El circo de los borbones
Pasen y vean. El circo es gratis. Juan Carlos regresa a España después de casi dos años de destierro en Abu Dabi. El espectáculo promete. Viene a una regata. “La vela cansa”, ha declarado a Las Tardes de Cuatro su amigo y presidente del Club Náutico de Sanxenxo, convertido en uno de los portavoces oficiosos del viaje del emérito. Decimos uno porque de este show mediático, pero también institucional -por la parte que le toca a la Casa Real- ha habido periodistas, empresarios y correveidiles varios que se han sumado a la noria de versiones sobre los motivos, los planes, las paradas, las compañías y hasta los menús que degustará el rey viejo durante su corta estancia en el país al que utilizó para enriquecerse obscena e impunemente durante sus casi cuarenta años de reinado.
España es esa nación plural y diversa en la que uno se levanta por la mañana y lo mismo escucha que el emérito tiene todo el derecho a hacer lo que le venga en gana porque no tiene causas pendientes con la Justicia española como que lo mejor es que no asome por aquí su deteriorado palmito y se quede para siempre en Abu Dabi. Allí es donde ha fijado su residencia oficial para no pagar impuestos y supuestamente para no hacer más daño del ya causado al reinado de Felipe VI. Residencia permanente y estable, reza en el comunicado que emitió la Casa del Rey y que confirma lo ya anunciado hace meses: que en España no vivirá jamás ya. Ni ahora ni nunca.
A este país al que respetó tan poco como a sus ciudadanos sólo vendrá ya para ver a los hijos, a los nietos, ¿a la nuera? -yernos ya no le quedan- y a los amigotes que le compran yates y le ofrecen estancias. A la Zarzuela, ni hablar. Ni asignación constitucional, ni agenda institucional, ni residencias de Patrimonio Nacional.
El caso es que España se divide en este momento entre quienes pretenden blanquear la historia de Juan Carlos I y aplaudir efusivamente su regreso y quienes recuerdan que cometió hasta 13 ilícitos penales, según escrito de la Fiscalía del Supremo, que dio carpetazo al asunto no porque no incurriese en ilegalidad alguna, sino porque unas estaban prescritas y otras, consentidas por la inviolabilidad que le otorgaba la Constitución Española.
Entre unos y otros, está la desafiante actitud del protagonista, que sigue dando pocas o nulas muestras de consideración hacia los españoles, hacia su propia familia y hacia sí mismo. Alguien con un mínimo sentido de la responsabilidad institucional y del decoro no habría planteado su vuelta de este modo tan chusco como burlesco. Ni vendría a participar en una regata. Ni llegaría en avión privado. Ni se subiría a un barco de nombre Bribón. Ni habría permitido que sus palmeros jalearan una visita retransmitida en directo por todas las cadenas de televisión.
Lo suyo hubiera sido la discreción, la prudencia y el recogimiento, y no esta exhibición impúdica a modo de provocación. Eso lo haría, claro, alguien que tuviera conciencia del daño causado y un mínimo ánimo de arrepentimiento, algo que en el caso de Juan Carlos I no parece que sea el caso. Si el enojo es hacia el hijo resulta imperdonable, pero es algo que tendrán que dirimir en esta familia desestructurada y tan a la gresca como otras muchas. Y si es al monarca al que pretende provocar con su comportamiento, lo peor que ha podido hacer Felipe VI es contribuir con la habitual falta de transparencia de la Casa a esta ceremonia de la confusión esperpéntica e insultante.
Zarzuela decidió hace tiempo no informar sobre la vida del emérito y, ahora, no sólo se despacha con el anuncio de un próximo encuentro con el emérito, sino que improvisa y comunica un viaje a Miami para que la reina madre no coincida en España con su esposo, al que no ve desde hace casi tres años, dando categoría institucional a un sainete familiar. Si el rey ya no reina, si no cobra del Estado y si no es digno ya ni de ocupar una residencia oficial, la pregunta es por qué cuenta aún con el tratamiento y los honores de Familia Real que se le otorgaron por el Real Decreto 684/2010 de 20 de mayo.
Hay un momento en la vida de todo anciano que, por golfante que fuera, recibe el perdón familiar. ¡Sólo faltaba! Lo que no tiene un pase es que Felipe VI -el monarca, sus asesores y sus palmeros- pretendan que nos traguemos este nuevo anfiteatro de borbones sin rechistar y que además lo aplaudamos como hace, genuflexa, la derecha. Luego, dirán que son otros lo que quieren acabar con la institución monárquica. ¡No se recuerda mayor ejercicio de autodestrucción!
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