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¿Estamos regalando electricidad a los franceses?

Imagen de una torre de red eléctrica de transporte de energía en un barrio de Bilbao.
15 de septiembre de 2022 22:56 h

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Hay quien se rasga las vestiduras, reviviendo el espíritu del 2 de mayo, con el supuesto fracaso de la excepción ibérica al precio de la luz (el “timo ibérico”, lo llaman), argumentando que es un mecanismo que conduce a regalar energía y dinero a los franceses. Que regalemos la energía eléctrica a los portugueses, pase, pero ¡a los franceses, pardiez! Sin embargo, ¿es eso cierto?.

Es innegable que Francia atraviesa un grave problema energético. Lo ha apostado todo a la nuclear y este año le ha fallado. De los 56 reactores nucleares franceses, 32 están actualmente parados. Algunos por mantenimientos, otros por problemas de corrosión, y algunos porque el agua del río donde refrigeran está caliente y no admite más calor sin dañar el ecosistema. Esto ha hecho que el precio de la luz en Francia se dispare, al tener que comprar más energía de otras fuentes como el gas por la indisponibilidad nuclear (por ejemplo, para el cuarto trimestre, el precio francés cotiza por encima de los 900 euros/MWh, frente a los 175 euros/MWh del mercado ibérico). ¿Por qué tanta diferencia? Pues en gran parte, por la “excepción ibérica”, que ha protegido a la Península Ibérica de los fallos del mercado energético actual, como puede verse en el siguiente gráfico:

La “excepción ibérica”, que entró en vigor el 15 de junio, consiste en limitar el precio al que las plantas que utilicen gas para generar electricidad pueden vender su energía eléctrica. Por tanto, el precio lo fijará o bien el gas al precio limitado o bien otras tecnologías como la hidráulica o las renovables. Para que las plantas de gas (y de carbón y cogeneración) no vendan a pérdida, el sistema les compensa, por detrás, la diferencia entre el precio resultante de la subasta limitada y el precio que hubiera resultado de no existir la limitación. Ese pago se conoce como “compensación al gas” y es asumido por los consumidores que no tuvieran un contrato a precio fijo antes de que el mecanismo fuera anunciado. Si usáramos el manido símil de los tomates, cabría imaginar dos tipos de tomates: unos que usen pesticidas y otros que no. Imaginemos también que el precio de los pesticidas se hubiese multiplicado por diez en el último año y que juntamos todos los tomates en un camión sin que se pueda saber cuál es con o sin pesticida. Por tanto, todos serían pagados al precio de los más caros, que internalizan el coste del pesticida. Pues bien, lo que han hecho España y Portugal es pagar los tomates sin pesticidas al precio que cuesten y pagar un plus para compensar el coste de los pesticidas solo a aquellos tomates que empleen pesticidas (gas), reduciendo así la factura final.

Casi tres meses después de la entrada en vigor de la excepción ibérica, puede decirse que el mecanismo ha funcionado, generando importantes ahorros a los consumidores (otra cosa es su impacto negativo en la competencia). ¿Cuántos? Difícil de estimar, ya que no puede saberse cuánto hubiera subido exactamente la electricidad si no hubiera habido tope. Lo que sí que sabemos es que el precio medio, incluyendo compensación al gas, ha sido de 252 euros/MWh en julio y 295 euros/MWh en agosto, mientras que en Francia el precio fue de 400 euros/MWh y de 493 euros/MWh respectivamente. Esto supone una anomalía, ya que durante la última década la electricidad en España ha sido ligeramente más cara que en Francia. España llevaba desde finales de 2021 por debajo de Francia, pero solo ahora con la excepción ibérica los precios se han separado sustancialmente.

La Unión Europea hace ya décadas que avanza en la Unión Energética, con la idea de una convergencia regulatoria y de mercados que lleve algún día a tener un verdadero mercado único de la electricidad, con precios similares para todo el continente (y con ahorros millonarios). Para que la convergencia de precios suceda, es necesario desarrollar infraestructuras que permitan el intercambio de electricidad entre países, las llamadas “interconexiones” entre países. Si toda Europa estuviera suficientemente interconectada, resultaría el mismo precio en todo el territorio. No obstante, estamos lejos de ese escenario, ya que la capacidad máxima de la interconexión con Francia es de tan solo 2.800 MW, lo que supone un poco más de un 2,8% de la capacidad total, siendo el objetivo europeo alcanzar un 15% para 2030.

