Se apagaron las luces y queda la pobreza
Se apagaron las luces y se acabaron las fotos. La cumbre de la OTAN ha sido un éxito innegable. Según y cómo. España, en efecto, vuelve a estar en el epicentro de la geopolítica. Y sin necesidad de poner los pies encima de la mesa ni encender un puro ante el presidente de los EEUU. Todo imponente. Todo impecable. Hasta Felipe VI ha recuperado la sonrisa que le robaron las sucesivas crisis que ha afrontado la institución monárquica desde que asumió la jefatura del Estado. Pedro Sánchez, ni digamos. Ya quisiera el presidente contar en la arena nacional con el reconocimiento, el crédito y la soltura que tiene fuera de nuestras fronteras. Esto es así. Pero lo que sale de ese nuevo texto doctrinal dibuja un mundo que amedrenta a cualquiera que mire más allá de la espectacularidad de las comitivas y la satisfacción por una organización impecable. Rusia es el principal enemigo; China, un peligroso adversario y Estados Unidos redobla su presencia naval, terrestre y aérea en Europa. El resultado de todo ello es un nuevo orden mundial que avanza por la senda de la polarización, la confrontación y la política de bloques.
Ahora Sánchez tendrá que remangarse en busca de apoyos con los que refrendar en el Congreso de los Diputados el acuerdo que ha suscrito con Biden para la modificación del convenio de Cooperación en Defensa entre EEUU y España, que incluye la llegada de dos nuevos destructores a la base de Rota (Cádiz). Y no parece, a tenor de las primeras reacciones, que vaya a encontrarlo entre sus socios habituales. El PP será quien salga esta vez al rescate. El partido, que votó contra los estados de alarma, dio la espalda a las medidas de protección social frente a la crisis y acusa al Gobierno de asaltar las instituciones, se alineará con el PSOE en la tesis de que reforzar el escudo antimisiles de Rota es, además de inevitable, lo que toca para garantizar la seguridad en el mundo. Y así parece que lo entiende también una mayoría de los españoles, cada vez más partidarios del papel de la OTAN.
La guerra de Putin nos ha cambiado a todos. Y a Sánchez no le causará el más mínimo desgaste tener que buscar el apoyo de la derecha en la defensa de la actual relación atlántica y tampoco el aumento del gasto militar comprometido porque la inmensa mayoría de la izquierda social ya no está en las consignas de hace 40 años. El principal problema al que se enfrenta el presidente y su gabinete sigue siendo la inflación, que este miércoles ha llegado a los dos dígitos y no deja de empobrecer a la población.
Y, ahora, después de sus tres días de gloria, de la máxima proyección internacional, de fotografías en todas las portadas y de los merecidos reconocimientos, volverá a una realidad incómoda para cualquier gobierno, que es la economía y la sensación de que, pese a las medidas anticrisis, los españoles seguirán teniendo dificultades para llenar la cesta de la compra y el depósito de gasolina.
A los precios prohibitivos de los alimentos básicos y los salarios pírricos, se une una radiografía de la pobreza que estremece a cualquiera. De esto habla la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, que sitúa en el 28% el porcentaje de españoles que está en riesgo exclusión social y desvela también una subida de un 3,4% en el número de hogares que ya no pueden mantener su vivienda a una temperatura adecuada en invierno o verano, han tenido que retrasar el pago de las facturas de los suministros o los gastos fijos de la vivienda.
Esto es lo que queda una vez cerrado el telón de la cumbre de la OTAN y apagadas las luces de Ifema y el Museo del Prado. Y esto es a lo que se enfrenta Sánchez cuando pase también la euforia de unas vacaciones de verano que los españoles afrontamos, por lo que pueda pasar, como si fueran las últimas. El presidente debe saber ya a estas alturas que los castigados por las crisis son los primeros decepcionados con la política y, en especial, con los gobiernos y que esto no cambia por mucho que se sustituya al presidente del INE.
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