acabara por no haber ni de dónde cortar. ¿A que está de acuerdo conmigo, señora Campuzano? Las personas e instituciones que basan su desempeño en podar y en talar, acaban por perder su trabajo cuando han llegado al máximo de su eficacia. Lo estará si admite que prescindir de la Cultura es el drama, la Troya invadida y quemada de nuestros días. Si nos quedamos sin cine y sin teatro, los maizales dejarán de darnos palomitas. Y ese día, para qué queremos una Consejería de Cultura, convertida en caballo de Troya, pagada con impuestos de Pilar y de tanta gente que sigue madrugando para ensayar frente a un espejo.
Señor consejero de Hacienda, si no apostamos por la Cultura, teniendo todas las competencias, si no dejamos de ver a sus profesionales como personas sin beneficio, si no reconocemos su aporte al PIB regional, si permitimos que vivan con menos comida que nadie en la nevera, habremos fracasado. Señor consejero, si la cultura cae, arrastraría un espíritu, un aliento, una esperanza, pero para que usted me entienda, le diré que arrastra también mucha riqueza y trabajo: cultura no es gasto, es inversión.
Espero ver pronto a Pilar encima del escenario, es lo mejor que sabe hacer. Yo desde mi posición política y ciudadana, ayudaré para que siga actuando. Si deja de ser actriz, hasta la panadería de su hermano, tendrá que cerrar un día. Es tiempo de cultura, ya lo creo.
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