Ustedes que luchan denodadamente por impedir que seres humanos desesperados atraviesen una línea imaginaria entre el futuro y la miseria, lo hacen con tanto empeño que no dudan en desgarrarles no solo los sueños sino la carne misma. No veo, sin embargo, que estén dispuestos a poner el mismo ahínco en que los tratantes de carne humana llenen de esclavas sexuales nuestras calles, los prostíbulos y hasta el último y sórdido burdel de carretera alumbrado con fluorescentes que señalan nuestra vergüenza como sociedad.
Andan ahora preocupados por si la iniciativa abolicionista francesa que ha llevado a la Asamblea Nacional a aprobar esta semana pasada una “Ley para la lucha contra el sistema de prostitución” va a trasladar a parte de esas mujeres a España. Mejor sería preocuparse por cual es nuestro papel en la lucha contra la esclavitud del siglo XXI, contra los tratantes de mujeres y niñas, contra esos datos que nos convierten en el segundo país de Europa, después de Italia, en número de esclavas sexuales.
Francia ha vuelto a sus orígenes abolicionistas, una actitud que ya inició en 1946 con la ley que ponía fin a las “maisons closes” y que ha ido oscilando desde entonces hasta esta misma semana. Ahora lo hacen con datos en la mano, en concreto con los resultados obtenidos en Suecia después de la entrada en vigor de la ley abolicionista de penalización del cliente de 1.999, ampliada en 2002. En cinco años Estocolmo ha visto descender en 2/3 su número de prostitutas y en un 80% el número de clientes de la prostitución. Justo lo contrario de lo ocurrido en las tres últimas décadas del siglo XX en las que la apertura libre de “saunas” sexuales había propiciado un incremento de la actividad de las mafias y de las mujeres tratadas. Este cambio de actitud en la sociedad sueca, que fue adoptado en un Parlamento en el que el 50% de las diputadas eran mujeres, no ha sido fácil.
Los dos primeros años la penalización del cliente no tuvo mucha incidencia y los poderes públicos detectaron el fallo: las fuerzas de seguridad no estaban haciendo su trabajo. No cejaron por ello en su empeño de enviar un mensaje claro: que la prostitución es una forma de violencia del hombre sobre la mujer y que las autoridades y la sociedad sueca estaban dispuestas a continuar la lucha para cambiar las cosas. Emplearon recursos y dinero en formar a los policías y a los fiscales en esta realidad hasta que entendieron que era un empeño común porque “la igualdad de género será inalcanzable mientras los hombres compran, vendan y exploten a mujeres y a niñas”, como reza la exposición de motivos de la ley sueca.
Ese mismo mensaje ha sido adoptado en Francia. Ese y el hecho de que ya ha terminado el tiempo en el que esta lacra deba seguir viéndose desde la óptica del opresor porque ha llegado el momento de verla desde los ojos de la víctima, de la esclavizada, de la humillada, de la violentada. Desde los ojos de la mujer. “Que no me digan que sufrir entre diez y quince penetraciones diarias por parte de desconocidos es una vida alegre”, decía en la Asamblea Nacional la ministra de los Derechos de la Mujer, Najat Vallaud-Belkacem. No se si ustedes lectores pueden imaginarlo. Estoy segura de que cualquier mujer que me lea “siente” de que estamos hablando.
Aun así, y a pesar de que sólo en lo que va de año la Policía española ha detectado a 12.000 mujeres esclavizadas sexualmente en España y ha detenido a 626 personas por ese inaceptable tráfico de humanos, seguimos sin adoptar siquiera la normativa de la Unión Europea al respecto. De hecho la Comisión Europea abrirá un procedimiento a España por su negligencia en la prevención de la trata dado que desde el 6 de abril de este año que venció el plazo, aún no ha adecuado nuestra legislación a la Directiva 2011/36/UE que insta, entre otras cosas, a “adoptar medidas adecuadas ... para desalentar y disminuir la demanda que es el factor que favorece todas las formas de explotación relacionadas con la trata de seres humanos”.
En lugar de eso nos preguntamos si el rumbo abolicionista de los franceses “nos perjudicará” con una llegada masiva de prostitutas desde el otro lado de los Pirineos. Evítenlo, pues, señores del Gobierno. Instalen esas cuchillas legales que destrocen a los traficantes de esclavas. Den las competencias sobre la trata de seres humanos a la Audiencia Nacional para que las mafias sean perseguidas de forma transnacional. Acaben con la demanda y dediquen recursos económicos para que estas personas puedan recobrar su libertad y una vida digna. Esta, la de la ayuda a la víctima, es una pata fundamental de las leyes francesa y sueca y la tercera pata es la de la concienciación social y del cliente de la realidad de lo que están haciendo.
Porque, estimados puteros, ellas no quieren aunque así incluso se lo digan. “El sexo no es lo más importante. Es la relación de poder la que cuenta. Ellos dominan. Estos hombres cada vez tienen más problemas para encontrar esa mujer para ellos ideal, la que se calla, la que soporta. La puta les hace el trabajo”, manifestaba una prostituta francesa en torno a la nueva legislación.
Y no me vengan con que es el oficio más antiguo del mundo. El oficio más antiguo es el de la utilización del otro para nuestros fines. Relean la Biblia.