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Un plan para la victoria... o para prolongar la guerra

Imagen de archivo del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. EFE/EPA/CHRISTOPHER NEUNDORF
26 de octubre de 2024 22:00 h

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En las pasadas dos semanas el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, ha emprendido una campaña para presentar, primero ante la Rada Suprema de Ucrania, luego ante EEUU y sus principales socios, y finalmente ante el Consejo Europeo, lo que ha denominado Plan para la Victoria. Se trata de un plan de cinco puntos, además de tres anexos que permanecen secretos excepto para sus aliados más próximos, que en su opinión – de ser adoptado ahora- podría llevar al fin de la guerra en el plazo de un año sin ninguna pérdida territorial para Ucrania, es decir con su victoria

El plan llega en un momento, en que tras treinta y dos meses de guerra las cosas van mal en el campo de batalla para las fuerzas ucranianas, que pierden terreno – de forma lenta pero inexorable – en el Donbass, y mantienen con dificultad parte del territorio ruso que ocuparon en agosto en la provincia de Kursk, y cuando llega un invierno que puede ser penoso y dramático para una población ucraniana muy cansada ya de la guerra.  Zelensky trata de que sus socios, en particular la OTAN, aumenten su apoyo y se involucren cada vez más en una escalada sin fin, obviando – como siempre - los riesgos que esa estrategia conlleva para otros, sobre todo para Europa. Parece que al presidente ucraniano no le importaría que su lucha se subsumiera en otra mayor si así alcanzara la victoria, del mismo modo que muchos republicanos españoles pensaban en 1939 que la república podía salvarse si aguantaba hasta que estallase la previsible guerra en Europa. Con la diferencia de que ahora el bando que se supone que va a ser derrotado tiene armas nucleares

Por lo que se ha hecho público, el plan de Zelensky propone básicamente intensificar el esfuerzo en dos líneas de acción que se han venido desarrollando casi desde el principio de la guerra y han demostrado ya su ineficacia para derrotar o disuadir a Rusia. La primera es convencer a Putin de que la invasión rusa, la “operación militar especial” como él la denomina, no tiene futuro, no va a desembocar nunca en ninguno de los resultados buscados con ella, que serían en lo inmediato mantener a Ucrania en la esfera de influencia de Moscú y proteger a las minorías rusófilas o rusófonas del occidentalismo del actual gobierno de Kiev, y de forma más indirecta volver a situar a Rusia como potencia global temible y digna de respeto, al menos en su vecindario próximo. Se supone que, si Putin pierde toda esperanza de conseguir sus objetivos, y además se lograra activar una contestación interna suficiente en Rusia, se desmoralizaría hasta el punto de abandonar su aventura y volver a las fronteras de 2014, o como mínimo a sentarse en una posible mesa de negociaciones con mucha menos ambición de la que podría tener en estos momentos.

Para conseguirlo, pide a la OTAN una invitación formal de adhesión, aunque su ingreso no podría concretarse mientras dure la guerra, pues así se lo han dicho ya muchas veces los aliados. El mensaje para Putin sería que si de todas formas, antes o después, Ucrania va a ser parte de la OTAN ¿para qué seguir con su guerra absurda? Pero, además, hay una segunda derivada: esa invitación cerraría la posibilidad de que la guerra terminara sin que Ucrania recuperase todo su territorio, ya que, si después de la paz continuara habiendo tropas rusas en parte de él, cuando fuera miembro de la OTAN Kiev podría invocar el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte como país agredido, lo que forzaría a los demás aliados a implicarse para rechazar al invasor. Así, el mensaje ucraniano es doble: vamos a ser miembros de la OTAN y además la OTAN no va a parar de ayudarnos hasta que recuperemos todo nuestro territorio, porque de otro modo no podría cumplir su compromiso de admitirnos como miembros de pleno derecho. A no ser que Ucrania se dividiera en dos, y la parte occidental fuera acogida en la OTAN, pero esa partición es precisamente lo que Zelensky trata de evitar. El plan llega más lejos, Zelensky ofrece también que Ucrania se convierta en una especie de potencia regional, una vez en la OTAN, relevando a tropas de EEUU en ciertas zonas europeas potencialmente amenazadas por Rusia, como podrían ser los Estados Bálticos. Un plan muy ambicioso...y poco realista.

