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Hijas que pasan a ser madres y madres que se convierten en abuelas: “Cuando parí quería venirse a vivir a casa y le dije que ni en broma”

Ana, Violeta, Paqui y Guadalupe, en un parque de Madrid.

Lucía M. Quiroga / Carmen Moraga

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Paqui Rodríguez es abuela de cuatro nietos: tres niñas y un niño de todas las edades: desde los 16 de la mayor a los tres del menor. “Los quiero con locura y muero por ellos”, explica a modo de carta de presentación. Evita revelar su edad, prefiere decir que tiene “taitantos”. Cuenta que lo que más le gusta en el mundo es llevarle el desayuno a la cama a su nieta pequeña cuando se queda a dormir en su casa: “Me levanto antes que nadie, le preparo el desayuno y se lo pongo en la mesita de noche. Y se pone contentísima, me dice: ‘Yayi, te quiero’. ¿Tú sabes la felicidad que me da a mí eso?”, explica. Indignada, su hija Guadalupe López, de 40 años, interrumpe la conversación: “¡Yo flipo! ¡Pero si a mí no me has dejado jamás comer en la cama! Es que no puede ser que no haya límites cuando están en casa de los abuelos”, asegura, medio en broma medio en serio.

La escena que protagonizan Paqui y Guadalupe ilustra bien el debate que existe en torno a un tema que tiene diferentes aproximaciones y muchas variables a analizar: cómo cambia la relación entre madres e hijas con el nacimiento de un bebé, sobre todo del primer nieto o nieta. En elDiario.es hemos juntado a madres y abuelas en un diálogo en el que las propias autoras del reportaje hemos participado.

Reconfiguración de las familias

El primer asunto que abordamos es la nueva relación que surge entre las madres con sus hijas en cuanto estas les informan de que van a tener un bebé. “Es como si te dieran una sacudida porque en realidad las sigues viendo como cuando eran pequeñas”. Así lo reconoce Carmen, que a sus 67 años es abuela de cuatro nietos de sus dos hijas. Y aquí entra al debate Ana, su hija: “A ver, es que ‘tu niña’ cuando te dijo que estaba embarazada tenía 30 años. Cuando tú tuviste tu primer hijo tenías menos de 24”, le recuerda a su madre. “Sí, era muy joven. Yo creo que no era consciente de la responsabilidad que tenía. Vosotras ahora sois más conscientes, estáis mejor preparadas”, replica Carmen, una observación que comparte su hija, que reconoce: “A veces incluso tenemos exceso de información”.  

“Yo en casa de mis padres siento que mi rol no ha cambiado. Cuando llego, sigo siendo hija en su casa. Quizás mi padre menos, pero mi madre decide ella. Pero no es solo culpa suya, también mía. Yo también me posiciono ahí

Violeta

Violeta es madre de una niña de 5 años y de otra de dos años y medio. Sus padres viven en Murcia y solo los ven “de visita”. En cambio, sus suegros están en Madrid, donde ella vive con su pareja e hijos. “Yo en casa de mis padres siento que mi rol no ha cambiado. Cuando llego, sigo siendo hija en su casa. Quizás mi padre menos, pero mi madre decide ella. Pero no es solo culpa suya, también mía. Yo también me posiciono ahí”, reconoce. Guadalupe reivindica ese rol: “Pues a mí no me parece mal seguir con el rol de hija, no me gustaría que me lo quitaran. Yo soy la niña y en mi casa me gusta sentirme hija, ya soy madre en otros espacios. Lo que no me gusta es que me quiten el rol de madre”. 

Lucía, periodista y mamá a su vez de dos hijos pequeños, se ríe porque en su casa, cuando está su madre, a veces pasa lo siguiente: “Si mis hijos gritan '¡mamá!’, contesta la abuela”. Todas se ríen con la anécdota.

