El desafío del feminismo hoy

Rosa Cobo

Profesora de Sociología del Género y Directora del Centro de Estudios de Género y Feministas de la Universidad de A Coruña —

El feminismo es uno de los movimientos sociales de la Modernidad que tiene más pasado. En el siglo XVIII, en el contexto de la Ilustración y de la Revolución Francesa, pueden encontrarse los primeros textos que anuncian el nacimiento de un gran movimiento social y de una gran tradición intelectual que aún hoy sigue dando voz a las mujeres que reclaman derechos y reivindican un mundo libre de violencia y desigualdad.

Todas las mujeres, salvo excepciones, tienen salarios más bajos y peores condiciones laborales que los varones. Cualquier mujer en cualquier parte del mundo puede ser violada o agredida por el sólo hecho de ser mujer. Las mujeres, en todas las culturas, incluida la nuestra, son objeto de prácticas culturales que las inferiorizan y las subordinan en nombre de su cultura.Todas las religiones comparten el discurso de la inferioridad de las mujeres. En definitiva, no puede negarse el carácter interclasista del movimiento feminista, pues si bien no todas las mujeres son subordinadas ni explotadas de la misma forma, todas somos potencialmente objeto de la violencia masculina y de las estructuras patriarcales, tanto de las materiales como de las simbólicas.

A lo largo de la historia, el movimiento feminista, pese a que ha tenido debates teóricos apasionados y propuestas estratégicas divergentes en su interior, ha sabido apuntar lúcidamente hacia aquellos mecanismos de poder que han sido más opresivos para las mujeres. Y todo ello lo ha hecho ajustándose a su tiempo y a las condiciones en que podían germinar las vindicaciones feministas. El feminismo, antes o después, ha sabido superar debates intrafeministas que han estado a punto de desgarrar la unidad sobre la que reposa este movimiento.

En efecto, el feminismo ha reflexionado sobre su papel en la historia, ha escudriñado su origen por si pudiese estar contaminado de etnocentrismo, ha reflexionado sobre la alianza con otros movimientos sociales, se ha interrogado acerca de si el conocimiento dominante y las instituciones políticas son herramientas útiles para acabar con las sociedades patriarcales, ha ensanchado su comprensión de la opresión de las mujeres cruzándola con otras dominaciones y, además, se ha autocriticado sobre el papel desempeñado por el movimiento en diversos momentos históricos. Y no sólo eso, pues también ha obligado a la socialdemocracia y a la izquierda radical a pensar en la desigualdad de género y a diseñar y aplicar políticas públicas de igualdad con el objetivo de reducir la desigualdad entre hombres y mujeres.

En cada momento histórico, el feminismo ha sabido identificar políticamente aquellas realidades sociales que en ese momento constituían el obstáculo principal para la emancipación de las mujeres. En el siglo XVIII reclamaron los derechos que habían sido definidos como universales y que les hurtaron tanto las élites patriarcales burguesas como las más políticamente radicales: la ciudadanía, la igualdad, la libertad y la capacidad de ejercer como sujetos racionales; en el siglo XIX, la vindicación política se centró en el voto, en el derecho a la educación, sobre todo, la superior, a la propiedad, al acceso a las profesiones o en la crítica al matrimonio por entender que significaba la muerte civil de las mujeres.

En los años 70, el feminismo radical argumentó que lo personal es político y que las relaciones entre hombres y mujeres son relaciones de poder. Este feminismo colocó en el escenario político feminista el carácter patriarcal de la familia al tiempo que señaló que las tareas de cuidados y domésticas eran realizadas gratuitamente por las mujeres. También desveló que en el seno de la familia tenían lugar abusos sexuales y violencia contra las mujeres. El feminismo radical entró en el ámbito íntimo que hasta entonces se había calificado como privado e iluminó la desigualdad y violencia que tenían lugar en su interior. La sombra de este feminismo ha sido alargada y de hecho aún no hemos salido del todo de su universo vindicativo.

Mientras algunas propuestas del feminismo radical se conquistaban en algunas regiones del mundo y sólo para ciertos grupos de mujeres, el capitalismo, en una nueva vuelta de tuerca, se transmutaba en neoliberalismo y ponía en marcha la reducción de las políticas de redistribución allí donde se aplicaron al tiempo que aumentaba la pobreza en el mundo. En este contexto se inscribe hoy el feminismo.

En mi opinión, el feminismo del siglo XXI debe cumplir dos condiciones para salir fortalecido en este momento histórico excepcional, marcado por la reacción patriarcal y neoliberal. El primero de ellos es que ha llegado la hora de que su mirada se dirija más hacia fuera que hacia dentro. Los debates intrafeministas no pueden ser la actividad fundamental del feminismo, mientras el capitalismo intenta borrarnos de la historia. La obligación de las feministas es ofrecer análisis y respuestas. Y eso pasa necesariamente por vincular el movimiento feminista y la sociedad.

La segunda condición está relacionada con el hecho de que las políticas económicas neoliberales se han convertido en el dispositivo de mayor opresión para las mujeres. Cuanto más abdica el Estado de sus funciones sociales, más aumenta el trabajo gratuito de las mujeres. Y a medida que se transforma el mercado laboral global, empeora el estatus de las mujeres en el interior de ese inhumano espacio. Sin embargo, hay que precisar que el objetivo político feminista no debe ser la crítica de las políticas económicas neoliberales sin más; el feminismo debe ir más allá e identificar la política patriarcal del neoliberalismo.

El feminismo del siglo XXI no debe agotar su crítica política en la brecha salarial o en el mejoramiento de las condiciones de empleo de las mujeres, que son importantes, sin duda alguna. La política feminista debe entender que el capitalismo neoliberal, en alianza con los patriarcados locales, está privando de derechos conquistados a las mujeres que los habían conseguido, está articulando nuevos espacios de subordinación e incrementando la explotación y feminizando la pobreza. Y todo esto en medio de un creciente e instrumental aumento de la violencia contra las mujeres. Si el feminismo no busca respuestas en la crítica radical a las dimensiones patriarcales de la economía política neoliberal y se centra en la sociedad civil, en alianza con otros movimientos sociales, corre el riesgo de quedarse fuera de la historia.