Arréglanos esto, Alberto
A estas alturas de las PPwars lo único claro es que, si hay un ganador, se llama Alberto Núñez Feijóo y si alguien puede poner fin a esta contienda es el presidente gallego, no el presidente popular o la presidenta madrileña. Convertido en el referente moral y voz de la indignación entre la militancia, aupado a juez supremo del conflicto por sus pares de barones, cualquier solución aceptable pasa hoy por su criterio y bendición.
La supervivencia de Casado como líder y candidato a la Moncloa se juega en estos días, pero no está en sus manos. Igual que el destino de la presidenta de la Comunidad de Madrid y aspirante a candidata. El partido ha exigido unidad. Casado ha escuchado, aunque puede no resultar suficiente. Díaz Ayuso ya ha demostrado que no sabe parar y sus ayusers andan desatados. Pero el único que realmente puede elegir qué quiere ser de mayor es el presidente de la Xunta. Para esto se volvió a presentar en Galicia, para poder elegir si el tren volvía a pasar. Y aquí está, en la estación, listo para partir.
Que esto no puede quedar así lo sabemos todos, ellos también. De hecho, ni siquiera está muy claro cómo ha quedado ahora mismo. De la misma reunión que la leal Ayuso se apresuró a filtrar a los medios calificándola de infructuosa, salió Pablo Casado dispuesto a incorporar la documentación al expediente “para cerrarlo de manera satisfactoria”, que es lo que le suelen decir al reo en las películas de prisiones justo antes de encerrarlo de por vida. Lo inteligente para ambos sería pactar un empate y luego rezar para que el tiempo y nuevas noticias catastróficas entierren lo sucedido en la indiferencia. Pero la inteligencia no abunda estos días.
Una retirada a tiempo es una victoria, han pensado en Génova, la sede del partido. Ahora o nunca, parece que siguen pensando en la Puerta del Sol, la sede de la presidencia de la CAM. Harto de tanto desorden menor, Casado se ha apuntado al desorden mayor y ha convocado a la dirección nacional. Es hora de elegir, o un partido de cuadros o un partido dirigido a base de algaradas y pronunciamientos, o derecha de orden o peronismo.
La dirección popular puede darse por todo lo satisfecha que quiera con las explicaciones de Ayuso y la documentación que afirma haber aportado, pero nadie ha visto realmente. El problema reside en que continúan existiendo tres facturas y más de 200.000 euros que nadie nos ha explicado porque sostiene la propia interesada que no está obligada a hacerlo. Decir que todo es legal es una excusa, no una explicación. En política el alcance de la rendición de cuentas no lo decide el afectado sino los demás. Las facturas siempre vuelven, antes o después. Los barones verán si ponen la mano en el fuego por el ayusismo.
Casi todo lo que sucede en el Partido Popular ha pasado antes en el PP de Galicia. En plena crisis del Prestige, cuando las rías gallegas se empapaban del chapapote y la incompetencia manifiesta de los gobiernos populares, el hijo del hombre fuerte de Manuel Fraga, el entonces todopoderoso Pepe Cuíña, vio la oportunidad de hacer un buen negocio. De manera tan legítima y honrada como el hermano de Díaz Ayuso, con su mismo talante emprendedor y por el interés general y una pequeña comisión, se puso a intermediar buscando comprar chubasqueros profesionales para protegerse durante la tóxica limpieza del chapapote, entonces tan escasos como las mascarillas en 2020. El negocio se quedaba muy lejos del millón y medio de euros que se le facturó a la Comunidad de Madrid, pero, aun así, cuando se hizo pública la noticia, significó el final de la carrera política del eterno delfín popular de Lalín. Claro que entonces eran otros tiempos y el PP era un partido serio, como Dios y Don Manuel mandaban.
Los partidos son organizaciones jerárquicas y cuando se salta la jerarquía, las cosas solo pueden ir a peor. Está inventado hace tiempo qué conviene hacer en estos casos para reinstaurar el orden y evitar el desastre. Solo hay que hacerlo.
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