Ucrania, vista desde una óptica de paz
Desde hace meses, una vez interrumpidas las negociaciones directas entre Ucrania y Rusia para parar la guerra, la apuesta de los dos lados y sus aliados es la de obtener ventajas militares suficientes como para obligar al contrario a aceptar sus condiciones en una mesa de negociación. Este planteamiento se está exponiendo desde una perspectiva de suma-cero, donde uno gana y el otro pierde. Es una lógica puramente militar y, como se va viendo en los últimos meses, oscilante, pues hay ofensivas y contraofensivas que alientan la idea de que es posible derrotar completamente al “enemigo”. Por parte ucraniana, la llegada continua de nuevas armas procedentes de países occidentales estimula esta perspectiva, como es el caso de estos momentos. Por parte rusa, si bien cuenta con muchos apoyos políticos en la escena internacional, el desgate militar es evidente a medida que transcurre el tiempo, y la moral de los combatientes seguramente estará muy resentida tras tantos meses de guerra. Pero Putin persistirá en su empeño, pues ha puesto todos los huevos en la canasta de la guerra. Está por ver el precio de esta apuesta.
Durante estos meses, no han faltado algunas propuestas e iniciativas de terceros países, aunque no en abundancia. La última viene de México, y será expuesta dentro de unos días en la Asamblea General de la ONU, que incluye una mediación tripartita (ONU, India y el Vaticano), y una tregua de cinco años. Rusia, por su parte, no rechaza negociar con Ucrania, lo ha dicho muchas veces, pero no admite la posición de Zelensky de negociar solo cuando Ucrania haya recuperado todo el territorio, lo que supondría una derrota de Rusia. Tampoco ha gustado a posibles intermediarios que Zelensky abriera la bolsa de Nueva York el pasado 6 de septiembre, ofreciendo el territorio ucraniano para grandes inversiones de las corporaciones estadounidenses, cuantificadas en cientos de miles de millones de dólares. Venderse no es muy patriótico, incluso en tiempos de guerra.
Irán, en nombre de la UE, Turquía, Suiza e Italia, entre otros, también han hecho propuestas de paz en los últimos meses, sin que ninguna tuviera el más mínimo recorrido, y esto es así por lo expuesto al inicio. Solo cuando las partes vean que ya no pueden conseguir más en el terreno militar, quizás se abra la puerta para encarar un proceso de pacificación. Lograr la paz ya es otro cantar, y será la siguiente generación quién habrá de abordarla, pues comporta procesos de reconciliación, imposibles de iniciar en el momento actual de acumulación de odios. La herida es demasiado grande como para pensar en escenarios de reconciliación a medio plazo. Además, existe la incertidumbre sobre el futuro político de Rusia, de difícil predicción.
A pesar de todo este cúmulo de obstáculos, tenemos el deber de pensar y provocar escenarios de negociación que puedan ser realidad a medio plazo, pues es mucho mejor iniciar un proceso donde ya se han previsto escenarios posibles, con sus respectivos y previsibles momentos de crisis, que empezar sin haber pensado nada e improvisar. En esta perspectiva de futuro, hay tres aspectos que considero importantes tener en cuenta: la asunción de responsabilidades, el esquema de la seguridad europea, y los mínimos que podríamos compartir en el mundo en cuanto a seguridad.