Esta estrategia se enfrenta a dos obstáculos muy difíciles de superar. Por una parte, los aliados son perfectamente conscientes de las intenciones de Kiev y los riesgos que conllevan. Aunque algunos de los que se sienten más amenazados o son más hostiles a Rusia, como los Estados Bálticos o Polonia, serían favorables a asumir esos riesgos para doblegar o detener a Putin, no todos están dispuestos a tanto, ni siquiera por ahora EEUU que es quien manda. Por otra parte, la posibilidad de que Ucrania se aleje definitivamente de Rusia y se una a la OTAN, es precisamente lo que ha empujado a Putin a emprender esta guerra. Él y su entorno creen que Rusia sin Ucrania – y sin Bielorrusia – estaría incompleta, y seguiría siendo percibida como un país débil, lo que podría aumentar en el futuro la presión occidental hasta poner en riesgo la propia configuración actual de la Federación rusa, o al menos el régimen que ellos dirigen.

La línea de acción eficaz podría ser la contraria. Si se dijera a Moscú que el futuro estatus militar de Ucrania se podría discutir en el marco de un acuerdo de seguridad paneuropeo que respetase a la vez las preocupaciones de seguridad de Rusia y la soberanía e integridad territorial de todos los países de su entorno, incluyendo fórmulas acordadas para garantizarla, es mucho más probable que los dirigentes rusos se lo pensaran dos veces antes de rechazarlo, aunque con una excepción: no devolverían Crimea en ninguna circunstancia. Mucha gente se preguntará: entonces. ¿el agresor quedaría impune, o incluso tendría ganancias? ¿no le estimularía – a él o a otros – a ulteriores agresiones a la vista de los buenos resultados? Pues, ciertamente, en el caso de Rusia, no parece que esté en condiciones de ir mucho más lejos, la experiencia le está resultando muy costosa. Y lo que es seguro, en cualquier circunstancia, es que en política internacional – y más cuando hablan las armas – una cosa es lo deseable, y otra lo posible. A no ser que, como desea Zelensky, la OTAN esté dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias, lo que no parecer ser el caso, al menos por el momento.

La segunda línea de acción principal del plan de Zelensky consiste en llevar la guerra a territorio ruso. Se trata también en este caso de intensificar y profundizar en una estrategia que ya se ha puesto en marcha hace tiempo con ataques mediante drones aéreos o navales contra instalaciones militares, refinerías de petróleo y buques rusos. Y con la invasión terrestre de una pequeña porción de territorio ruso, en la provincia de Kursk. Ahora Kiev solicita que se libere el uso de los misiles de medio alcance que ya le han sido entregados, como los ATACMS estadounidenses, u otros que pide como los Taurus alemanes, contra territorio ruso, sin restricciones. No se trata ya, como hace unos meses de batir objetivos desde los cuales se está atacando a Ucrania – para eso Zelensky recibió ya una autorización limitada en la zona de Járkov – o no solo para eso, sino que podría extenderse incluso a instalaciones civiles y núcleos de población.

Con esto se trataría de que la población rusa sufriera directamente las consecuencias de la guerra, con la esperanza de que se desatara una protesta interna masiva, un movimiento político, que obligara a Putin a detenerla, incluso a retirarse de los territorios ocupados, o – aún mejor – que acabara con su gobierno. Es cierto que un cambio político drástico en Moscú, que incluyera la caída de Putin, sería probablemente la única posibilidad de que Ucrania no perdiera esta guerra, pero solo en el caso de que su sucesor estuviera dispuesto a terminar la ocupación, porque también podría pasar que fuera sustituido por un militar o por un civil más agresivo aún que el actual presidente.  De todas formas, es más que improbable que suceda un cataclismo político interno en Rusia que llegue a cambiar el régimen actual. Se ha intentado con hasta once rondas de sanciones que se suponía iban a hundir la economía rusa y provocar un levantamiento popular. Y no tenido apenas ningún resultado, al contrario, la economía rusa va mejor que antes de la guerra, al menos en términos macroeconómicos. Putin se ha permitido el lujo de convocar en Kazán una reunión de los BRICS – cuyo número ha aumentado ya a nueve - a la que han asistido cerca de 30 países, para demostrar que está muy lejos de haber sido aislado como pretendían los amigos de Ucrania.

