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Compartir piso, compartir ciudad

Catalina García fue la primera conductora de autobús en España, a finales de los años 20. Actualmente es el pseudónimo bajo el cual escribe como homenaje un grupo de profesionales de la movilidad y el transporte
Dos viajeros con maletas acceden a un portal de la calle Corredera (Madrid).

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Conrado, Tamara y Morgan comparten piso. Tienen una habitación con su baño, un salón testimonial y una cocina grande que es lo que más comparten. Es una casa que iba a ser destinada a alquiler turístico pero con la crisis se ha reconvertido en piso para estudiantes.

Es fácil intuir que los roces no se han hecho esperar y hay varios frentes abiertos en la cocina. Y es que, compartir piso es una experiencia maravillosa por lo general, pero cuando toca hablar de la limpieza, cómo se reparten los estantes y el frigorífico o los gastos, a veces cuesta establecer criterios comunes, especialmente cuando parece que es una única persona de las tres la que no está siendo demasiado respetuosa.

Empezamos con el gran tema, la limpieza. A Tamara y a Morgan les molesta bastante la actitud de Conrado. Vale que todo el mundo mancha cuando necesita cocinar, pero lo de este chico “es de campeonato”, especialmente cuando decide hacer su famoso pato frito. Deja la cocina hecha un cristo con todo churretoso de grasa alrededor de los fuegos y un olor que dura una semana. La cocina, y esto no es culpa de Conrado, no ventila demasiado bien, pero esto no es un obstáculo para las veleidades de nuestro joven chef, por no hablar de la escandalera que monta; entre la campana y el musicote que pone para cocinar no hay quien pare en casa. Obviamente lo han hablado pero el amigo sostiene que no es culpa suya que otra gente decida comer ensalada o unos macarrones con tomate, él está en su derecho de hacer su pato frito y los turnos de limpieza se reparten por igual independientemente de qué cocine cada quien. Y así ha quedado la cosa.

Siguiente episodio: cómo se reparte el frigorífico y los estantes. Inicialmente no se acordó nada, así que cada uno fue llenando estantes según necesitaba. ¿Qué ha pasado?  Que poco a poco Conrado ha ido ocupando cada vez más estantes. Es muy sibarita y un poco acaparador, así que ha ido llenando los estantes con sus cosas y colonizando otras bandejas de la nevera. “Yo es que cocino mucho”, dice, aunque también podría planificarse un poco mejor porque parte de las tarteras que tiene en la nevera llevan ahí tres meses. Tamara, que también gusta de cocinar, ha ido peleando para tener algo de sitio,  primero para sus patatas y después para sus guisos . Morgan sí que ha salido perdiendo, es una persona muy frugal, rozando el crudiveganismo. Solía traer unas lechugas batavia estupendas pero por la falta de espacio ha ido reduciendo poco a poco y ahora se ha resignado a la lechuga iceberg. No es un drama, pero las otras están más ricas.

Mención aparte merece la encimera, entre ollas por fregar, utensilios locos de cocina y exóticas especias del chef Conrado, lo que debería ser una cocina amplia en la que cocinar cómodamente, como las que se ven en la tele, se ha transformado en un par de huequitos libres en los que apenas cabe la tabla de cortar.

La cosa no va muy bien que digamos porque ahora además toca hablar de los gastos. Obviamente no consume la misma electricidad hacer una ensalada o unas lentejas en la olla exprés que el cochinillo confitado al horno, nuevo plato estrella. Es verdad que puede estar muy rico pero son varias horas de horno que dispara la factura de la luz. Conrado se pone un poco impertinente con este tema, nuevamente viene con el tema de la libertad, que él no obliga a nadie a comer pasto.

El acabose. En un delirio culinario que incluía un flambeado con soplete, Conrado ha estado a un tris de quemar la cocina. Se ha montado un buen cirio en la casa pero, por fortuna, todo el mundo está a sano y salvo.

Tamara y Morgan están cayendo poco a poco en la desesperación. La verdad es que la situación no hay por dónde agarrarla y esto tiene que cambiar porque no es convivencia, es abuso.

Posiblemente, si fueras Tamara o Morgan mandarías a Conrado de vuelta a su caverna, pero no siempre se puede. 

Este simple relato de las cotidianidades de muchos pisos pretende simular la convivencia entre modos de transporte. En nuestro relato Conrado es el coche, Tamara es el transporte público y Morgan son los modos activos de desplazamiento: caminar, la bicicleta, el patinete…

En buena parte de las ciudades el coche supone un tercio de los desplazamientos, un tercio de las personas decide utilizar el coche en sus desplazamientos, el problema es que ese tercio de los desplazamientos es responsable del 70% de la contaminación del aire y de buena parte de la contaminación acústica, especialmente cerca de grandes viarios.

Si hablamos de consumo de espacio tenemos el mismo problema¡: el coche, el modo que mueve a un tercio de la población requiere una cantidad desproporcionada de espacio público, el de todos. Piensa en calles al azar de tu ciudad y encontrarás que la proporción entre espacio de acera y calzada suele ser ridícula, más si contamos el espacio dedicado al aparcamiento, espacio que no podemos dedicar a otras cosas.

Y sí, también los consumos. Mantener carreteras, calles, calzadas en buen estado es tremendamente caro, por no mencionar las subvenciones encubiertas que al final pagamos “a escote” porque salen directamente de los Presupuestos Generales del Estado. El impuesto del “numerito” que tantos debates ocupa no da para cubrirlas ni de lejos los gastos asociados al coche, ni las medidas necesarias para revertir sus efectos nocivos, ni tampoco asigna derechos extraordinarios a sus contribuyentes

Y por último la seguridad vial. El coche convierte en peligrosas las calles. Un objeto de una tonelada de metal que se puede mover a gran velocidad, llegando alguna minoría cafre a los 80 o 90 km/h en plena ciudad, es inherentemente peligroso. 

El coche por supuesto es un invento maravilloso y a veces necesario, pero su uso abusivo, que en esta historieta representa Conrado, nos está impidiendo disfrutar de la ciudad, genera molestias e inconvenientes a toda la población para satisfacer las necesidades de un tercio. Se mire como se mire esta situación no es justa y nos toca darle una vuelta a este planteamiento para ajustar los costes, repartir las cargas y reducir en lo posible los inconvenientes cubriendo las necesidades de desplazamiento de la población. ¿Se imaginan un piso en el que las 3 personas que conviven imitan el modo de vida de Conrado? ¿Se imaginan un barrio, pueblo o ciudad en el que todas las personas vivieran como él? ¿A alguien se le antoja sostenible?

Obviamente, la breve historia de Conrado, Tamara y Morgan es únicamente un símil que no cubre toda la complejidad de la situación de la movilidad de nuestros ciudades pero trata de acercar la frustración que sentimos algunas personas cuando tenemos que respirar humo de tubo de escape o dar enormes rodeos a pie porque el coche manda en la ciudad. 

Y también entretener, que estamos en verano.

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