El primero obliga a no olvidar que, si bien la inexcusable ocupación militar de parte de Ucrania por Rusia, en 2014, fue responsabilidad del presidente Putin, a Rusia no le faltaban motivos, que además estaban bien razonados, para sentir una honda preocupación por la situación de los territorios de habla rusa en Ucrania, por un lado, y por el empecinamiento de algunos en ampliar la OTAN hacia el Este, algo totalmente innecesario y contraproducente. Hay una responsabilidad compartida por lo que pasó entonces, como también por no haberse cumplido los Acuerdos de Minsk de 2015, y hay que pedir responsabilidades por lo que no se hizo y por lo que hizo mal. Jugar ahora a la carta pro ucraniana, que puede entenderse, no ha de ser el viejo truco para pasar página de las imprudencias, irreflexiones e insensateces acumuladas, que han acabado provocando un enorme estropicio en las relaciones internacionales, y ha cambiado por completo la geopolítica mundial, además de cargarse por completo la política de seguridad europea, mucho más inestable ahora que antes, aunque se hayan ampliado los países miembros de la OTAN. La seguridad nunca vendrá de la mano de más rearme, sino de políticas de confianza, y eso se ha roto del todo. Es más, hemos vuelto a un esquema de política de bloques, con la notable diferencia de que la frontera está ahora entre Europa y Asia, con una Rusia decantada totalmente hacia su vertiente euroasiática.
Vistas las responsabilidades, el segundo punto es plantearse cómo tendrá que ser la política de seguridad y de defensa en la Europa actual, sin países neutrales, con una OTAN reforzada, más dependientes de Estados Unidos, con una OSCE debilitada y con Alemania como el país con mayor gasto militar dentro de pocos años. Nada bueno puede salir de ahí, y no sirve de mucho vindicar el paradigma de la seguridad compartida, útil durante décadas, pero inviable ahora, pues la guerra de Ucrania la ha hecho añicos. Simplemente, ya no existe, ni siquiera como planteamiento a corto plazo. Por tanto, habrá que empezar desde terrenos movedizos, menos agradables, por supuesto, y que obligará a estirar lo máximo posible la cuerda del “realismo político imperante”, para que las dinámicas no sean todavía más regresivas. Esto obliga a dejar de lado los maximalismos, las utopías y los purismos, para adentrarse en el diseño de políticas gradualistas que permitan recuperar lo perdido. En tercer lugar, y frente a las dinámicas actuales de confrontación y de vuelta a principios de la Guerra Fría, quizás sería conveniente consensuar un decálogo de principios básicos que pudieran compartir instituciones políticas de varios países, tanto de Europa como de otros continentes, así como de los organismos internacionales y regionales. Creo que Naciones Unidas tendría que jugar un rol muy activo en este campo. Expongo algunos de estos principios, a modo de ejemplo, y que podrían servir para empezar:
- No es conveniente crear nuevos bloques militares y dividir el mundo por la mitad.
- No es conveniente reforzar las imágenes de enemigo entre pueblos y naciones.
- No deben tomarse decisiones que sean irreversibles.
- Hay que pensar en las condiciones para un futuro con mayor cooperación entre las naciones.
- Hay que reconocer que el mundo es multipolar, y que nadie ha de pretender tener el dominio mundial.
- Nadie puede tener la verdad absoluta. El diálogo sincero siempre será necesario.
- El concepto de seguridad compartida continúa siendo un principio válido, y también necesario para guiar las políticas nacionales de defensa y seguridad.
- El rearme permanente, fruto de una dinámica de acción-reacción, nunca traerá más seguridad a los países y regiones.
- Limitar las armas y doctrinas ofensivas y provocativas, continúa siendo una prioridad.
- Siempre se necesitará la colaboración de todos los países para afrontar los desafíos globales, como el cambio climático.
Con razón podría argumentarse que se trata de principios muy genéricos, pero es que estamos justamente en unos momentos históricos de pérdida de activos políticos, que ameritan empezar por el principio, esto es, sentar unas bases para luego ir construyendo políticas muy concretas y detalladas en cada país, pero en esta dirección. Me consta, y me duele, que los centros más importantes de Europa de investigación para la paz y de relaciones internacionales, no están para esta labor, por lo que apelo a colectivos políticos y sociales del continente que puedan compartir un análisis parecido, a juntar esfuerzos para resistir esta involución que estamos viviendo, y diseñemos futuribles realistas dotados con una cierta esperanza, para que el diálogo sea el punto de unión de voces diferentes capaces de respetarse.
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