El pasado 16 de julio se celebró el funeral de Estado por las víctimas de la pandemia generada por la covid-19. Este acto tenía un doble objetivo: por un lado recordar a todas aquellas personas que tristemente murieron sin poder estar acompañadas de sus seres queridos o tener un funeral; por otro, se quería reconocer la labor de todos aquellos sectores esenciales que han estado y están trabajando para que la sociedad siga teniendo los servicios esenciales cubiertos.
Se ha mencionado, como no podría ser de otra manera, la inmensa labor de las y los profesionales sanitarios en centros de salud y hospitales. De las personas que han estado trabajando en el sector primario, algunas en pésimas condiciones, abasteciéndonos de alimentos. De las industrias de bienes de primera necesidad, el sector logístico, trabajadoras y trabajadores de los supermercados e incluso los denominados 'riders' o el sector del taxi. Tantas y tantas personas sin las que, sencillamente, no podríamos vivir. Parece que los servicios esenciales son los que han sostenido nuestra sociedad en este momento crítico. Aprendamos de ello.
Dentro de estos servicios esenciales se encuentran también todas las personas que hacen posible el funcionamiento del transporte público. Desde la cara más visible que conduce autobuses y trenes pasando por el personal de las estaciones y centros de control, el servicio de planificación, el mantenimiento e incluso todas las industrias auxiliares que permiten que trenes, tranvías y autobuses salgan cada mañana.
Llegamos por tanto a una idea que quiero señalar especialmente. El transporte público, y las personas que lo sostienen, son fundamentales para el funcionamiento de las ciudades y regiones. Con pandemia o sin ella, el transporte público vertebra la ciudad y hace posible su existencia, al menos en la forma que tiene actualmente. Sin transporte público la ciudad es inviable. En las grandes ciudades el transporte público cubre aproximadamente la mitad de los viajes motorizados, unos viajes que sería imposible cubrir a pie o en coche privado, bien por la distancia o bien porque el coche necesita de mucho más espacio para mover el mismo número de personas. Literalmente, no habría calles suficientes para los coches que serían necesarios de no existir el sistema de transporte público. Además, es el único modo que garantiza la accesibilidad universal: no importa la edad de la persona, ni su condición física o intelectual, y tienen mucho menos peso los factores económicos. La publicidad y ciertos sectores políticos quieren convencernos de lo contrario, pero el coche es el privilegio de una minoría a expensas de la mayoría.
Vuelta a la ciudad de los años 70
Pretender sustituir incluso una pequeña fracción de los viajes que se realizan en transporte público por viajes en coche nos dejaría una ciudad perpetuamente atascada, con aún menos espacio público de calidad y sin duda irrespirable. Una vuelta a la ciudad de los años 70, de los 'scalextric' y los túneles negruzcos del hollín de los escapes.
El transporte público es a la movilidad lo que el agua del grifo es al suministro de agua. Abrir el grifo y que salga agua potable es una maravilla de la técnica, es muy eficiente y nos permite nuestra vida diaria. No es la última tecnología revolucionaria que viene a cambiar nuestras vidas para siempre, pero sin ella vivir en la ciudad sería simplemente inviable. A veces es mejor aparcar un poco las purpurinas futuristas y centrarnos en soluciones que ya han probado sobradamente su eficacia.
Así pues, sirva este pequeño texto para agradecer a todas aquellas personas que prestan servicios públicos y en especial a aquellas que hacen posible que nos desplacemos de una manera eficiente y sostenible. Sin ellas, las actividades que se han demostrado esenciales durante la pandemia no se hubieran podido llevar a cabo. El transporte público es fundamental y va a serlo aún más a partir de ahora si queremos ciudades con calidad de vida.