Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Aldama zarandea al PSOE a las puertas de su congreso más descafeinado
Corazonadas en la consulta: “Ves entrar a un paciente y sabes si está bien o mal”
OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

La culpa es de los tlaxcaltecas

El presidente de EE.UU., Joe Biden

19

¿Cómo pudo ser -se preguntaron una y otra vez los historiadores clásicos al iniciar sus historias romanas- que algo tan pequeño como una villa miserable fundada por un niño expósito medrara hasta formar algo tan grande como un Imperio tricontinental? Este rutinario proemio simulaba asombro y admiración ante un enigma antiguo para el cual su única respuesta iba a ser la narrativa que seguía. Dos milenios más tarde, mayores asombros fingirían al advertir en este panorama el uso del alfabeto latino y de un idioma que, niño expósito del latín, sin embargo llegó a ser lengua imperial. El castellano vino a más en América por obra de los conquistadores ibéricos, que en tierra mexicana fundaron su virreinato de Nueva España. La historiografía invirtió para México la pregunta clásica de Roma. ¿Cómo pudo ser que algo tan pequeño como unos setecientos españoles armados se adueñaran de algo tan grande como el Imperio azteca? La pregunta se repetía el viernes 13, cuando se cumplían 500 años de la caída de la capital imperial de Tenochtitlan, hoy el DF. Y una respuesta también se reiteraba: ''La culpa es de los tlaxcaltecas''. Una nación india que se alió a los europeos desembarcados, una mujer, la Malinche, colaboracionista, traductora, amante del cruel conquistador Hernán Cortés, unas tropas indias que combatieron contra los indios. En la génesis de Roma había un fratricidio: al trazar las fronteras de la nueva urbe que fundaban, Rómulo mató a su hermano Remo; en el origen de los Reinos de Indias había una traición.

También hoy, como cinco siglos atrás, Tlaxcala es pequeño, el más pequeño de los 32 estados mexicanos. La conquista española y sus episodios sigue siendo un proceso singular, de significación ni saldada ni convencionalizada, en la historia de México, y es alternativa o simultáneamente considerado como un momento de trauma nacional o como el acto fundacional de la nación. Menos plural es la consideración de los tlaxcaltecas; a veces, cuando viajan a otras partes del país, son insultados como traidores por sus compatriotas. Hay un revisionismo en marcha, en el que colaboran el Estado federal, diversas instituciones académicas y unidades de investigación, divulgadores y medios de comunicación. Bajo la nueva óptica, la traición se transfigura en liberación: lucha de Davides contra el Goliat mexica, de pueblos subyugados contra la metrópoli central. Una versión de los hechos análoga, más rica en complejidades y dobles fondos, logró imponerse en Bolivia, donde se acepta que la conquista española interrumpió el avasallamiento total de los aymaras (la nación del expresidente Evo Morales Ayma y del actual vicepresidente David Choquehuanca Céspedes) por el Imperio Inca.

Good Morning, Vietnam!

''La culpa es de los tlaxcaltecas'' (1964) sigue siendo uno de los mejores cuentos latinoamericanos, y en ese título y en ese latiguillo ofrecido como clave en el diálogo de las mujeres ''traicioneras'' que lo protagonizan, Elena Garro alude a uno de los valores del cliché, el de asignar la responsabilidad de sucesos negativos a tribus o grupos o intereses tan lejanos y ajenos como para no guardar nexos ningunos con ellos. Es lo que ha hecho el presidente demócrata Joe Biden, al deshacerse de toda culpa y, más aún, al desvincularse de toda cadena causal, en la catástrofe militar y humanitaria y la hecatombe de violencias de todo tipo que siguió al cumplimiento de sus órdenes de retiro de efectivos y armamentos norteamericanos de Afganistán. La guerra más larga que libró EEUU en su historia, veinte años de tropas combatiendo en un terreno en el que nunca llegaron a vencer a los talibanes y en el que ahora van a ser derrotados y expulsados por ellos, que en un avance veloz sin un día de pausa y sin ni una escaramuza perdida, llegaron a treinta kilómetros de la capital Kabul, que asediarán, asaltarán y someterán en los próximos días.

