Estaba claro que no iban a tardar en reventar esa imagen de gobierno “centrista y moderado” que prometió López Miras en su discurso de investidura. Vox no es un partido con pudor, que intente tácticamente moderar su estructura ideológica del odio. De hecho, vive de eso, del miedo que sea capaz de inocular en las arterias de la sociedad. Los atentados de Hamás en Israel constituyen un caldo de cultivo inapreciable para el discurso xenófobo de la ultraderecha. Es como si a un pirómano le pones una antorcha en la mano. Para Vox, los musulmanes son todos criminales hasta que se demuestre lo contrario. De ahí que la guerra entre Israel y Hamás les haya servido para radicalizar su maniqueísmo sobre la cultura musulmana. En un mensaje publicado en X durante la semana pasada, José Ángel Antelo, vicepresidente del Gobierno Regional, asoció la infiltración yihadista con la inmigración. Desde su paranoico punto de vista, “nos jugamos nuestra seguridad”, ya que “una nación sin protección en sus fronteras se encamina hacia el colapso”. Naturalmente, y como no podía ser de otro modo, el culpable de esta alarma terrorista la tiene “la complicidad del Gobierno con las mafias”.
Lo primero que llama la atención es la oportunista alianza de Vox con el Estado de Israel, máximo cuando una parte significativa de este partido no esconde sus sentimientos antisemitas. En el conglomerado de ideologías ultras que convergen en el partido de Abascal, el neonazismo se perfila como una opción no menor. Cuando se trata de identificar objetos fóbicos, Vox no se molesta en dibujar una línea de coherencia. No en vano, ninguno de sus votantes se la va a pedir. Lo preocupante es que un partido xenófobo, antimusulmán y con tendencias neonazis esté sentado en la mesa del Consejo de Gobierno. Pero más alarmante es que mensajes como el lanzado por Antelo la semana pasada apenas sean noticia ni motivo de crítica y preocupación. La sociedad, en general, pero la murciana, en particular, vive en un ensimismamiento que, sinceramente, carece de escrúpulos y de ética. Y afirmo esto porque prefiero creerme este diagnóstico a pensar que, en su mayoría, los ciudadanos de la Región de Murcia callan por complicidad, porque, en realidad, se encuentran de acuerdo con el discurso de Antelo. Aunque mi decepción con esta tierra sea grande, me niego a admitir que su estructura social sea xenófoba y racista. Me vendría abajo por tanta tristeza y frustración.
Pero ¿quién nos iba a decir hace unos pocos años que el vicepresidente del Gobierno de la Región de Murcia iba a lanzar un mensaje tan abiertamente xenófobo? ¿Cómo es posible que toleremos este tipo de comportamiento sin que descosan las costuras democráticas más íntimas de cada uno de nosotros? Y, prosiguiendo con los interrogantes, ¿bajo qué pulsión de poder, un partido como el PP puede pactar con un partido con principios tan infectos y, al mismo tiempo, arrogarse las esencias del constitucionalismo? Que nadie del Gobierno haya salido a deslegitimar las palabras de Antelo indica dos cosas: 1) la normalización del discurso del odio por parte del PP, que, con tal de no entrar en conflicto con su socio de Gobierno, prefiere considerar tales palabras como parte del “cupo de excentricidad” inherente a Vox; y 2) que esto no ha hecho más que empezar y que, conforme vaya avanzando la legislatura, el envalentonamiento institucional de Vox será mayor y más ofensivo. Espero que, al menos, muchos de los católicos de misa dominical que votan a la ultraderecha y avalan con su silencio este discurso del odio, purguen sus pecados y vomiten su hipocresía. Porque, sinceramente, no les cabe más en el cuerpo.
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