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En la víspera de la fase 1

A vueltas con el calendario

Elena Cabrera

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En Madrid, epicentro de la catástrofe (a muchos niveles), en la víspera de pasar a fase 1, no se habla de otra cosa. Hasta el punto de ser uno de los temas principales en las videollamadas de los niños. Impresiona ver a los micos mantener las mismas conversaciones que los mayores, o al menos muy similares:

— ¡El lunes pasamos a fase 1!

— ¿Cuándo vienes a dormir a mi casa?

No sé otros niños, pero el objetivo principal de mi hija, para la fase 1 y para la vida en general, es mezclarse mucho con la gente. Le pirra la fiesta más que una bolsa de pipas. Y también las casas de los demás. Su idea de la felicidad es pasar la noche fuera de casa de manera espontánea, como yo con 20 años pero ella a los 8. Ha preguntado en varias ocasiones exactamente a qué hora del lunes comienza la fase 1.

Eleonor está muy informada de todo lo que le interesa. Consume telediarios con un vicio que es posible que yo le haya contagiado. Si un día estoy saturada de noticias y cojo el mando para apagar la tele cuando termina uno, ella me lo arrebata de la mano y me mira como si estuviera haciendo una locura: “¡que ahora empieza el de la otra cadena!”. Durante el telediario pregunta cosas como “¿qué son anticuerpos?” o “¿quién es el malo?”. Pregunta por el malo en el telediario igual que lo hace en las películas. Lo que es el argumento (de la pandemia) yo diría que lo ha pillado bien, así como los arcos de sus personajes principales y la evolución de la trama. Puede ser que hasta le haya puesto un título: cuando ve un lugar donde no se están guardando las distancias de seguridad dice: “mira, mamá, fiesta del coronavirus”. He dicho que era una película pero no he aclarado de qué género. Tratándose de Eleonor, siempre es una comedia.

Desde que Pedro Sánchez nos ha dicho a los españoles que podemos ir planificando nuestras vacaciones, la vida se ha vuelto más complicada. Yo, de verdad, vivía más a gusto al día, sin tener que planificar nada. Me hablaba el otro día un amigo, que ha pasado por la COVID-19, que lo de pasar una temporada en la cama le ha parecido tentador. Inevitablemente nos acordamos de un vecino de mi barrio, el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, en cuya cama con vistas a la Avenida de América yació (y escribió) durante años. A mí ahora ahora mismo me tienta la opción de permanecer en estado de alarma permanente, como canta Bunbury en su último disco, y quitarme de la ansiedad de la planificación. He disfrutado del rigor horario del confinamiento y también de las medidas de alivio de la fase 0. Por eso estoy por plantarme, mostrar mis cartas y terminar aquí la partida.

Hay dos temas de conversación a los que volvemos estos días una y otra vez. Uno es la confrontación creciente, arraigada en posiciones ideológicas muy opuestas, y otro gira en torno a la ciudad. Hablo de esto último incluso con personas que han abandonado las grandes ciudades en busca de una vida más barata y tranquila. Vivimos tan acelerados que estamos echando de menos lo que tenemos hoy como si ya estuviéramos en el futuro. Me explico: circulamos en bici por Madrid con una combinación de alegría y nostalgia, lamentándonos porque estamos a punto de volver a ser invadidos por el tráfico agresivo y sucio de la capital. Es irremediable. No podemos hacer nada. Todo va a ser horrible otra vez. ¿Para qué intentar cambiar algo inamovible? Somos pesimistas natos. Onetti vino a vivir a Madrid y nos onettizó a todos a lo bestia.

El tema de las vacaciones es un calvario no solo de logística sino por el detalle de que cuestan dinero, algo que no abunda en tiempos de ERTE y recorte. Ha sido muy apropiado empezar a leer en estos días, alentada por la recomendación de un lector de este diario, un libro de Manolito Gafotas que nos ha prestado R. La madre de Manolito intenta colarle al hijo que no se van de vacaciones porque el niño ha suspendido las Matemáticas. Se lo estaba leyendo en alto a Eleonor; hice una pausa y levanté una ceja. Ella respondió con una risita de solidaridad con Manolito. En la página siguiente se enteró de que era una excusa, que en realidad había que pagar las letras del camión. “¿Ves? ¡Siempre me echas la culpa a mí!”, dijo mi hija, como si este año nos hubiéramos comprado un camión. ;

Alberto está aprovechando estos días para disfrutar el Madrid de las bicicletas a las ocho de la tarde, con esa sensación de quien agota los últimos días de veraneo. Cuando regresó a casa el sábado a las nueve, con el sol cayendo con la hermosa amortiguación lenta de estos días, coincidió con la batalla sonora que cada día se libra en la calle trasera de mi casa, entre la cacerola y el All you need is love de los Beatles, que según tengo entendido es algo que está sucediendo en muchas otras calles traseras de toda España.

En este domingo de víspera, nuestras vecinas dj han puesto algunas canciones en su efectivo sound system formado por altavoz y megáfono. Me han dado el capricho de oír sonar a todo trapo en nuestro pasaje Everyday is like sunday de Morrissey, para cargar aún más con melancolía este día. Con la sensación de que quizá esta fuera la última “prospe-verbena”, como ellas la llaman, han vuelto a pinchar el ya clásico Resistiré, el cual suena mientras escribo estas líneas sentada en el pequeño balconcito de mi casa, miro hacia la calle y un señor paseante de caniche se hace todo el recorrido bailando, con los brazos alzados, al ritmo de la canción.

La situación actual: 235.772 casos de coronavirus detectado en España. 1.976.120, en Europa y, en el mundo, más de cinco millones: 5.165.481.

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