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Otra vez

Foto de archivo, tomada en 1991, que muestra al ex presidente ruso, Boris Yeltsin (i), junto al antiguo dirigente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, durante un congreso en el Kremlin, Moscú, Rusia. EFE/Vassili Korneyev/Archivo
19 de marzo de 2022 10:01 h

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Por fin llueve. Tomaré la lluvia que moja el sediento suelo murciano como buen augurio. Si no elevara la esperanza, mientras el agua cae, no sabría atravesar la guerra de fuego, y de datos, que resquebraja la endeble convivencia en la que se desangra parte del continente; en la que una vez más, como tantas antes en la Historia, el hombre mata al hombre por razones humanas. No hay otra explicación. Se puede fabular la naturaleza que nos mueve, pero el hecho cierto, comprobable, demostrable, es que el ser que somos no sabe, o no puede, prescindir de la violencia; que esta está en el origen de la especie, y que se perpetúa como una maldición ante la que se sucumbiera por mandato evolutivo o consigna irracional.

No tengo otra respuesta. Sí preguntas y observaciones, más o menos erradas, que pretenden vislumbrar algún aspecto de cuanto está sucediendo. Los dirigentes rusos que, tras la revolución de 1917, han gobernado el país han resultado ser tan imperialistas, y sangrientos, como los zares que les precedieron. Pero “Es perfectamente evidente que la Organización del Tratado del Atlántico Norte podría, en las condiciones deseadas, perder su carácter agresivo si todas las potencias de la coalición antihitleriana se convirtiesen en miembros. Por esta razón, el Gobierno soviético, guiado por los principios inmutables de su política exterior pacífica, tendente a la disminución de la tensión en las relaciones internacionales, se declara dispuesto a examinar, Junto con los Gobiernos interesados, la cuestión de la participación de la URSS en el Tratado del Atlántico Norte”. Así comenzaba el escrito que, el 31 de marzo de 1954, enviaba Nikita Jurschov, sucesor de Stalin, a la OTAN, creada en 1949. Otro de sus párrafos dice “… crear una situación en la cual el Tratado del Atlántico Norte tomaría efectivamente un carácter defensivo, del que quedaría excluida toda posibilidad para una u otra parte de Alemania de quedar integrada en una agrupación militar”. Pedía, además, “una solución al problema general de los armamentos, y la prohibición de las armas atómicas y otros tipos de armas de destrucción en masa”, así como “crear un ”sistema general europeo de seguridad -abriendo la participación a Estados Unidos-“, (Andrés Ortega, Diario El País, diciembre 1987).

En una larga misiva de respuesta, fechada el 23 de abril de 1954, un mes más tarde, la OTAN rechazó la petición. Sin negociaciones previas. El 14 de mayo de 1955 los Países del Este constituían el Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, conocido como Pacto de Varsovia, por la ciudad en la que se firmó, para contrarrestar los Bloques existentes. Además de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia, Repúblicas Federales Socialistas Soviéticas cofundadoras de la URSS en 1922, formaban parte del Pacto los países comunistas de Albania, la RDA, Bulgaria, Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, y China como país observador.

Esta alianza militar, pese a errores como las acciones llevadas a cabo contra sus propios miembros—Hungría, 1956 o Checoslovaquia, la llamada Primavera de Praga, 1968, intervención esta última que provocaría la salida definitiva de Albania de la coalición, permaneció activa hasta la caída de la URSS, en 1991. Un año antes, 1990, el Secretario General del Partido Comunista de la URSS, Mijail Gorvachov, en el poder desde 1985 a 1991, abrumado por la bancarrota del país; la necesidad crediticia para acometer reformas político sociales; el fracaso de “la perestroika” y “la glásnost”; la ola de revoluciones de 1989, contra el sistema comunista, conocida como “El Otoño de las ”Naciones“; y la precipitada Caída del Muro de Berlín, a finales del mismo año, inició conversaciones con el presidente norteamericano, George H. W. Bush y su Secretario de Estado James Baker; con el canciller alemán Helmut Khol y su ministro de Asuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher; y con Douglas Hurd, ministro de Asuntos Exteriores británico. Conseguir los créditos financieros que solicitaba, exigía tratar, primeramente, los espinosos temas de la OTAN y la Reunificación de la RDA.

Para Gorvachov, había una cuestión innegociable: la OTAN no debía expandirse hacia países del Este, y, en cualquier caso, nunca más allá de los límites de entonces. Su consentimiento para la Reunificación de la RDA dependía de la resolución de este planteamiento. El 6 de febrero de 1990, Genscher, atendiendo la petición del líder soviético, le propuso a Hurd, por escrito, que ambos instaran a la Alianza a que esta hiciera una declaración pública manifestando que no tenía “intención de expandir su territorio hacia el Este. Tal declaración ha de ser de carácter general y no referirse únicamente a Alemania oriental. […] Por ejemplo, la Unión Soviética necesita saber con seguridad si Hungría entraría a formar parte de la Alianza, caso de producirse un cambio de gobierno”. Hurd aceptó, aunque la declaración no llegó a producirse. En conversaciones presenciales posteriores Baker formuló una pregunta a Gorvachov “¿Preferiría usted ver una Alemania unificada fuera de la OTAN, independiente y sin presencia estadounidense, o una Alemania unificada y vinculada a la OTAN, con garantías de que los límites de esta organización no se desplazarían un centímetro hacia el Este?.” Gorvachov fue taxativo: “Desde luego, nos sería inaceptable cualquier expansión de la jurisdicción de la OTAN”.

