Un ejército europeo
El desastroso final de la intervención de la OTAN en Afganistán demostró, una vez más, la debilidad y dependencia respecto a EEUU de los aliados europeos, que solo pueden seguir las decisiones del líder, aunque luego lamenten las consecuencias humanitarias, económicas o migratorias. Ha incrementado, además, la incertidumbre sobre la solidez del compromiso de EEUU en la defensa de sus aliados, que ya sufrió un duro golpe durante la presidencia de Donald Trump. No se puede descartar que Trump, o alguien similar, vuelva a la Presidencia de EEUU, pero en todo caso lo que no va a volver es la prioridad que en su día tuvo Europa para Washington, que lleva muchos años mirando hacia el Pacífico, mientras nuestros problemas están en el Mediterráneo, el Sahel y el este de nuestro continente, y nadie los va a resolver si no somos nosotros. La mejor demostración es el acuerdo AUKUS con Reino Unido y Australia, para el que EEUU no consultó siquiera con el resto de sus aliados europeos.
Esta realidad ha movido a destacados líderes europeos, como la ya ex canciller alemana Ángela Merkel, el presidente francés Emmanuel Macron, la presidenta de la Comisión Europea Úrsula Von der Leyen, o el alto representante Josep Borrell, a reclamar la necesidad ineludible de una fuerza militar propia de la UE, que le permita una cierta libertad de acción, expresándolo en ocasiones en términos coloquiales como la creación de un “ejército europeo”. Una iniciativa que será sin duda más fácil después del Brexit.
La expresión “ejército europeo” puede significar cosas muy diferentes. En todo caso, no se trata de crear un ejército clásico, con un mismo uniforme y divisas, una sola escala jerárquica, y unas únicas normas disciplinarias o administrativas. Eso no es posible con el grado de integración actual. Se trataría más bien de crear una especie de organización militar combinada, flexible y modular, que respondiera ante el Consejo Europeo, del mismo modo que la OTAN responde ante el Consejo Atlántico. Parece que por ahora la ambición sería bastante más modesta: una fuerza expedicionaria de unos 5.000 efectivos para tener una capacidad propia de entrar y salir de un escenario de conflicto. Algo que ya se ha intentado antes –recordemos los nunca desplegados grupos de combate– y siempre ha fracasado por falta de voluntad política, el ingrediente fundamental. En todo caso, una fuerza de este tipo no resolvería el problema principal: la UE no puede ser un actor global, ni tomar sus propias decisiones, sin tener la capacidad de defenderse a sí misma. Esta es la cuestión de fondo que nadie parece atreverse a abordar.
La UE ya es formalmente una alianza defensiva. El artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea es una cláusula de defensa mutua similar al artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte. La diferencia es que éste se desarrolló rápidamente en una estructura político-militar de enorme capacidad, dada la importancia de la amenaza a la que tenía que hacer frente, mientras que la versión europea –que introdujo el Tratado de Lisboa– no se ha desarrollado, ni se han articulado los medios necesarios para hacerla efectiva.
Lo que se ha hecho hasta ahora -Agencia Europea de Defensa, Cooperación Estructurada Permanente, Fondo de Defensa Europeo- son pasos importantes para mejorar las capacidades, un ingrediente básico de la autonomía estratégica. Pero desde el punto de vista operativo y político significan muy poco. Es necesario dar un paso definitivo hacia la construcción de una Unión Europea de la Defensa, que incluya entre sus misiones la defensa colectiva de los Estados miembros.
Los que se oponen esgrimen razones de carácter económico, político y técnico, que no están bien fundamentadas. En lo que respecta a un hipotético aumento del gasto en defensa, podríamos argüir que, según datos del Instituto Internacional para la Investigación de la Paz de Estocolmo, en 2020 el presupuesto de defensa de la Federación Rusa fue de 61.713 millones de dólares, poco más de la cuarta parte del agregado de los 27 miembros de la UE (232.807). Y no parece que Rusia tenga problemas para defenderse a sí misma con ese presupuesto.
Realmente no sería necesario gastar ni un euro más para tener una defensa común europea autónoma capaz de proteger de forma suficiente a los ciudadanos europeos, sino que se podría ahorrar bastante dinero, aprovechando las sinergias de la unión. Es verdad que existen vulnerabilidades en algunas capacidades, pero no lo es que no puedan ser superadas con recursos puramente europeos, teniendo en cuenta nuestro nivel industrial y tecnológico. Y, en todo caso, si hubiera que adquirir algunos equipos en el exterior, siempre habrá alguien dispuesto a venderlos. Hasta el ejército de EEUU compra en China algunos componentes para ciertos equipos militares.
En cuanto al apoyo político, hay pocas dudas. Según el último Eurobarómetro (abril 2021), un 78% de los ciudadanos europeos está a favor de una política común de seguridad y defensa, el porcentaje más alto desde hace 15 años, mayor incluso de los que están a favor de una política exterior común (73). El apoyo es mayoritario en todos los Estados miembros, incluso muy alto en países que se han considerado históricamente “neutrales” como Finlandia (74), o en los que teóricamente serían más atlantistas, como Polonia (78).
Técnicamente no es difícil de hacer, solo hay que crear una estructura de mando propia, que podría utilizar los recursos europeos existentes, asignar a esta estructura fuerzas operativas de los países participantes y empezar a coordinar capacidades, equipos, servicios y doctrinas, lo que no debe ser demasiado complicado considerando que la gran mayoría ya siguen procedimientos OTAN. El despliegue del Cuartel General del Eurocuerpo en varias operaciones ha demostrado que se puede funcionar operativamente sin el liderazgo de EEUU. Los obstáculos son, por tanto, de índole política e ideológica, y se resumen en una falta de confianza mutua entre los Estados miembros de la UE, y un temor extendido a que esta iniciativa debilite la OTAN y la relación con EEUU.
Nada más lejos de la realidad. Para EEUU, con retos muy importantes en otras partes del mundo, sería un alivio que Europa no los necesitara salvo en caso de peligro existencial. La pertenencia de los 21 Estados miembros de la UE que forman parte de la OTAN a una Unión Europea de Defensa con capacidad militar propia, no debería ser ningún problema para ellos, puesto que ambas organizaciones serían complementarias y colaborativas. La UE podría actuar con la OTAN o fuera de ella, según el caso, del mismo modo que lo hace EEUU, por ejemplo, en el AUKUS, o en otras alianzas en el Pacífico. Al final del proceso, la UE sería capaz de garantizar su propia defensa y entonces sí convendría que la Alianza Atlántica se reformulara para que de este lado solo hubiera un interlocutor, la UE, aparte de los países europeos no miembros de ella que también quisieran suscribirla.
Los hechos, pasados y recientes, demuestran que sin una capacidad militar propia, suficiente y creíble, la Unión Europea estará sometida a las decisiones tomadas por otros, que lógicamente primarán sus propios intereses. La seguridad de Europa no puede depender sine die de poderes que los europeos no controlan. Es cierto que el camino hacia la autonomía en materia de defensa será arduo y encontrará muchas resistencias. Requerirá una planificación cuidadosa y una puesta en marcha gradual y prudente. Un proceso similar al que siguió la creación e implementación del euro. Como en ese caso, no todos los Estados miembros se unirán en un primer momento, pero lo irán haciendo a medida que la iniciativa se consolide. La Conferencia sobre el Futuro de Europa puede ser el marco adecuado para analizar una hoja de ruta realista pero ambiciosa. Existe la necesidad y tenemos la capacidad para afrontarla. Los ciudadanos lo requieren. Es hora de tomar decisiones políticas.
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