El mensaje de Washington a los afganos que enfrentan el ataque ha sido que su supervivencia está en sus propias manos. Si bien existe consenso en que el fracaso del liderazgo y la unidad en Kabul ha jugado un papel importante en la caída dominó de las derrotas, también lo hay respecto a que el intento de culpar a los afganos por toda la culpa oscurece la parte de responsabilidad de EE.UU. A lo largo de los 20 años de la guerra de EE UU en Afganistán, está claro que las capacidades de las Fuerzas Armadas de Afganistán (ANSF) fueron exageradas constantemente por una sucesión de secretarios de defensa y comandantes militares de EEUU, que se entusiasmaron con el progreso realizado –o que eso dijeron.

Biden quería ser un Lyndon B. Johnson sin Vietnam, un reformador social que recreara un Estado, si no de Bienestar, al menos social, benefactor y dispendioso en sus gastos, ayudas, estímulos, prórrogas de desalojos y de deudas educativas y sanitarias, campañas de vacunación, extensión de gratuidades médicas, subsidios extra para afroamericanos y comunidades crónicamente desfavorecidas y sistemáticamente victimizadas por el racismo. La votación por el Congreso de un paquete de auxilios estatales por un billón de dólares fue un logro de la política que el presidente demócrata sabe hacer. La política doméstica. Este senador profesional, que en 1972 fue el más joven en sentarse en el Capitolio (como hoy es el más viejo en ocupar la Casa Blanca), es idóneo para reunir votos entre sus pares y conversar consensos y concesiones. En la política exterior, solo acumula parálisis o desaciertos, según el ex director de la CIA Robert Gates, quien apunta que Biden tiene el mérito de saber elegir entre varias opciones la peor.

El viernes, la prensa, hasta ahora monocorde en lisonjas suaves, pero lindantes con la adulación, fue unísona en el reproche. Los diarios ilustraban sus argumentos con fotografías del traumático abandono en helicóptero de Saigón en 1975 por los últimos diplomáticos y militares derrotados por las milicias anticoloniales vietnamitas. Ahora está negociando desesperadamente, con amenazas de retiro de colaboraciones futuras nunca pactadas, que las fuerzas talibanas no ataquen la Embajada de EEUU en Kabul, para poder completar el puente aéreo de evacuación del personal y de colaboradores. En el New York Times hay quien consigna: ''Biden pudo frenar a los talibanes. Prefirió regalarles Afganistán''. El Wall Street Journal opina que la política demócrata en Afganistán ha concluido ''en una derrota estratégica y una debacle moral''. El Washington Post, por una vez, es más concreto: ''Las vidas afganas perdidas son una herencia que Biden jamás podrá compensar, y que lo acompañará para siempre''.

A War is Better than a Wall

El viernes se cumplieron 70 años de la erección, clandestina y nocturna, del Muro de Berlín por las autoridades de Alemania Oriental. Era agosto, hacía calor, muchos berlineses estaban fuera de la ciudad, muchos habían buscado parques o lugares al aire libre donde celebrar el día del niño con picnics y juegos. Enterado tarde de la erección del Muro, el católico JFK se pronunció con uno de esos retruécanos homofónicos que hacían la fortuna de los políticos de posguerra, A Wall is better than a War. Muy tarde, porque el muro es de 1961, y su frase del verano de 1963, en el otoño de ese año lo iban a asesinar en Texas. Temía que cualquier ofensiva, más allá de lo verbal, podría detonar una guerra atómica. Documentos desclasificados revelan cuán equivocado estaba el presidente demócrata: aparentemente, una movilización de los tanques norteamericanos de Berlín Occidental a las cercanías del límite habría frenado la construcción de cemento.

En julio de este año más migrantes que nunca antes en la historia atravesaron, en la clandestinidad y sin papeles, el límite binacional que marca el Muro que más desvela y más resiste a las mejores intenciones del católico Biden. El Muro oprobioso que prometió demoler el primer día de su edificante gobierno. El Muro que su predecesor, el republicano Donald Trump, levantó y fortificó en la Frontera Sur de EE UU, para que contra él embistieran, como contra un rompeolas, las corrientes migratorias que venían desde México. Biden parece haber calibrado que a la supresión del oprobio seguiría una merecida morigeración de los problemas para los cuales se había dispuesto esa solución oprobiosa e inmoral; no fue así. La única guerra que ahora parece dispuesto a librar es aquella que lo libre de la necesidad del Muro -tan cercano México como alejado Afganistán-, aquella victoria letal que desaliente antes a las caravanas desesperadas por la violencia, la pobreza, la corrupción y las inclemencias de una naturaleza cada vez más hostil en América Central: A War is a hell of a lot better than this Wall.

Etiquetas
stats