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La IU que necesitamos

Garzón reprocha a Rajoy que no cuente con IU y Podemos en el debate catalán

Alberto Garzón Espinosa / Antonio Maíllo

Izquierda Unida acaba de cumplir 32 años. Nació al calor de las movilizaciones contra la entrada de España en la OTAN, y solo ocho años más tarde de la aprobación de la Constitución Española de 1978. Miles de mujeres y hombres, de culturas diversas de la izquierda, compartían un proyecto de país desde una voluntad de unidad y desde una convicción: la de articular un espacio político que sirviera de instrumento de transformación económica, social y cultural a una España cuyo Gobierno daba señales de que se arrinconaba de nuevo cualquier política de verdadero cambio. Hablábamos entonces no sólo de otra política, sino de otra forma de hacer política, a través de la elaboración colectiva de sus fundamentos y programa.

Qué duda cabe de que nuestro país ha cambiado mucho desde entonces, tanto política como económica y socialmente. Y en cierta medida, durante todo este tiempo hemos conseguido adaptarnos al menos lo suficiente como para seguir existiendo, evitando caer en el canto de sirenas de un capitalismo que nos exigía claudicar. Nuestra incesante lucha por un trabajo y una vida dignas siempre ha tenido enfrente al capitalismo, al patriarcado y a la corrupción que a ambos alimenta. El patrimonio acumulado de resistencia, dignidad política y coherencia de miles de personas, militantes, simpatizantes y activistas es un orgullo para quienes pertenecemos a IU, y amplios sectores de la sociedad ajenos a nuestra organización así lo reconocen.

Como tal, cualquier organización se define por lo que aspira a conseguir, esto es, por sus objetivos, mientras que sus formas van cambiando para adaptarse a los diferentes contextos en los que actúa y siempre con el propósito de facilitar la consecución de los objetivos. Esto es algo evidente una vez se piensa con detenimiento, pero para llegar a ese punto primero hay que combatir la idea según la cual este tipo de instituciones -como el capitalismo, la democracia, la Constitución o los partidos políticos- han estado toda la vida ahí, detenidas delante de nosotros como dioses imperecederos.

Repetía el filósofo Edgar Morín que una de las pocas cosas que tienen validez universal es la máxima aquella de que “todo lo que no se regenera, degenera”. Al menos en lo que se refiere a las instituciones políticas, eso nos parece rotundamente cierto. Por eso pensamos que hay que insuflar continuamente vida, movimiento y nuevas energías a las organizaciones políticas para evitar que se enquisten y que caigan víctimas de insalvables procesos de burocratización que pervierten su propia naturaleza y la causa para la que fueron creadas.

Por esta razón, en la última asamblea federal de junio de 2016 aprobamos colectivamente una serie de directrices que tenían como objetivo fortalecer IU a través de diversos cambios en el modelo organizativo. Aquellas directrices son las que ahora, dos años más tarde, vamos a poner en marcha a través de una nueva asamblea que específicamente tratará esta cuestión. Algunos de los elementos centrales que cambiaremos son los siguientes:

En primer lugar, queremos introducir nuevas formas de afiliación que complementen a las ya existentes. Tenemos que ser conscientes de que la participación política a través de los partidos se ha visto muy afectada en las últimas décadas en todos los países europeos. Países de tradición liberal como Reino Unido han perdido más del 30% de su afiliación política en apenas unas décadas, mientras que países de tradición socialdemócrata como Suecia han perdido hasta un 20%. Es una dinámica generalizada, probablemente reflejo de la crisis de legitimidad de la democracia representativa y que en España desveló especialmente el movimiento 15M. De hecho, en nuestro país el número de personas que manifestaba participar en un partido político era casi del 10% en 1980, mientras que actualmente esa cifra es de sólo un 2,5%. Por diversas razones, la población española considera hoy menos útil la participación en organizaciones políticas que hace cuarenta o treinta años. Eso nos parece una mala noticia.

