Moción de censura en Nemi
Si uno repasa la historia de nuestra democracia, e incluso la de democracias más longevas, observará que los objetivos estratégicos que presiden la interposición de una moción de censura pueden ser diferentes. No obstante, más allá de cuestiones de matiz, se pueden resumir en dos. En primer lugar, aquellas que persiguen producir un cambio de gobierno efectivo y están sustentadas en una mayoría parlamentaria a tal efecto (al menos potencialmente). Y, en segundo lugar, estarían aquellas que persiguen desgastar al Gobierno y confirmarse quien la presenta como alternativa a medio/largo plazo.
Lo que es una novedad absoluta es que se presente una moción de censura con el objetivo declarado de “señalar a la oposición”. Poco menos que parecía que Podemos perseguía mostrar lo solo que se encuentra en la Cámara. Cuanto más solo, mejor, buscando sin duda reactivar la épica del “yo contra el mundo”, que tan bien le funcionó en su emergencia como formación. A fe que lo ha conseguido porque, si nada cambia, no se vislumbra ni a derecha ni a izquierda mucho apoyo declarado –cuando no alguno a regañadientes–.
La moción es un error, por lo que ya muchos de sus simpatizantes, militantes y representantes han comprendido (y parece que no acaba de entrar en la cabeza de Pablo Iglesias y algunos dirigentes): no es tiempo de llaneros solitarios, es tiempo de provocar la mayor unidad posible en el Congreso ante este Gobierno. Comparto que desalojar al PP es una prioridad de higiene política y por eso creo que la herramienta escogida es la peor, porque es la que más aleja de ese objetivo.
Escribo estas líneas mientras Iglesias continúa su disertación en el mediodía y el desarrollo del debate no era difícil de anticipar. Por un lado, más allá de la vehemencia de Irene Montero en el relato, no sabemos nada nuevo sobre el PP que no conociéramos. Por otro, a Rajoy le ha permitido darse un respiro ante sus avergonzados votantes, utilizando para ello la confrontación directa frente a uno de los adversarios que les genera más animadversión.
Si queremos 'anormalizar' la presencia del PP de la corrupción en el Gobierno, tenemos que mostrar que esto es algo que va más allá de la lucha partidaria; generar espacios comunes en los que quepa desde la derecha a la izquierda, en la defensa de valores superiores.
Al tiempo, debería ser una prioridad evitar cualquier cruce de reproches entre los grupos de la oposición. La previa ha sido una mala antesala de ello, con un recrudecimiento de los ataques del ala dura de Podemos contra el PSOE, buscando situarlo todo en un “o conmigo o contra mí”; o se apoyaba la postulación de Iglesias como presidente, o se estaba con Rajoy.
Afortunadamente, parece que se ha abierto en el debate un mínimo ejercicio de autocrítica acerca de lo que sucedió hace un año en la investidura de Pedro Sánchez. Ojalá no sea un efímero producto para consumo de la opinión pública y se convierta en una rectificación en las actitudes. Y no, Pablo, el tiempo no te dio la razón. El tiempo es siete meses de Rajoy como presidente: ese mismo que despacha con gracias decimonónicas su responsabilidad con la corrupción, ese mismo que pudo no ser presidente con un poco más de flexibilidad y un poco menos de táctica electoralista.
Existía en Nemi, algo al Sur de la antigua Roma, un extraño y arcaizante culto (probablemente de origen etrusco). El ritual era muy del gusto de Calígula, quien lo revitalizó y en cuyo lago construyó sus dos lujosas embarcaciones-palacio (destruidas en la Segunda Guerra Mundial). El rito consistía en que solo un único sacerdote, de origen esclavo, podía hallarse en el emplazamiento del templo de Diana. En ese lugar nadie le importunaba y tenía todas sus necesidades satisfechas, pero debía estar siempre atento y en guardia. Solo a un esclavo fugitivo le estaba permitido atravesar el bosque sagrado (que previamente tenía que encontrar) y desafiar al sacerdote a un duelo a muerte, para ocupar su lugar y convertirse en el nuevo “Rey de Nemi”. No es de extrañar que el juego de ver a dos esclavos matándose por una miserable gloria, fuera muy del gusto de un poderoso sádico como Calígula.
La derecha española debe de disfrutar de una manera similar del espectáculo que supone ver a las fuerzas de izquierda despedazarse en el Parlamento, mientras se fuman un puro desde la Moncloa. A poco, venderán entradas.
Hay que aislar a Rajoy, hay que desalojar a este PP del poder. Pero para eso hay que trascender del menudeo de victorias miserables, del reproche. Sentarse a hablar, tener capacidad para transar, priorizar, madurar las acciones antes de ejecutarlas; hacer también todos los esfuerzos posibles para sumar a todo el arco parlamentario en un bien mayor de regeneración política, que tiene que ser forzosamente compartido.
Se comprende el nerviosismo de Iglesias ante el empuje del PSOE de Pedro Sánchez, pero perseverando en todos sus errores pasados lo único que hará es acelerar el proceso de empequeñecimiento de su formación; y, mientras, el PP seguirá respirando. Es un buen momento para que, desde el respeto mutuo, PSOE y Podemos se sienten a hablar de lo que pueden construir. El PSOE muestra haberlo entendido, toca saber si Iglesias sigue persistiendo en convertirse en el Rey de Nemi, o por el contrario ese mínimo acto de contrición de este martes puede ser el comienzo de otra cosa.