¿Es tan importante el aspecto y la autenticidad para la credibilidad de un líder?
Hace ya un tiempo que, tanto en entornos políticos como empresariales, hemos empezado a ver y escuchar a personas, cargos políticos, líderes o directivos que no responden al prototipo de profesional: traje y corbata, serio, siempre al grano, sin un ápice de dudas, racional, le importan solo los hechos, las cifras, los números, la rentabilidad. De hecho, parece que algunas personas sienten una cierta animadversión hacia los que no responden a este perfil. Recientemente el juez José Yusty Bastarreche decía en un email que la alcaldesa Manuela Carmena no tiene un aspecto “presentable”, y, en general, este juez, parece tratar despectivamente a todas las personas que gobiernan con ella o están implicadas en el partido político asociado a ella. De alguna manera, parece considerarlos poco profesionales.
La RAE describe la profesionalidad como “la cualidad de la persona u organismo que ejerce su actividad con capacidad y aplicación relevante”, y en general todos lo asocian a pericia, seriedad o eficacia, entre otras cualidades. La profesionalidad es una cualidad que se ha venido vinculando a un tipo de persona afín a empresas u organizaciones que siguen un enfoque individualista, competitivo, centrados en maximizar beneficios económicos, más es siempre mejor, y donde las tareas y la rentabilidad están por encima de todo. En este tipo de empresas las personas deben lograr sus objetivos, la mayoría de carácter cuantitativo, y cuando lo hacen, son unos buenos profesionales. Eso les permite ascender en la línea jerárquica hasta que un día dejen de motivarse o motivarles o dejen de hacer bien su trabajo o les dé igual y se conviertan en unos profesionales incompetentes. Pero el éxito se mide por el lugar en la escala jerárquica que se ocupa, por los logros obtenidos, por la codicia. Y claro, estas organizaciones son el reflejo y el contexto de estos profesionales: solo importan los beneficios, solo importa crecer.
Henry Mintzberg, un conocido profesor de la Universidad de McGill en Canadá, mencionaba el peligro de los clásicos MBAs (Masters en Administración de Empresas) o grados en Administración de Empresas puesto que, en general, preparan a las personas para convertirse en estos profesionales. Los convierten en personas decididas, agresivas en ocasiones, que siempre quieren hacer uso de técnicas cuantitativas, y que sólo se suelen centrar en rentabilidades, dinero, y más dinero. Al final, las relaciones, las personas, los seres humanos son lo de menos, o si lo son es para ganar más. Y en el medio y largo plazo esto tiene consecuencias negativas, para las organizaciones, para la sociedad y para los seres humanos. Es verdad que esto puede sonarnos a un estereotipo o una caricatura, pero no lo es tanto si observamos el comportamiento de algunas empresas y de algunos directivos que las lideran.
Sin embargo, este profesor abogaba por algo diferente, por una enseñanza de la dirección que iba más allá de una focalización en aspectos analíticos o cuantitativos. Esa dirección y ese tipo de directivos y líderes están emergiendo hoy, y cada día vamos poco a poco acostumbrándonos a dirigentes que tienen una apariencia diferente, que expresan cosas diferentes y de forma diferente. Estamos hablando de personas que se comportan de forma auténtica.
Ser auténtico implica mostrar donde sea, en el trabajo también, lo que de verdad uno o una es. Y eso conlleva expresar emociones, positivas y negativas, y gestionarlas para uno mismo y para los demás. También implica dudar, no estar seguro de lo que hay que hacer. Bertrand Rusell ya nos decía que el problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas. Pero no se trata sólo de dudar, sino también mostrar que se duda. De hecho, una de las mejores formas de iniciar un proceso de diálogo o cuestionamiento colectivo, es llegar dudando. Si empezamos la conversación muy seguros de nuestra postura, nadie cambiará su punto de vista y no llegaremos muy lejos; será una mera discusión, con ganadores y perdedores. La duda está vinculada con la capacidad de cuestionar, y por lo tanto de aprender y mejorar. Además, la autenticidad implica ser capaz de reconocer la vulnerabilidad de uno mismo, lo cual está muy alejado del profesional perfecto, invulnerable y racional. Lo cual nos lleva a otro elemento importante de la autenticidad, que es dejarse guiar por la intuición y por la espontaneidad, en vez de por tanta racionalidad y control.
La autenticidad supone saber quién es uno mismo, para poder mostrarlo sin tapujos; con dudas, emociones, vulnerabilidad etc. lo que significa alejarse de la visión estandarizada o aborregada del profesional supuestamente “perfecto”. Todo ello implica un mayor grado de reflexión, inteligencia, apertura al cambio y aprendizaje; y además no significa que se deja de prestar atención a aspectos como la rentabilidad, sino que se va mucho más allá. Así que mejor nos iría si nuestros directivos, líderes, representantes políticos etc. mostraran una actitud más auténtica y menos profesional.