A nuestro juicio, ninguna organización se sostiene en el medio plazo sin una amplia base social de afiliados. Por eso insistimos en esta idea en el informe anual de 2017, también discutido y aprobado colectivamente. Queremos introducir nuevas figuras de afiliación que permitan, especialmente a las generaciones más jóvenes, participar de las decisiones y acciones de IU de una manera novedosa y adaptada a la nueva situación tecnológica y política.

En segundo lugar, vamos a profundizar en los mecanismos de democracia radical republicana en el seno de IU. Ya en 2016 fue la primera vez que se eligió a toda la dirección federal mediante sufragio universal, e incluso en 2017 en Andalucía algunas de esas responsabilidades se eligieron por sorteo. Queremos que todo espacio de nuestra organización esté afectado por la rendición de cuentas de los cargos públicos y la dirección, la implantación de un salario máximo, la deliberación en los órganos, la participación de movimientos sociales y entidades independientes, las primarias internas, etc. En suma, IU tiene que seguir avanzando hacia la figura de un movimiento horizontal, asambleario y ágil en la toma de decisiones, dejando atrás las estructuras burocratizadas, jerárquicas y funcionales a la política de mesas camilla, esto es, los acuerdos cupulares que se extienden luego hacia abajo clientelarmente.

En tercer lugar, la densa red de Izquierda Unida se ha tejido en torno a los procesos electorales y la participación en los asuntos de política nacional. Seguir haciéndolo no es incompatible, más bien lo contrario, con fortalecer los vínculos sociales que existen en la afiliación y la base social de IU mediante la puesta en marcha de nuevas prácticas. En concreto, queremos profundizar la participación estratégica en los conflictos sociales, para lo cual creamos las redes de activistas, así como la comunicación activa entre nuestra propia gente, para lo que creamos La Comunidad. Sabedores de las dificultades que tiene nuestra organización para comunicar sus actividades sin distorsiones interesadas, y conscientes del enorme potencial que tenemos gracias a la enorme red de personas colaboradoras y afiliadas, buscamos poner en común a toda nuestra gente directamente mediante el uso de las nuevas tecnologías. Pensamos que es mucha la gente que quiere contribuir al proyecto de IU y que necesita nuevos canales para hacerlo.

En último lugar, pretendemos racionalizar las finanzas de la organización desde los principios de mayor solidaridad y eficacia, adecuándolos a la Ley de financiación de partidos políticos y a la nueva cultura resultante del Movimiento Político y Social al que tendemos a ser. Sorprendentemente, esto ha generado una controversia descaradamente interesada. La forma jurídica que deriva de esos objetivos no va a condicionar la soberanía política de las federaciones, que seguirá siendo plena porque está garantizada por los estatutos de IU. Es más, la mayoría de las federaciones ha cumplido con este requisito desde siempre sin que eso haya mermado un ápice su soberanía política, como lo demuestra de forma significativa la política de alianzas seguida en 2015 por nuestra federación en Galicia. Nuestro proyecto federal se nutre de una doble coherencia interna y externa que es lo que nos da credibilidad política: queremos para nuestro país lo que nos damos en nuestra organización, frente a un centralismo ineficaz y desigual y un confederalismo igualmente asimétrico.

Como se puede comprobar, se trata de transformaciones importantes que buscan fortalecer nuestro instrumento a través de la adaptación del modelo organizativo a una realidad social y política distinta a la que existía cuando comenzamos a andar hace 32 años. Entendemos que esta ambición puede generar una crítica legítima en tanto que todo cambio implica la existencia de una resistencia. No vamos a ignorar ahora que siempre existen sectores conservadores adversos a los cambios. Pero afortunadamente tenemos los canales adecuados de debate, deliberación y toma de decisiones, pues la dirección de IU está comprometida con una práctica radicalmente democrática basada en la intuitiva idea de que muchas cabezas piensan mejor que unas pocas.

Estamos firmemente convencidas de que todos estos cambios abundan en la fortaleza de IU, un proyecto político surgido desde una profunda convicción de unidad y ambición colectivas y llenas de complicidades sociales, con quienes no nos resignamos a una realidad que destruye la dignidad humana, nos rebelamos para combatir las injusticias y nos unimos para construir una sociedad justa y de iguales.

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