Con estos temas encima de la mesa, consultamos con una experta, la psicóloga Violeta Alcocer, cuáles son los cambios fundamentales que se producen en las familias al nacer los primeros nietos. Según ella, el cambio es profundo y afecta a todo el entorno: “Con la llegada de un bebé cambia todo el sistema familiar. Y esto implica no solo a la pareja, sino también a abuelos y abuelos, tíos y tías… Incluir a un tercero, el bebé, en esta ecuación no siempre es fácil, pero, en este sentido, el sentir popular ha formulado muy mal el problema, porque penaliza a las madres por ser madres y a las hijas por ser hijas, cosa que no tiene sentido. Una abuela sigue siendo madre, aunque también sea abuela, y una hija sigue siendo hija, aunque también sea madre. El problema, en realidad, no tiene tanto que ver con renunciar a los roles previos, que son perfectamente legítimos, sino con las dificultades para reformular esos roles, cambiarlos y adaptarlos a las nuevas necesidades del sistema”, explica la psicóloga. 

Para el mediador familiar Gregorio Gullón, que forma parte de UNAF, la llegada de un bebé, “pone la vida de la pareja patas arriba, sobre todo si es el primero”. Coincide con Violeta Alcocer en que el cambio va más allá de la pareja, pero difiere en el análisis de los roles: “Creamos nuestra propia familia, diferente a nuestra familia de origen, de la que venimos. Y para poder ser madres y pareja, y crear nuestra propia familia de una manera exitosa, debemos reducir nuestro rol de hijas, de ‘niñas’. Pero cuando dejamos de ser ‘niñas’, en cierta manera obligamos a nuestras madres a cambiar su rol, y esto muchas veces cuesta, a todas las partes”, argumenta. 

La madre ‘infiltrada’ en el paritorio

El momento del parto es otro de los puntos que surgen en la conversación, ya que inaugura de alguna manera la relación que se va a establecer a partir de ese momento. Si antes una abuela se creía imprescindible y era la primera en llegar corriendo al hospital para ponerse al frente de la situación, ahora, llegado ese momento, suele compartirse entre la madre y la pareja, cuando la hay. También a la hora de volver a casa con el bebé. 

“Yo tuve a mi madre y a mi suegra en mi casa de 50 metros con 40 grados cuando fui madre por primera vez. Y tuve muchos conflictos, hay mucha diferencia entre cómo se hacen las cosas ahora y cómo las hacían ellas.

Guadalupe

Guadalupe: “Yo tuve a mi madre y a mi suegra en mi casa de 50 metros con 40 grados cuando fui madre por primera vez. Y tuve muchos conflictos, hay mucha diferencia entre cómo se hacen las cosas ahora y cómo las hacían ellas. A mi madre la veía más como apoyo, estaba para ayudarme a hacer la comida y lavarme la ropa. Pero con mi suegra no, yo la veía como una rival. ¡Es que parecía que había parido ella! Paqui, su madre, confirma: ”Sí, yo estaba para atender a Guadalupe para que ella pudiese atender a su bebé. Yo sí entendí a mi hija“, recuerda, con un punto de orgullo.

Ana cuenta también su experiencia. “Cuando yo iba a parir, como mi abuela siempre se iba a vivir a casa de sus hijas cuando eran madres, pues mi madre me decía que haría lo mismo. Yo le dije que ni de broma, que tenía una pareja con la que lo iba a hacer bien. Pero mi madre se ofendió muchísimo”. Carmen se defiende: “Lo viví como un rechazo a mi papel como madre. Nuestras madres nos acompañaban al médico, a las revisiones, incluso al parto y nos cuidaban después… Yo entiendo que ahora queréis tener vuestra vida privada y que nosotras en ese momento íntimo somos intrusas, sobre todo cuando vuestras parejas funcionan bien”. Carmen cuenta luego que ella no podía evitarlo. “Cuando mi otra hija, Sara, se puso de parto me pasé todo el día en la cafetería de enfrente del hospital para ver si me dejaba subir. No consintió, y sufrí como una perra”, confiesa entre risas ahora. Ana la regaña. “Es que queréis hacer un poco el papel de pareja. Eso ahora lo hace la pareja”.

