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La política y su fe de errores

Fotograma de la película 'Pinocho'.
7 de agosto de 2023 22:39 h

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Me gusta analizar las letras de las canciones. No la de todas, claro. Más que nada me interesan las que tienen algún trasfondo y no se limitan a recoger las ocurrencias de algún simplón. Escuchando a Gardel, he vuelto a reparar en la letra de 'Cambalache', el famosísimo tango escrito por Enrique Santos Discépolo. La escribió hace casi 90 años, y resulta obvio que no tenía el autor un buen concepto del siglo que entonces vivía en sus primeras décadas: “Siglo veinte, cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil”. No dejó títere con cabeza, y es especialmente conocida la parte en la que raja de la sociedad de la época: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor!”. 

Pasado casi un siglo, me pregunto qué escribiría hoy el maestro Santos. Internet y las redes sociales, en particular, están experimentado un alarmante incremento de contenidos falsos y tóxicos. La desinformación y la manipulación malintencionada de los contenidos se ha vuelto común, hasta el punto de que no solo no nos sorprende ya, sino que se asume como algo normal por una parte importante de una sociedad cada vez más polarizada y radicalizada. El incremento de toxicidad en Internet amenaza la estabilidad social y política al propagar teorías conspirativas, rumores infundados, discursos de odio, xenofobia, machismo, mentiras constantes y flagrantes… 

“No dejes que la verdad te estropee un buen reportaje”, es una muy famosa frase que tiene su origen en la película 'Sex and the Single Girl', de Richard Quine. Un film de 1964, traducido como 'La pícara soltera', que a buenas horas la censura de la época iba a permitir titularla 'El sexo y la chica soltera'. El reparto fue de auténtico lujo: Henry Fonda, Tony Curtis, Natalie Wood, Lauren Bacall… Desde entonces hemos subido un escalón, o dos. Negar la realidad, retocarla, distorsionarla, o mentir sin más, ya no es una tentación para el periodismo, sino que de ello hacen uso y hasta gala algunos políticos. No dejes que la verdad afee un debate, un mitin, un discurso o un programa electoral, podríamos decir en algunos casos. 

Eso sí, no nos engañemos, la política y los políticos no dejan de ser un reflejo de la sociedad. A fin de cuentas, son nuestros votos los que les dan carta de naturaleza. Por tanto, si en la política, igual que en las redes sociales, hay cambalache y disparate, es porque lo hemos incorporado de algún modo a nuestras vidas.

Las patrañas a menudo se esconden manipulando el lenguaje con la habilidad de un trilero. Tanto, que ríete tú de la creatividad del Siglo de Oro. De hecho, no vendría mal disponer de un diccionario de eufemismos y de equivalencias entre ciertos términos de uso frecuente en la política. Nos serviría, por ejemplo, para saber que una mentira es realmente una inexactitud (Feijóo dixit). Supongo que, del mismo modo, un fraude ha pasado a ser una estrategia poco elegante y engañar en el currículo es engordarlo un poquito. Todo acaba siendo una cuestión de grados, por lo visto. Tras las elecciones de 2020, Trump le dijo a su vicepresidente, Mike Pence, que era “demasiado honrado”, porque este se plantó ante las presiones de aquel para que, como presidente del Senado, no certificase la victoria del actual presidente de los EEUU, Joe Biden. Para Trump y políticos como él, se puede ser algo honrado, pero sin pasarse.

 Es cada vez más frecuente que la verdad desaparezca, porque siempre tendrá asperezas y generará incomodidad en según quién la escuche. Por eso parece mejor navegar a medio camino entre la realidad y la falacia, o caer directamente en esta. No dejemos que la verdad estropee mi verdad, podría ser el eslogan de campaña de algún político.

Si no queremos que el veintiuno sea el siglo del disparate, del embuste, de la treta, de las trampas y de las mentiras patológicas y crónicas, lo primero que hay que hacer es insistir en la educación y la concienciación ciudadana. Una educación que enseñe a leer entre mentiras y a escribir solo verdades. 

Necesitamos también medios de comunicación independientes, como este en el que escribo. Solo así harán una cobertura más objetiva y rigurosa de los políticos y de sus acciones. Los medios deben actuar como vigilantes y responsables de verificar los hechos y denunciar las mentiras, no tolerarlas vergonzosamente y hasta encubrirlas, como a veces ocurre. 

También necesitamos establecer mecanismos efectivos para que la mentira en política no tenga recompensa, bien al contrario. Podemos pensar que el premio y el castigo ya existe, según demos o neguemos nuestro voto. Pero un voto condicionado por mentiras y engaños ha perdido esa virtud. Por eso, lo mismo que los libros contienen a veces una “fe de erratas”, que da cuenta de las mismas e incluye sus enmiendas, los políticos deberían contar con una “fe de errores”, sean estos voluntarios o no, para que no nos lleven al huerto. 

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