En un ejercicio de rigor periodístico sin precedentes, la televisión pública, la 7, informaba hace poco de que la inmigración es la cuarta preocupación de los murcianos. Era la hora de la comida y entre cuchara y cuchara nos quedamos sin saber cuáles eran las otras tres, a lo mejor porque no importaban. La tele que pagamos tiene estas cosas. Aún no tienen a Wagner como banda sonora, pero la lo compensan con películas de Joselito, Rocío Dúrcal o Marisol.
Seguramente las tres primeras cuestiones que interesan a los murcianos, logica dicit, son la sanidad, la vivienda y la educación. Todas emergentes, todas en precario, pero la sanidad es una cuestión de vida o muerte.
El Colegio Oficial de Médicos de la Región de Murcia le ha entregado al presidente autonómico, Fernando López Miras, la Medalla de Colegiado de Honor con Emblema de Oro, por la defensa de la profesión médica. Si leyeron bien esta noticia y se frotaron los ojos para comprobar que no era coña, es que todavía no somos una ameba sin capacidad crítica.
Los colegiados de este organismo, que en teoría representa a los médicos, han premiado la labor de López Miras y su Consejería de Sanidad por defender, supongo, la salud murciana, aunque no la universal. Durante la gala también se entregó el Premio Hipócrates 2024 a la UCAM, por su contribución y apoyo a la medicina, seguramente la privada.
Este juanpalomismo sería comprensible en, por ejemplo, Turkmenistán, la cuñadísima república de Asia central que es como la Corea del Norte en musulmán. Los turkmenos aceptan con normalidad todas las chifladuras de su gobierno, presidido por una saga familiar que prohíbe cosas tan decisivas para el devenir mundial como dejarse barba antes de los cuarenta, hacer estatuas de oro del perro del dictador, o prohibir palabras incómodas.
Su presidente aparece a cada momento en los medios de comunicación, que por supuesto están a sueldo, llorando apenadísimo por la desaparición del Mar de Aral, o haciendo lo que más le gusta: cantar y tocar la guitarra.
Pero en Murcia, que ni es república ni dictadura, resulta muy poco saludable que instituciones, organismos que deben representar lo mejor de lo que es capaz la sociedad, sean aduladores, pierdan el sentido del honor, del deber. Y por tanto de la vergüenza. Porque tienen capacidad de criterio y elección, a diferencia de los turkmenos.
Los oros de ese emblema que abochorna a los profesionales de la sanidad, han premiado la gestión del presidente y CIA por conseguir unos logros que no todos consiguen. Que uno de cada seis dependientes en lista de espera muera sin ser atendido, que a los enfermos de las unidades de geriatría tengan que darles de desayuno, por ejemplo, yogur y café, porque ese día no hay otra cosa, que en los hospitales públicos se coma peor que en Mauthausen, que para ir a Urgencias haya que llevarse reservas de agua, un tranquilizante en el bolso y paciencia para echar el día, o falten pediatras en los centros de salud.
Son sólo algunas pequeñas muestras de la falta de inversión en sanidad pública, un enigma en su mismidad, porque recursos hay, luego no se explican tantas carencias. De que este sistema funcione todavía en la región se encargan, en solitario, sus profesionales.
Aunque Murcia es la más joven de las comunidades autónomas, sus resultados en salud se encuentran entre las peores de España, tanto en mortalidad como en morbilidad. Tenemos la peor esperanza de vida a partir de los sesenta y cinco de todo el país, en especial las mujeres. Por no hablar de salud mental, porque ser cuerdo en esta región es una bendición del cielo.
El último plan de salud de la Consejería de la ídem fue hace casi diez años. Todo esto y más que no cabe por aquí es lo que ha premiado el Colegio de Médicos, que a lo mejor, un suponer, han confundido con las prisas la palabra Hipócrates por hipócrita. Dirán que el sistema es deficitario, pero eso es parte del discurso. También que no hay medios, pero es otro truco. Hasta que nos demos cuenta de que hay palmeros, sí, pero los demás sufrimos exceso de anestesia.
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