Violeta se desmarca de las demás: “Pues yo me estoy dando cuenta de que mis padres son muy respetuosos, porque cuando me puse de parto vinieron a Madrid, pero reservaron un apartamento una semana, vinieron 5 o 10 minutos al hospital y luego un ratito a casa a ayudarnos y ya”. 

Para la psicóloga Violeta Alcocer, el desencuentro inicial es habitual y normal. “En este baile de necesidades y cuidados, no siempre es sencillo encontrar el ajuste. De hecho, un desajuste inicial es inevitable, porque la única forma de aprender a funcionar en la nueva situación es a través del cambio, es decir, de la crisis del sistema previo”, explica la experta. 

Pero, ¿cómo resituarnos en este nuevo escenario? Para Gregorio Gullón la solución a los roces pasa por poner límites: “Es el momento de poner límites claros a los roles y funciones de todas las partes. En ocasiones incluso hay que sacar de casa a los abuelos y abuelas, que con toda su buena intención de ayudar ocupan el espacio y el rol que corresponde a los progenitores. Si no se consigue esto, a la larga acarreará dificultades, y aparecerán las quejas y el malestar del otro miembro de la pareja”, asegura el experto.

“Le dejé un PDF con instrucciones a mi madre y a mi suegra”

La conversación fluye y se adentra en otros asuntos como los hábitos de niños y niñas y las diferentes formas de criarlos. Todo ha ido cambiando, desde la alimentación, a los hábitos de sueño, pasando por la movilidad o el establecimiento de límites. 

El conflicto es inevitable. Las abuelas a veces sienten que todo lo han hecho mal y las madres/hijas se sienten a su vez cuestionadas por sus propias madres. Lucía no olvida que la primera vez que dejó a su bebé con los abuelos les preparó un PDF con todas las instrucciones que debían seguir para atenderlo. Otras lo hacen por Whatsapp. Sin embargo, Carmen recuerda que ella dejaba a sus tres hijos en casa de sus padres sin preocuparse de lo que iban a comer, ni a desayunar ni los horarios que iban a seguir. 

Ana se lanza la primera: “Cuando nosotras nacimos fue el boom del biberón, en los años 80; muchas madres no daban teta porque trabajaban. Sin embargo, mi abuela sí. Yo me veo como ella, dando teta a demanda. Y en esto mi madre no se metió tanto, pero yo recuerdo a mi suegra decirme: ‘Pero si hace un momento que ha comido, ¿por qué la vuelves a poner si es cada tres horas?’”. Carmen interviene: “Es verdad, las abuelas cuestionamos demasiado las ma… ¡iba a decir las manías, perdón!”. Ana interrumpe a su madre: “¡Las maneras!”. Carmen: “Eso, las maneras”. “En mi opinión, las abuelas nos metemos demasiado en las maneras de educar de ahora. Con el tiempo aprende una a cortarse o a callarse”, interviene Paqui. “Yo creo que más bien a callarse”, puntualiza Carmen. Hay risas porque todas reconocen esa situación. 

“Mi madre no había dado mucha teta, y sin embargo se metía todo el rato: ‘¿Pero sale leche? ¿Se queda con hambre?’. Con el tiempo mis padres han aprendido y han visto lo bonito que hay en dar teta y lo valoran.

Violeta

Violeta también dice que “en algunas cosas” su madre “ha aprendido a callarse para evitar conflictos”. Y pone como ejemplo la lactancia: “Ella no había dado mucha teta, y sin embargo se metía todo el rato: ‘¿Pero sale leche? ¿Se queda con hambre?’. Con el tiempo mis padres han aprendido y han visto lo bonito que hay en dar teta y lo valoran”. 