Por supuesto, los rusos necesitan y desean unas condiciones económicas y de seguridad que les permitan vivir dignamente, pero un ataque directo a Rusia desataría mucho más apoyo al régimen que rechazo. A la población rusa se la ha educado en un nacionalismo patriótico, desde la época de los zares pasando por Stalin. El final de la guerra fría los sumió en una depresión económica, política y militar, que la OTAN aprovechó para su expansión. Putin ha tratado de revertir la humillación sufrida por Rusia en ese período con una acción exterior agresiva, dando una imagen de fortaleza que tiene el apoyo mayoritario de sus conciudadanos, sea por devoción o por desinformación. Solo una grave enfermedad o un golpe palaciego en el Kremlin podría desalojarlo del poder, pero esto último parece inverosímil a día de hoy a no ser que Rusia sufriera una derrota en Ucrania, y por eso Putin no se la puede permitir.

Esta petición de Zelenzky de llevar la guerra a Rusia choca también con la reticencia de muchos de sus socios occidentales – alguno tan importante como Alemania -, cuya primera prioridad es evitar que la guerra se extienda a países de la OTAN, lo que podría llevarla a convertirse en la tercera guerra mundial. Hasta ahora los amigos de Ucrania han ido superando las sucesivas líneas rojas de Moscú entregando a Ucrania tanques, misiles, aviones..., y el uso de sus satélites, sin que haya pasado nada. Pero el ataque ilimitado a territorio ruso, y más aún el deseo ucraniano contenido también en el plan de victoria de que los aliados contribuyan a derribar misiles rusos, puede ser visto por Moscú como una agresión demasiado directa y peligrosa, y desatar una reacción más allá de Ucrania que puede tener consecuencias catastróficas.

En todo caso, la elección presidencial en EEUU va a ser determinante en este asunto, y por eso Zelensky buscaba la aprobación de su plan antes de que se celebrara. Si gana Kamala Harris, es posible que Joe Biden use los dos meses que le quedan en el cargo para hacer concesiones a Ucrania que su sucesora solo tendría que asumir, aunque no querrá dejarle una herencia de máxima tensión internacional. Si gana Donald Trump, el futuro de Ucrania puede adquirir un tono mucho más oscuro, puesto que ha dicho muchas veces que terminaría inmediatamente con la guerra y eso no va a ser porque Rusia se retire repentinamente de los territorios ocupados. Aunque tampoco en este caso se puede dar nada por definitivo hasta que no se vea, porque Trump es imprevisible, y además la industria militar de EEUU –que está entre los principales contribuyentes de su campaña electoral – puede no tener mucho interés en que el conflicto termine.

La realidad pura y dura – aunque los dirigentes occidentales se empeñen en negarla reiteradamente - es que Ucrania por sí sola, con sus propias fuerzas, no puede derrotar a Rusia, aunque se la alimente masivamente con armas y dinero, como se ha visto en estos casi tres años. Por tanto, a no ser que se produzca un improbable terremoto político en Moscú, solo hay dos maneras de acabar con esto: o la OTAN, dirigida por EEUU, va a la guerra total con Rusia y sus posibles aliados, lo que implicaría probablemente una guerra nuclear con todas sus consecuencias, o se dan a Putin las menores concesiones posibles, pero que sean suficientes para que consolide su poder y Rusia quede como victoriosa, que serían probablemente la neutralidad de Ucrania, Crimea, y un estatuto especial para las provincias orientales. De otra forma los dirigentes rusos no van a ceder, porque se juegan su propia supervivencia. 

Hay que decir de nuevo que esa solución no sería justa, pero aquí hay que elegir entre lo malo y lo peor. La guerra mundial sería lo peor, por supuesto, pero incluso la tercera opción que se baraja a veces, una congelación de la guerra sin negociación, a la coreana, sería muy mala tanto para Ucrania como para la estabilidad y el futuro de Europa, porque bloquearía cualquier acuerdo posterior con Rusia. La estrategia actual occidental, estimular la guerra con armas y dinero, pero sin entrar en ella, solo a través de los sufridos y heroicos soldados ucranianos, no va a llevar a ninguna victoria, aunque se acceda a la escalada interminable que propone Zelensky, sino a prolongar inútilmente el sufrimiento de una población que, en su inmensa mayoría, no sabe ni quiere saber nada de geopolítica, ni de grandes intereses estratégicos o económicos, sino vivir su vida de la forma más tranquila, pacífica y feliz posible.

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