Esa es la realidad. La ecuación es muy sencilla. A finales de siglo habrá que alimentar a una población de 10.000 millones de seres humanos. Para ello deberíamos pasar de los 9.000 millones de toneladas de alimentos que producimos anualmente a más de 15.000. Sin embargo, el cambio climático nos está dejando cada vez con menos terrenos cultivables.
Actualmente, el 33% de la superficie cultivada del planeta sufre un acelerado proceso de degradación como consecuencia del avance de la desertificación, la intensificación de los cultivos, la salinización de los acuíferos y la compactación y contaminación química de los suelos. Luego, o recurrimos al milagro de la multiplicación del pan y los peces, o no habrá comida para todos.
En su informe "Construyendo una visión común para la agricultura y alimentación sostenibles", la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) señala que el 80% de los alimentos adicionales que habrá que producir para atender el aumento de población deberá provenir de las mismas tierras que estamos cultivando actualmente. Y es que en un escenario climático tan adverso como el actual el margen de incremento del área agrícola del planeta es muy estrecho. Además, el coste ecológico, social y económico de poner nuevas tierras en cultivo sería demasiado elevado.
Estamos condenados a tener que producir más con menos, y todas las esperanzas de conseguirlo pasan por repensar el actual modelo agrícola para avanzar hacia otro mucho más eficaz y sostenible.
El futuro de la agricultura pasa por la resiliencia agrícola, es decir, por la adaptabilidad a los importantes cambios que nos está empezando a deparar el calentamiento global. Ningún modelo de desarrollo agrario podrá hacer frente a esos cambios. La única salida es la adaptación, y la agricultura sostenible es la mejor respuesta adaptativa.
Debemos avanzar hacia una nueva manera de producir alimentos basada en el ahorro de agua (el 70% del consumo mundial es agrícola), el respeto al medio ambiente, la reducción en el uso de agroquímicos, la colaboración con la naturaleza, la adaptación de los cultivos al clima y el bienestar de la población rural, entre muchos otros replanteamientos.
Lo menos parecido a un agricultor del siglo veinte va a ser un agricultor sostenible del siglo veintiuno, entre otras cosas porque los tres recursos básicos para el cultivo de la tierra (el suelo, el agua y los nutrientes) han entrado en crisis y para recuperarlos va a ser necesario dejar que sobreexplotarlos y permitir que se recuperen. Lo de arrancarle los frutos a la tierra debe pasar a la historia, de lo que se trata ahora es de cuidar de ella para obtener su recompensa.
La agricultura sostenible es el futuro del campo y de las gentes del campo, de eso no cabe ninguna duda. Pero nosotros, los consumidores, podemos contribuir de manera decidida a que sea también el presente. ¿Cómo? Pues escogiendo los productos que procedan de ella.
Cada vez son más los agricultores que deciden incorporarse a esta nueva revolución agraria y más los alimentos que se identifican en el supermercado como procedentes de agricultura sostenible. Unos alimentos que además son más sanos, más seguros y más sabrosos. Para que este modelo deje de ser tendencia y se convierta en estándar de producción debemos prestarle nuestro apoyo como consumidores.
Tal vez así logremos que la producción de alimentos pueda desligarse del agotamiento de recursos naturales, y esa es la clave para poder llegar a alimentar a una población creciente en un planeta comestible cada vez más pequeño.