El 10 de febrero, Kohl, en entrevista con Gorvachov repitió: “Naturalmente, la OTAN no puede ampliar su territorio al territorio actual [de la RDA]”, lo que motivó que el mandatario soviético aceptara iniciar la reunificación alemana. Por incomprensible que pueda parecer, las conversaciones citadas, cuyos extractos proceden del artículo citado unas líneas más abajo, no se formalizaron por escrito, quedando de ellas tan solo notas o cartas que los diferentes negociadores utilizaron para sí, entre ellos, o para sus respectivos gobiernos. En mayo de ese mismo año Gorvachov propuso a Baker formar parte de la OTAN o crear una estructura paneuropea, a lo que el segundo, negándose a la primera propuesta, respondió a la segunda “La seguridad paneuropea es un sueño.” (Mary Elisse Sarotte, 2019, “Rusia y la OTAN: ¿promesas rotas?”)

Por segunda vez en la Historia, la propuesta rusa, treinta y seis años después de la primera, era rechazada. Otra vez sin negociar. Y los acuerdos verbales relegados a un inquietante olvido. La OTAN, desde entonces, se ha expandido a catorce países del Este: la antigua República Democrática Alemana en 1990; la República Checa, Hungría y Polonia en 1999; Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia, y Eslovenia en el año 2005;   Albania y Croacia en 2009; y Montenegro en 2017, suscitando, en todas las ocasiones, la protesta formal rusa. No es que la UE no estuviera advertida, pues además de expresar su malestar por la retirada de EEUU del Tratado de Antimisiles, en 2002, y la más reciente salida del de Eliminación de Misiles de Corto y Medio Alcance, en 2019, ya en 2007, Putin, en una conferencia de Seguridad en Múnich, tachó la expansión oriental de la OTAN “de grave provocación.” No fueron de tono menor sus palabras cuando, en 2008, la OTAN prometió la membresía de Georgia y Ucrania en la Organización.

Cuatro meses después, el líder ruso invadió Georgia. Las Garantías Verbales de 1990, escritas en su cabeza con la sangre de la traición, están en la base del actual conflicto armado. Cuando Putin lo inició, en 2014, invadiendo la península ucraniana de Crimea, donde, desde 1783, Rusia ancla su Flota del Mar Negro, ---el puerto peninsular de Sebastopol es uno de los pocos practicables, si no el único, durante los crudos inviernos rusos--- con la intención, más que probable, de obtener reconocimiento internacional, no solo sobre Crimea sino sobre su control del Mar de Azov, del Mar Negro y de tierras que pudiera conquistar, como la reciente región del Donbás, corazón industrial de Ucrania, y el resto de este país, para, 2014, y para Putin, la OTAN había violado el territorio soviético tantas veces como países de la antigua URSS había admitido en su seno. La caída del presidente ucraniano, afín al Kremlin, Viktor Yanukovych, en ese mismo año, precipitó los hechos, ante el temor de otro avance de Occidente.

Porque no es solo que la cabeza de Putin pueda añorar glorias de otros tiempos sino que, en base a las Acuerdos Tratados en 1990, se opone, rotundamente, a la expansión de la OTAN, y, por ende, al sistema de defensa antimisiles que esta instaló en Rumania, en 2016, y al similar en Polonia, en 2018, aludiendo que ambos suponen “una amenaza para Rusia”. Igual, curiosamente, que se expresara Kennedy en 1962, durante la Crisis de los Misiles, al entender que una base estratégica soviética en Cuba constituía “una amenaza explícita para la paz y la seguridad de las Américas.”(Cristina Graell Santacana, 2012, Revista Nuestro Tiempo, núm 712) ¿Son estratégicas las bases de la OTAN? ¿Es la OTAN una organización de beneficencia? ¿Habrá que recordar que la OTAN es una Alianza Militar, dirigida por uno de los países más belicistas del planeta, especializada en crear conflictos armados lejos de las fronteras de EEUU, y compuesta por miembros, no todos, afortunadamente, que poseen armas nucleares?

Entre la crisis armada actual y la de la década de los sesenta, del pasado siglo, salvo la altura de miras de los gobernantes de entonces, Kennedy y Jruschov, el último desistió de su intención, no hay diferencia. ¿Aceptaría, de buen grado, EEUU, actualmente, una base militar soviética en Cuba? ¿Por qué no considerar las Conversaciones de 1990? ¿Por qué el empeño histórico de convertir a Rusia en enemigo? ¿Qué países producen las armas que, vergonzosamente, Europa envía a Ucrania? Porque si Rusia es la agresora en esta guerra, que, sin excusas, lo es, la UE, tras ocho años de conflicto, no ha sabido acunar la paz. Y en esa medida es responsable. Ocho años de responsabilidad de no saber o no querer hacer.

No. Europa no es inocente. Apostar por una Alianza Armada, financiar su propagación, dotarla, mantenerla, y permitir que se repita el oprobio, la sangre y la vergüenza del peor aspecto del hombre, el violento, más que error parece consentimiento. Por parte del actual gobierno español, no se han producido dimisiones en la Coalición, también. Porque enviar armas a Ucrania es como insuflar oxígeno a fuegos encendidos. Más valdría un “Alto el Fuego”, una “Tregua”, y hablar de Países Neutrales, de No a la Expansión de la OTAN, de No a esta Organización Militar que no protege a quienes dice defender, de No a la Guerra de Ucrania, de No a Todas las Guerras. Porque pese a la iniciativa armada de Putin y a los intereses económicos, de nuevo orden mundial, del octogenario y belicista presidente norteamericano, recientemente llegado al poder, se necesitan acuerdos que sostengan la voz como si las armas murieran ante la palabra.  

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