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Nunca ha sido así

El vicepresidente Al Gore dando su discurso de la derrota, en las pantallas de un bar en Tallahassee, Florida, el 13 de diciembre de 2000.
24 de octubre de 2024 22:53 h

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Hace unos días, Brian Lehrer, periodista y presentador de la radio pública de Estados Unidos, puso un fragmento del discurso de la victoria del vicepresidente demócrata Al Gore el 13 de diciembre de 2000, después de que el Tribunal Supremo decidiera por seis votos a cinco que Florida debía parar el recuento en el estado decisivo aquel año para el resultado de las elecciones presidenciales. 

El Supremo sancionó así la victoria del republicano George W. Bush. Gore había ganado el voto popular, pero, según el sistema electoral de Estados Unidos, Bush sería el presidente según los votos del colegio electoral, los que otorga cada estado en función de su población y de quién ha ganado la mayoría de los votos allí. Así quedó congelado el resultado en Florida, que Bush ganó por 537 votos. En total, en todo el país, Gore había recibido 537.179 votos más que Bush. 

En esas circunstancias extraordinarias, Gore, después de llamar a Bush para felicitarle, dijo solemne que aunque estaba “en desacuerdo” con la decisión del Supremo, la aceptaba y reconocía su derrota. “Por el bien de nuestra unidad como pueblo y la fortaleza de nuestra democracia, ofrezco el reconocimiento de mi derrota”, dijo. También invitó a sus decepcionados seguidores a apoyar al nuevo presidente y prometió contribuir a superar la división. Gore tuvo que presidir unas semanas después la sesión de certificación de los resultados como vicepresidente e interrumpir a los congresistas demócratas que querían presentar objeciones al proceso. 

Brian Lehrer puso en antena este discurso de hace ya 24 años para recordar a los olvidadizos o a los que no habían nacido que Estados Unidos no siempre fue así. Tener a un candidato que se niega a reconocer el resultado electoral y sigue lanzando mentiras sobre el fraude inexistente, incita a la violencia y amenaza con utilizar el ejército contra sus rivales igual que tener a un presidente que expresa deseos de tener “generales del tipo de los que tenía Hitler” por su fidelidad ni es normal ni ha pasado antes ni tiene nada que ver con la lucha partidista de otros países. 

Trump ya ha preparado el terreno para negar los resultados si no gana el 5 de noviembre y aprovechar los agujeros del proceso electoral en Estados Unidos. “No se acaba el día de las elecciones, se acaba el día de la toma de posesión”, ya ha advertido uno de los directores de campaña republicanos, Chris LaCivita. Entre el 5 de noviembre y la toma de posesión el 20 de enero hay, de hecho, múltiples oportunidades para evitar una transición pacífica de poder aprovechando un proceso que antes era ceremonial, desde la certificación de los resultados por parte de los estados hasta la reunión de sus representantes en el colegio electoral y la proclamación de los resultados en el Congreso el 6 de enero. 

Las proyecciones más sombrías sobre el régimen autoritario al que aspira Trump si gana, sin los frenos entre los colaboradores que tenía en su primer mandato, pueden parecer exageraciones. Pero lo que ha pasado ya está muy lejos de la normalidad incluso en comparación con otras democracias “defectuosas”. Como hizo la radio pública, conviene recordar que no siempre ha sido así y que no tiene por qué serlo.

Cuando abusos, insultos y amenazas fuera de la norma se acumulan es fácil que unos se anulen a los otros. En nuestra fragmentada atención, se convierten en un murmullo de fondo a tantos problemas que nos asolan. Recordar es una forma de no percibirlos como inevitables.

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