Ana pone un ejemplo: “Pasa con el parque, el típico corralito de red en el que poner al bebé para poder hacer otras cosas mientras estás en casa. Mi madre no paraba de decirme: ‘Ponle un parque a este niño, que se va a la cocina y se arrastra por toda la casa’. Carmen replica: ”Es que un niño pequeño se pega unas hostias tremendas. Para mí el parque era un sitio seguro para dejarle con sus juguetes mientras hacía cosas. No como ahora, que le dejáis en el suelo y cuando te das cuenta el niño está metiendo los dedos en el enchufe o colgado de una lámpara. Yo me pego unos sustos tremendos, y nosotros los abuelos tenemos una gran responsabilidad y tenemos miedo de que a los niños les pase algo. ¿Qué hay de malo en poner al niño en un parque? ¡Es que no lo entiendo!“.

Para mí el parque era un sitio seguro para dejar al bebé mientras hacía cosas. Ahora le dejáis en el suelo y de repente el niño está metiendo los dedos en el enchufe. Los abuelos tenemos miedo de que les pase algo. ¿Qué hay de malo en ponerle en un parque?

Carmen

Ana le contesta: “Pues que te limita el movimiento; un niño puede explorar toda la casa sin problema. Creo que una de las diferencias que hay ahora es que adaptamos las casas a nuestros niños. Antiguamente no, antes había cristalería y peligros para ellos por todas partes, ahora adaptamos hasta los cajones, ponemos protectores… Yo, por ejemplo, cocinaba con la niña en el suelo y ella se entretenía con los trapos, que yo colocaba en el último cajón”. 

Guadalupe también interviene para señalar que un niño “no tiene por qué hacer las mismas cosas en una casa que no es la suya”. Y lo explica así: “Mi casa puede estar adaptada pero la de mi madre no tiene por qué. Yo al principio pretendía que hicieran lo mismo y luego aprendí que no hace falta. Ellos lo vigilan muy bien”. Paqui, la madre, corrobora ese temor a que le pase algo al pequeño. “Claro, es que no es lo mismo si es tuyo que si es tu nieto”, justifica. 

Viejas y nuevas costumbres: “Poco a poco se aprende a ser abuela”

Durante la charla, madres y abuelas comentan otros temas, como el de las costumbres que han caído en desuso, los métodos para dormir, cómo “gestionar” los conflictos, los castigos o consecuencias o lo que ahora se llama “validar las emociones”. “Es que los niños no son buenos y malos, son niños”, coinciden las madres. A Paqui no le duelen prendas en reconocer que le gusta más cómo se hacen ahora muchas cosas. 

En este punto encaja la reflexión del mediador Gregorio Gullón sobre el reparto de roles y la posibilidad de generar malestares: “Por un lado, está la necesidad de las hijas de no ser sustituidas o invadidas en su rol de madre, y por otro el deseo de las abuelas de seguir teniendo su rol, de no ser apartadas, no ser solamente las nannies cuando convenga. Tanto unas como otras necesitan ser confirmadas como buenas madres o abuelas por la otra. Cuando esto no sucede, genera mucho dolor”.

Al acabar la charla, ya con la grabadora apagada, madres y abuelas coinciden en lo mismo: si no fuese por la complicidad entre unas y otras, la crianza sería mucho más complicada. Con tiempo, paciencia y cariño, cada una aprende a colocarse en su lugar y a empatizar con las necesidades de la otra. Una conclusión que confirma la psicóloga Violeta Alcocer: “Es muy importante ubicarse. Comprender que las necesidades propias y ajenas han cambiado con la llegada del bebé y que cada una debe identificar su lugar y sus funciones. Las abuelas deben entender que la principal figura de cuidados del bebé recién nacido es idealmente su mamá y que la relación abuela-nietos se va a ir construyendo con el tiempo. Y las mamás deben saber que siguen siendo hijas y que es importante que se den permiso para identificar esas nuevas necesidades y transmitirlas, no solo a sus madres, sino a sus parejas y resto del entorno”, concluye.  

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