Salvar al PSOE de sus militantes
El culebrón que hemos protagonizado en el PSOE durante estos meses supera con mucho la trama más elaborada de cualquier teleserie sobre política. No se trata de un problema de imaginación o conocimiento de los guionistas, por mi parte tampoco hubiera anticipado el nivel de degeneración del que éramos capaces. Éramos, sí, por supuesto que existe corresponsabilidad, aunque el grado no sea igual para todos. Por todo ello es obligado pedir perdón a militantes, simpatizantes, votantes y sociedad en general. Un partido de 137 años, un partido que tiene residenciada nada menos que la representación de la socialdemocracia en España, no puede permitirse dar este espectáculo.
La maniobra perpetrada la pasada semana fue torpe, chusca, chapucera y basada únicamente en la fuerza bruta del peso orgánico de altos cuadros. Por si fuera poco, vino acompañada por una insistente campaña de acoso y derribo desde instrumentos extraños al socialismo español, aún más a cualquier cosa que suene a izquierda; esto último le añadió un punto de ajenidad a las motivaciones que pudieran impulsar ese movimiento. Es inédito concitar la unanimidad en el fustigamiento a Pedro Sánchez de mastodónticos grupos de comunicación de nuestro país, al punto de crear una suerte de realities ad hoc que rellenaban la parrilla horaria de algún canal de televisión. El lenguaje y el posicionamiento era propio del periodismo de guerra: insensato sin escrúpulos, atrincherado, secuestrador del PSOE…
Y las consecuencias han sido terribles. Lejos de extenderme en la descripción de las mismas, simplemente me acojo a la satisfacción expresada desde el PP, Ciudadanos y aún de Unidos Podemos. Nada más expresivo.
Contrariamente a algunas opiniones, no dudo de la mejor de las voluntades de quienes han desarrollado esta trama. Es cierto que ello se conjuga en algún caso con “otras cosas”, con algo de rencor y con una cierta prepotencia del “aquí mando yo”. Pero creo, como decía, que hay quien sinceramente ha pensado que el partido tenía que cambiar la deriva y aún aceptando que el movimiento era como mínimo estéticamente horroroso, lo consideraba el mal menor. Se han equivocado.
Lo ocurrido, principalmente ha sido el resultado de una tensión histórica. Hay quien no acepta el paso del tiempo y simplemente ha querido dar marcha atrás al reloj. Y no, no se puede ir contra el zeitgeist –que dicen los alemanes–, contra el espíritu del tiempo. España entera no es la misma que la de antes de la crisis o el 15M, y mucho menos es la misma esa parte de la población que sostiene valores progresistas. Y no, por supuesto que los militantes socialistas tampoco somos los mismos.
No quiero engañar a nadie, soy de los que tuve dudas con el voto directo para escoger a nuestro secretario general y hoy pienso que fue un acierto. No soy un fanático del “plebiscitismo” y sin embargo hoy me parece inevitable que cada vez los espacios de decisión colectiva sean más compartidos. Y por encima de todo, creo que no se pueden dar pasos hacia atrás. El PSOE tiene 137 años porque ha sido capaz de evolucionar y adaptarse al mismo tiempo que la sociedad española avanzaba. Hoy no sirven los mismos códigos y evolucionar durante estos dos últimos años no ha sido fácil para nuestra organización (y doy fe que tampoco para su dirección), pero era obligado.
Decía esta semana el presidente de la gestora que el PSOE “se había podemizado”; sí, ese mismo PSOE que pactó con Ciudadanos hace unos pocos meses. La expresión, aparte de ser tan injusta como si yo le acusara de haberse derechizado, muestra un punto disruptivo con una parte muy importante de la sociedad y aún más con el mismo tiempo.
No es sostenible que en 2016 las diferencias profundas en un partido político no se diriman consultando directamente a sus militantes y se sustituya por un artificio propio de “nomenklatura” del pasado siglo. No es sostenible que nadie pretenda que detrás de esa negativa a votar en urna y en secreto se esconda algo sano, por más que estos días nos hayan dado la matraca en algunos medios de comunicación adictos con un supuesto “pucherazo” (cuando lo que ahí se dio es un “tumultazo” destinado a forzar que los delegados se retrataran votando ante la atenta mirada de sus líderes).
No es sostenible que se argumente abiertamente que ahora no se puede dejar votar a los militantes porque están muy alterados, enunciando una tesis que desarrolla la presunción de que el/la militante de base es una especie de cavernícola radicalizado, que no sabe lo que es bueno para él, porque está desconectado de lo que verdaderamente piensa la sociedad –digo yo que eso, cómo piensa la sociedad, lo sabrá mejor alguien en el bar de su barrio que un alto cargo en la sede de una consejería–.
Ese principio implícito de salvar al PSOE de sus militantes tiene el mismo fundamento democrático que no convocar elecciones generales en plazo, porque corremos el riesgo de que las gane el que no nos gusta… y eso no puede ser, ya le decimos nosotros a la ciudadanía qué es lo que conviene y hasta que no la veamos preparada, no vota.
El PSOE estaba obviamente ante una encrucijada de tamaño colosal. Y de lo que escogiera, probablemente, iba a ser tributario durante muchos años. No se trataba solo del sí o no a Rajoy, se trataba del modelo de partido que tendría el PSOE; se trataba de saber si nuestro proyecto iba a ser autónomo o finalmente iba a ceder ante la inconmensurable presión.
Es lícito sostener una posición diferente a la que esgrimía la dirección (y el Comité Federal, por cierto); voces tan respetables como la de Josep Borrell han planteado sus dudas y matices. Lo que no debería ser lícito es practicar la discrepancia diariamente a través de los medios de comunicación, en muchas ocasiones en colusión con nuestros enemigos políticos. Y aún menos lícito cambiar el sentido y liderazgo de un partido que escogieron sus miles de militantes votando directamente, por la decisión que tomemos un puñado de dirigentes en un órgano intermedio. La legitimidad que otorgan de forma directa las urnas solo se puede sustituir por una similar.
Lo peor es que se intuye que el único plan era el del derribo. Quienes ahora mandan no parecen ponerse de acuerdo sobre los pasos a seguir. Y no lo tienen fácil, lo que ha sucedido ha puesto al PSOE en una situación de extraordinaria debilidad. O bien nos rendimos a Rajoy, si no lo hemos hecho ya, o bien afrontamos unas terceras elecciones descabezados y con el peso del esperpento de estas semanas. Desde luego yo lo tengo claro, nuestro NO es una posición de principios, independientemente de las consecuencias electorales que ahora pueda tener.
No creo que en la Ejecutiva Federal hayamos sido infalibles, hemos cometido errores y de algunos incluso somos muy conscientes. No creo tampoco que Pedro Sánchez tenga vocación de mártir, ninguno de los que le acompañamos hasta el final la tenemos. Pedro hubiera tenido muy fácil rendirse y buscar una salida cómoda (como tantos antes que él) sin pasar por esa trituradora diaria de editoriales y opinadores de todo pelaje. Pero optó por aguantar y con ello probablemente haya salvado el alma del socialismo español. Por mi parte, ha sido un honor estar a su lado y tanto más haber pertenecido a la dirección del PSOE.
Nos volveremos a levantar.