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Votar (debería ser), un derecho para todas

Peatones en la plaza del Ayuntamiento de Valencia

Dina Bousselham

Unidas Podemos —

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Hace unos días recibí un correo de Beatriz. Me escribía para decirme que me cedía su derecho a voto, en el marco de la iniciativa #TeCedoMiVoto. Por fin podría votar, y estaba feliz. Pero al mismo tiempo tenía un sentimiento agridulce. ¿Por qué? Porque todo esto no debería ser así, no debería nadie cederme su derecho a voto. Yo tendría que tener ese derecho garantizado. Pero a día de hoy, a pesar de llevar 11 años en España, en mi país, no puedo votar.

Así pues, no podemos hablar de democracia plena si no se garantizan los derechos de toda la ciudadanía. Por eso es importante hablar hoy de las limitaciones en términos de derechos civiles y políticos que sufrimos quienes somos migrantes.

La historia del derecho a voto está repleta de luchas, movilizaciones, avances y retrocesos hasta que finalmente, gracias al empuje de la sociedad, se consiguió garantizar ese derecho tan fundamental. En España el sufragio pleno se estableció en 1933 con la proclamación de la II República. Salvando las distancias, hoy nos enfrentamos a uno de los retos de nuestra reciente democracia española: reconocer los derechos de la población migrante.

La cita electoral del próximo domingo nos vuelve a recordar que muchas de nosotras, aun habiendo vivido aquí más de 10 años, no podemos ejercer ese derecho. Poder votar o poder presentarte a las elecciones depende en gran medida de los acuerdos bilaterales entre España y países terceros. Pero ¿cómo es posible que un país tercero, del que a día de hoy nada me une más que el hecho de haber nacido allí, puede determinar mi derecho a ser o no ser ciudadana de este país? ¿Acaso no me afectan los problemas cotidianos en mi barrio? ¿Si sube o baja el Salario Mínimo? ¿Si la educación no es de calidad? ¿Si en el ambulatorio hay colas y colas para poder ser atendida? ¿Acaso no me afecta el paro? ¿La precariedad? ¿Las políticas que aplica el gobierno? ¿Acaso no estoy pagando mis impuestos aquí? ¿Acaso no vivo y trabajo aquí, y al igual que cualquier ciudadano español peleo con sacrificio para poder llegar a fin de mes o llenar la nevera?

Cambiar esto es indudablemente una cuestión de voluntad política. En países como Chile o Uruguay, por poner un ejemplo, la población migrante tiene el derecho de poder participar en todas las elecciones. O haces política, y decides sobre los asuntos cotidianos, o lo harán otros por ti, y probablemente contra ti. Pues eso.

Con esta motivación nace, como decía al inicio, una hermosa iniciativa llamada #TeCedoMiVoto, con el objetivo de que quienes no podamos votar tengamos la oportunidad de hacerlo. Una iniciativa impulsada por Safia Elaaddam y otros compañeros con el objetivo de poner en contacto a través de una base de datos a quienes quieren ceder su voto y quienes no tenemos el derecho de poder votar. Me inscribí en esta iniciativa sabiendo que lo que hay que hacer es exigirle al gobierno que resuelva esta injusticia, pero que de momento es un buen gesto que haya personas que altruistamente pongan su derecho al servicio de otra persona para que pueda ejercerlo.

Y así fue como conocí a Beatriz, una mujer madrileña de origen chileno que se puso en contacto conmigo para cederme su voto, para que pudiera votar por correo. Y eso hice hace unos días, con el peso en la espalda de que esta injusticia que sufrimos miles de personas en este país debe acabar. Pero mientras tanto, hay gente buena en el mundo que sin pedir nada a cambio te ofrece su derecho a votar en estas elecciones.

Gracias Beatriz y gracias a quienes habéis impulsado esta iniciativa. Pero ahora queda todo por hacer. Todo por conquistar para cambiar esta situación. Votar debe ser un derecho garantizado para todos y todas. Para eso hay que moverse, porque cuando los de abajo nos movemos, los de arriba se tambalean.

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