¿Y cómo se produce ese intercambio de energía entre países? La manera de vender o comprar energía de Francia es reservando derecho de uso de capacidad de interconexión, mediante un pago llamado “rentas de congestión”. Si habláramos de tomates, sería el equivalente a pagar para reservar espacio de carga en el camión que hace la ruta España-Francia o Francia-España en un momento determinado. Estas rentas de congestión se subastan por periodos anuales, mensuales y diarios. Así, el 40% del “espacio disponible” en cada una de las dos direcciones se subasta antes de que empiece el año de que se trate, otro 40% en tramos mensuales y un 20% diarios. Por ejemplo, por el tramo anual, para 2022, se obtuvieron 219 millones de euros (de los que la mitad, 109,5, son cobrados por España).

Tradicionalmente, el balance energético ha sido favorable a Francia. Hay que retroceder hasta el año 2010 para ver un pequeño balance exportador español. Entre 2011 y 2021, Francia ha generado un superávit eléctrico con España de 69 TWh (la cual se explica por unos precios ligeramente inferiores en Francia que en España durante todos estos años). Ya a partir de la crisis nuclear francesa (desde octubre de 2021), y aún en mayor medida con la excepción ibérica, al ser la energía siempre más barata en España que en Francia, este flujo se invierte y podríamos generar un saldo favorable a España de unos 15 TWh durante todo el periodo de vigencia del mecanismo (hasta mayo de 2023).

Quienes sostienen que estamos regalando energía a Francia argumentan que por culpa de esas exportaciones está subiendo la producción con gas, lo que también incrementa el importe de la compensación al gas, que pagamos los consumidores españoles para beneficio de los consumidores franceses. Esto no es del todo así. Para empezar, si bien es cierto que ha subido sustancialmente la producción con ciclos combinados (de representar el 19% a representar el 34% antes y después del mecanismo), también hay que tener en cuenta que el mayor uso del gas es una tradición veraniega, por el mayor consumo de energía eléctrica con las olas de calor y la menor producción eólica e hidráulica, como puede verse en el siguiente gráfico:

Además, hay que recordar que ningún consumidor francés comprará energía eléctrica a precio español, y que lo que hace la energía española es abaratar ligeramente el precio de mercado francés en global, en un momento en que le ha fallado la nuclear. Más que del francés, del mercado europeo, de hecho, ya que Francia a su vez es exportadora neta con países como Italia e incluso en ocasiones con Alemania.

¿Y cuánto es el sobrecoste pagado por entregar más energía a los europeos? Si bien no resulta posible precisar el número exacto, sí que podemos realizar una aproximación fiable. Si consideramos el peor escenario, en el que el 100% de la energía extra entregada a Francia se haya generado con gas (cosa muy dudosa, ya que en momentos de mucho sol o viento puede exportarse renovable) y estimáramos el sobrecoste mensual de ambos meses, en julio habríamos pagado un sobrecoste de unos 108 millones de euros (saldo exportador de 0,98 TWh multiplicado por 110 euros/MWh de sobrecoste) y en agosto de 208 millones (1,48 TWh por 141 euros/MWh de sobrecoste).

¿Y cuánto hemos ingresado gracias al diferencial de precios? Es evidente que cuanto más alto sea el diferencial del precio del tomate entre Francia y España, más estará un agricultor español dispuesto a pagar al camionero por llevar sus tomates a Francia. Por tanto, recibiremos más ingresos de las rentas de congestión. Y precisamente así ha sido. Debido a la diferencia de precios entre ambos países, en julio se obtuvieron 127,5 millones de euros de rentas de congestión y en agosto 254 millones (la mayoría se destina a rebajar el sobrecoste del gas y el resto a rebajar costes de redes).

Por tanto, ¿estamos regalando energía a los franceses? Claramente, no. En julio, España obtuvo unos 19 millones de euros netos (127 de ingresos – 108 de sobrecoste) y en agosto unos 46 millones (254 de ingresos menos 208 de sobrecoste). En conclusión, la excepción ibérica no solo ha hecho que los españoles podamos comprar los tomates más baratos, sino que, además, la recaudación extra que estamos obteniendo con los camiones que venden los tomates baratos a Francia nos permite cubrir una parte del sobrecoste de los pesticidas. Y la interconexión con Francia, ha hecho, durante todos estos años, que podamos tener ahorros en la factura gracias a la energía importada de Francia, y supone tanto una oportunidad como un mecanismo de seguridad y resiliencia ante futuras crisis energéticas. Una oportunidad, porque si aumentamos la interconexión, podremos vender más energía renovable a los franceses en momentos de exceso de producción solar o eólica (recordemos que exportar es generalmente una buena noticia, y nadie se escandalizaría por vender tomates españoles más baratos que los suyos a los franceses). Y un mecanismo de seguridad, porque si España tuviera una gripe nuclear como la francesa, podríamos suplir esa falta de energía con energía importada de Europa.

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