El lado oscuro de la acogedora Alemania
Alemania se enfrenta este domingo a unas elecciones quizás más decisivas para el futuro de Europa que para la propia Alemania. El rumbo que tome la primera potencia del continente será determinante para abordar los grandes desafíos a los que se enfrenta la Unión Europea, desde la salida de la Gran Crisis económica, hasta el Brexit, o la inestabilidad en las fronteras exteriores al Este o en el Mediterráneo. A nivel interno, las encuestas apuntan a la continuidad. Angela Merkel aspira a un cuarto mandato que la podría convertir en la canciller alemana que más tiempo ha permanecido en el poder desde 1945, superando a Helmut Kohl, su gran referente político. Sin embargo, bajo esa aparente continuidad, algo se mueve en la empedernida estructura política alemana. Se han abierto fallas en la tectónica de un sistema que empieza a fragmentarse. Hasta seis partidos podrían conseguir representación en el Bundestag, el mayor número desde la Segunda Guerra Mundial. Y por primera vez desde el nazismo, un partido de extrema derecha podría entrar en el parlamento federal.
Según las encuestas, Alternative für Deutschland (AfD) podría conseguir cerca de un 12 por ciento de los votos y hasta 50 escaños. Se trata de un partido abiertamente xenófobo, contrario a la inmigración y al islam, con un encuadre para estas elecciones basado en reforzar el concepto de “identidad alemana” frente a la “amenaza” del islam, el cierre de fronteras y la expulsión de todo demandante de asilo cuya petición sea rechazada. A pesar de haberse desmarcado del movimiento Pegida, el papel de esta organización islamófoba en el ideario del AfD y la coincidencia en la masa social que les apoya, no se puede obviar. Las férreas leyes alemanas para luchar contra el antisemitismo, que no tienen reflejo en otros casos de xenofobia e islamofobia, han sido la ventana de oportunidad de la intolerancia.
Como describe el análisis de la Fundación porCausa “Antinmigración. El auge de la xenofobia populista en Europa”, Alemania, como el resto del continente, está sumida en una ola de populismo antinmigratorio, proteccionista, identitaria y alarmista. Estos nuevos populismos consiguen, a menudo distorsionando la realidad, ofrecer soluciones simples a problemas complejos, convirtiéndose en vectores de contagio de su retórica en otros partidos políticos tradicionales. Con este fenómeno que no es coyuntural, sino que viene para quedarse, la identidad europea, como la concebíamos hasta hace unos años (plural, abierta, multicultural, próspera) parece estar en un profundo cuestionamiento, visto el éxito de los partidos y movimientos eurófobos. La incapacidad o fracaso político de gestionar los flujos migratorios y de abrir canales legales para los movimientos de personas, ha sido un síntoma de algo más profundo entre las distintas concepciones de la Unión Europea por parte de los Estados miembros. Y así se ha puesto de manifiesto en el fracaso del desarrollo del plan de reubicación de refugiados, y en el desafío de algunos mandatarios como Viktor Orbán, el Gobierno polaco o los demás socios del Grupo de Visegrado a dicho plan.
Alemania ha sido y es, con diferencia, la que más solicitudes de asilo ha recibido. En los dos últimos años ha acogido a más de un millón de personas (en 2016 acogieron a 280.000 solicitantes de asilo, bastantes menos que los 890.000 de 2015). y parte de su ciudadanía se ha implicado de manera ejemplar en este desafío. Pero el discurso antinmigración ha calado transversalmente en toda la sociedad y en casi todos los partidos con representación institucional. Desde la inicial euforia de la wilkommenskultur se pasó a la decepción y a las reservas (sobre todo a raíz de los hechos de Año Nuevo de 2016 en Colonia). Pero a pesar de este proceso de desilusión, junto con el discurso xenófobo persiste mucha de la cultura de acogida, e incluso los partidos conservadores (CDU y CSU) admiten la necesidad de acoger a algunos refugiados. La CSU llegó a hablar de un “límite” de 200.000 anuales mientras que en España se concedió asilo solo a 6.855 personas durante el año pasado.
El contagio de la retórica antinmigración afecta en mayor o menor medida a todos los partidos. La CDU y su socio bávaro, la CSU, presentaron su programa electoral conjunto en julio con un claro enfoque económico y de seguridad. A pesar de las diferencias internas, abogan por estabilizar las llegadas en los niveles más bajos y apuestan por aliviar la presión migratoria en origen con una especie de Plan Marshall africano consistente en incrementar la ayuda al desarrollo del 3 por ciento actual al 3,5 por ciento en 2025. También proponen un plan de apoyo a la inversión privada en África con el fin de que, mejorando las condiciones de vida, las personas no se moverán buscando mejores oportunidades. Es una visión algo simplista y desde luego incompleta (pero que ya quisiéramos para España). Dentro de la CDU, no obstante, existen pulsiones antinmigración que tachan a Merkel de izquierdista y que abogan por medidas mucho más restrictivas y nacionalistas, mientras la canciller apuesta por la solución europea integrada, poco realista viendo el “frente del este” y las nuevas dinámicas antintegración.
