La crisis del Post
Pasadas las cinco y media de la tarde del domingo, la reportera política del Washington Post Felicia Sonmez recibió un email de su director, Marty Baron, que estaba a miles de kilómetros, en Madrid, para recoger un premio. El director reprobó a la periodista por compartir un enlace sobre la acusación de violación contra Kobe Bryant en 2003 unas horas después de su muerte. Sonmez no había comentado nada. Sólo había compartido un reportaje del Daily Beast.
“Felicia. Una auténtica falta de criterio el tuitear esto. Por favor, para. Estás dañando a esta institución al hacer esto”, escribió Baron, según el texto que la periodista le pasó al New York Times.
Baron no es precisamente sospechoso de tapar escándalos sexuales o de ir a favor de la corriente. Como director del Boston Globe, empujó y respaldó a sus reporteros para que investigaran a fondo los abusos de la Iglesia católica en Boston enfrentándose a las fuerzas vivas de la ciudad, justo después de llegar al periódico y en un momento, hace casi dos décadas, en el que los abusos sexuales no estaban en el foco de interés de la opinión pública. Pero el domingo no calibró la sensibilidad de este asunto, la dimensión de las amenazas (incluso de muerte) que estaba recibiendo la periodista en Twitter e incluso la situación personal de la reportera, como denunciante de un caso de acoso en Los Angeles Times. Tampoco se dio cuenta su directora adjunta, que comunicó a la reportera su suspensión por supuestamente haber violado la política de redes del Post. Más de 300 personas en el Post firmaron a favor de su colega, cuya suspensión fue revocada unas horas después.
El Washington Post ha informado sobre la polémica con los estándares habituales de cualquier otra información, incluyendo las versiones de ambas partes e intentando entrevistar al director (que optó por no ser entrevistado). También ha publicado una pieza de opinión a favor de la reportera. El día en que los medios en España (y en gran parte de Europa) informen así sobre sí mismos podremos decir que hemos asumido las lecciones más profundas del periodismo incluso en lo más incómodo: informar sobre algo malo que ha pasado en tu periódico. Hacerlo no es cuestión ni de dinero ni de recursos.
En un mundo más transparente pero también más incierto, el Post tiene ahora un nuevo debate sobre el uso de redes de sus periodistas.
El caso abre varias discusiones paralelas. ¿Hasta dónde llega la etiqueta de respeto en mitad de una tragedia? ¿Se aplica a todos los periodistas por igual? ¿Cuánto peso se le debe dar a una denuncia de agresión sexual que se cerró en los tribunales con un acuerdo extrajudicial (tan habitual entonces)? Estaba recogida en todos los obituarios, incluido el de eldiario.es, pero, ¿es lo mismo destacarlo en redes?
La crisis en elPost también nos recuerda la dificultad de informar en un territorio tan hostil como las redes sociales, donde a menudo los periodistas caemos en la trampa de expresar demasiadas opiniones. El caso de Felicia Sonmez es sorprendente porque sólo había compartido un enlace (aunque fuera un enlace cargado de intención) y ella ni siquiera estaba cubriendo esa información. Lo que hizo después, compartir pantallazos de su email con el nombre que quien la estaba amenazando, siembra más dudas. Pero también la escasa preocupación del periódico en principio por los insultos y amenazas graves que estaba recibiendo su empleada.
El Post se excedió en el fragor de la información, probablemente también por la distancia física del director, pero sus guías de uso de redes sociales son útiles para cualquier periodista: sé informativo, chequea lo que difundes, asume la responsabilidad y rectifica si tuiteas un comentario o un enlace con errores. “No queremos que la actividad en redes sociales sea una distracción... No es fácil saber siempre dónde está el límite”, escribió después Baron en un email a los empleados.
El altavoz de las redes y la ocasión para encuentros afortunados e incluso noticias no pueden hacer olvidar los problemas que acarrean en un mundo donde es fácil simplificar y caricaturizar. Los medios (y esto ha pasado también en España) empujan a los periodistas a compartir, explicar y debatir en redes sociales con mensajes a menudo contradictorios sobre el miedo a que las redes canibalicen el contenido periodístico o acaben perjudicando la imagen del medio. Entre tanta incoherencia y una ola de amenazas, insultos y otros comentarios poco útiles que soportan a menudo los individuos y no las instituciones, tal vez lo único que nos queda a los periodistas es recordar la especialidad de nuestro trabajo y el poder que sigue teniendo.
El poder que tiene Felicia Sonmez, como otros reporteros, va mucho más allá de un tuit. Es el de investigar, hacer preguntas y producir la información que puede tener impacto, como hemos visto en las historias investigadas, chequeadas y contrastadas a fondo sobre el acoso de los poderosos. Sin esas investigaciones periodísticas, #metoo sólo habría sido una etiqueta de Twitter con pocas consecuencias y mucho odio para quien lo utilizara. Ni Sonmez ni ningún periodista que trabajen en un periódico como el Post necesitan un tuit para tener impacto. Y esto merece la pena recordarlo. Para bien y para mal, los periodistas, sobre todo los reporteros, no somos una voz más.
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