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Otra vez igual

Miguel Ángel Oliver en 2019, entonces secretario de Estado de Comunicación.

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El recién elegido presidente del medio público tiene años de experiencia profesional en esa empresa, no tendrá poder editorial de decisión y su elección ya ha sido sometida este jueves, horas después del anuncio, a preguntas escépticas de los periodistas que dirigirá. Su predecesor ha tenido que dimitir por haber ayudado al primer ministro. Como tal vez imagine, informado lector, esto no ha sucedido en España. 

El proceso casi simultáneo que estamos viendo estos días en la BBC en el Reino Unido nada tiene que ver con el nombramiento del presidente de la agencia EFE, tal vez el medio más influyente en español en el mundo y para quien el Gobierno ha escogido sin tapujos a la persona encargada durante años de la propaganda oficial. La elección para presidir la agencia EFE de Miguel Ángel Oliver, que fue el secretario de Comunicación del anterior Gobierno liderado por Pedro Sánchez, es una muestra más de que las promesas de respeto a lo público son meros eslóganes de campaña y cuando conviene una manera de atacar al rival. Oliver, además, fue el encargado de despedir en 2020 al periodista Fernando Garea, casi un accidente de independencia al frente de la agencia que los dos grandes partidos se han repartido como si fuera suya en lugar de un bien público. La persona con la que Oliver sustituyó a Garea, la periodista Gabriela Cañas, también había sido portavoz en la Secretaría de Comunicación del Gobierno, en ese caso de José Luis Rodríguez Zapatero.

Como bien dijo Garea en un discurso tras ser despedido, la agencia EFE no es, o no debe ser, una agencia de noticias del Gobierno, ni siquiera una agencia oficial. La agencia es uno de los medios más grandes de España, con una plantilla de más de 1.100 personas y un despliegue internacional que apenas tiene parangón en español.

El resultado del mangoneo continuo de una agencia de noticias como EFE ni siquiera suele ser información especialmente sesgada a favor del Gobierno, sino a menudo la reproducción de comunicados oficiales vengan de donde vengan para no meterse en problemas, incluso cuando se trata de otros gobiernos e instituciones de fuera de España.

Como en todos los medios, hay muchos profesionales que a pesar de los vaivenes hacen bien su trabajo y no se dejan amedrentar ni por las presiones directas de los ministros. Suelo contar que cuando, a finales de los años 90, fui becaria en la agencia EFE –una gran escuela a la que estoy agradecida–, me impresionó cómo una jefa llamó para quejarse al Ministerio de Cultura cuando la ministra, entonces Esperanza Aguirre, me abroncó por no llevar grabadora y aprovechó para insultar la labor de EFE en general. Entonces yo estaba más avergonzada que otra cosa, pero con los años he apreciado más ese momento y me he dado cuenta de que no hay tantos jefes dispuestos a enfrentarse a una ministra o incluso a alguien menos poderoso por defender a su reportera.

Como sucede con la radiotelevisión pública, debería ser inadmisible que la independencia de un medio tan valioso como EFE dependa del coraje de periodistas que siempre tienen que estar pendientes del capricho del gobierno de turno. 

Para dar lecciones de democracia, el Gobierno progresista podría empezar a practicar con lo que tiene cerca y lo que puede cambiar. La excusa de que el PP es igual o peor no parece suficientemente inspiradora para mostrar progreso.

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