El SPD trata de reavivar el efímero efecto Martin Schulz denunciando la mala gestión de la crisis de los refugiados por parte de Merkel, una táctica electoral de poco recorrido cuando el SPD ha sido socio fundamental en el gobierno de coalición. Por otro lado, las soluciones que propone Schulz ya han sido asumidas por Merkel en su gran viraje promigratorio, y el socialdemócrata ha sido cuestionado por su afán de utilizar el tema migratorio sin calcular los posibles efectos y derivaciones, sobre todo a la hora de distanciarse del AfD. A efectos de la pugna CDU-SPD, Merkel ya ha amortizado su gestión de la crisis migratoria y ha salido casi indemne.
Mientras Los Verdes defienden claramente la integración de los inmigrantes en una sociedad multicultural, la izquierda de Die Linke, nutrida mayoritariamente por los desencantados del SPD, pesca en el revuelto caladero de la desilusión, en competencia con la extrema derecha. Die Linke no dudó en acudir a mensajes como “quien abuse del derecho de hospitalidad, lo pierde” cuando se produjeron las agresiones sexuales de Colonia. Así, el principal feudo electoral de Die Linke en el Este del país se ha ido erosionando por el efecto AfD, a medida que el tradicional voto de protesta de las clases obreras de la antigua RDA contra las élites políticas y económicas alemanas o europeas se transforma en un claro resentimiento hacia los inmigrantes, precisamente en las regiones alemanas que menos inmigración habían recibido en tiempos de la RDA.
Junto a la Alemania modélica que dio la bienvenida a los refugiados en 2015, convive un lado oscuro. Tan solo en 2016 se registraron 3.729 ataques contra inmigrantes. Según una investigación del diario Die Zeit, de una muestra de 222 ataques racistas que tuvieron lugar en 2015, sólo ocho (el cinco por ciento) habían sido denunciados. Se producen cerca de 10 agresiones diarias contra refugiados, según fuentes del Ministerio del Interior, perpetrados por grupos y movimientos neonazis de corte xenófobo e islamófobo, de brigadas paramilitares de vigilancia callejera o de lobos solitarios.
Internet y las redes difunden información falsa, bulos antinmigración, que tuvieron su máximo apogeo en los incidentes de Colonia. La gestión informativa de estos hechos, no solo por la prensa sino también por la policía y el Gobierno, desató una ola xenófoba y contraria a la política de la canciller Merkel que alteró profundamente la opinión pública y obligó a los políticos a posicionarse de manera mucho más contundente. La retórica antinmigración contaminó el debate mezclándose con el discurso antimachista y feminista resaltando la supuesta incompatibilidad cultural de Alemania con los países musulmanes, ante la amenaza de un islam que oprime la libertad de la mujer, como ocurrió en el debate sobre la prohibición del velo integral.
El sentimiento antinmigrante, que se ha desarrollado respondiendo básicamente a dos argumentos compatibles entre sí, el económico (nos quitan el trabajo, abusan de la sanidad, tienen preferencia en los servicios sociales etc.) y el identitario o cultural (como amenaza para los valores y cultura nacional, e incluso como amenaza demográfica) están presentes en mayor o menor medida en Alemania y claramente en los ultraderechistas de la AfD. El añadido de este partido es que, al elemento islamófobo y xenófobo, se añade el componente racista y supremacista, y que tratan de justificar con la represión de los sentimientos nacionalistas o patrióticos legítimos de los alemanes tras la Segunda Guerra Mundial.
Sea cual sea el resultado de los comicios del domingo se pueden extraer tres consecuencias. La primera de ellas es que la extrema derecha entra en un Parlamento cada vez más fragmentado, y con ellos la concepción del extranjero y el migrante como un ciudadano de segunda, sin derechos, una cifra que hay que reducir (como el cáncer o una plaga de cultivos). Segunda, que el debate sobre la inmigración ha dominado la campaña y no está ni mucho menos resuelto como no lo está en la Unión Europea. Y tercera, que la retórica y la xenofobia no son un caso aislado de Alemania, sino que están cómodamente instalados en Hungría, Polonia y Noruega, prosiguiendo la tendencia de los últimos comicios en Reino Unido, Países Bajos, Francia o Noruega.